Hola, si no te molesta, me sentaré contigo un momento… Han pasado muchos años, ¿verdad? Toda una vida. El tiempo, implacable como un justiciero, a todos nos supera… Y ahora… Ahora ya no está, falleció. Y estás triste, lo sé. Fue toda una vida. Y ahora… Y ahora sólo te queda esa foto en el marco que sostienes entre tus manos, de la que no retiras la mirada, conteniendo el llanto o dándole libertad, con el pañuelo, húmedo y arrugado, dentro del puño.
Es una foto de otra época, lejana, de una época feliz, o quizá no tanto: de una época mejor, poco más que mejor. Porque ha sido una vida dura, compleja, lo sé. Con momentos, por supuesto, de felicidad, o quizá con buenos momentos con apariencia de felicidad… El caso es que ha sido difícil… Siempre lo es, lo sé… Y ahora ha fallecido, por eso estás triste, por toda una vida compartida, de la cual únicamente te queda esa foto enmarcada a la que te aferras, con hipnotismo y melancolía, el recuerdo acribillante, porque, en esa puñetera vida, larga y dura de cojones, los malos momentos fueron tan despiadados que consiguieron empañar… no… que consiguieron enterrar aquellos de felicidad, o de aparente felicidad, en una fosa mucho más profunda que la que guarda su cadáver envuelto para la degradación, disolución en diferido.
Y ahora que falleció, te queda su foto acoplada a un marco, que mantiene su imagen congelada en ese instante, en una posteridad latente, a la espera, también, de su propia descomposición… Aunque ésta tardará más, claro, mucho más. Te sobrevivirá, seguro, esa captura robada, o planificada, esa pose que ahora contemplas, enjugándote por enésima vez las lágrimas, contemplándote con esa sonrisa perfilada en la comisura de sus labios, esperanzada en una felicidad futura, o convencida de haberla conseguido ya. Pese a todo, frente a todo, quizás, en esa fracción petrificada de la existencia, esa foto que colocaste en un marco te devuelva la creencia de una realidad feliz. Y puede que fuera así, que aquella fuera la máxima felicidad posible, antes de que todo explotara y esa felicidad, o apariencia de felicidad, se fuera al carajo. Sin embargo, ahora ya no está, falleció, y empuñas esa foto con la desesperación con la que estrujas el pañuelo colapsado por las lágrimas, pues, quizá, esa tristeza sólo sea una apariencia de tristeza, o no sea tristeza en exclusiva; pues, quizá, eso que sientes, y que te sublima el desánimo y la angustia, sea un punto de remordimiento, o remordimiento, simplemente. Esa inquietud aflorada, puesto que, en aquellos periodos de mierda, no supiste o no pudiste gestionar la situación, ofrecer una solución o equilibrar la acción; pese a que la única admisible, quién sabe hoy, hubiese sido la de evitar nuevas fotos y desprenderte de las anteriores…
Sí, sí, lo sé. No eres titular en exclusiva de la culpa, pero ahora ya no está, falleció, y sólo has quedado tú y esa foto con marco perimetral de la que no apartas la vista. Y ese remordimiento te trae una antigua, casi olvidada, reacción visceral, impetuosa, salvaje, emocional. Te dejaste llevar por las circunstancias. En aquellas etapas de dolor y sufrimiento, cuando la vida, que es una hija de la grandísima puta, os golpeó con crueldad y os remató con inclemencia, no supiste cómo ayudar, o no pudiste hacerlo, aunque, en ocasiones, la mejor forma de ayudar a alguien sea no prestándole ayuda. Pero a ti te dominaba la fiereza, siempre la pasión. Hasta en las fases felices, o de apariencia feliz, el descontrol fue tu insignia. Y después, cuando todo sentimiento se dilapidó, cuando la impía vida disipó el amor y la materia, asumiste como penitencia el arraigo de la unión, o quizá decidiste cumplir con aquellos votos convertidos entonces en humareda inestable y traslúcida. No buscaste, no esperaste la redención, ni amagaste con demandar el perdón, como tampoco lo propusiste, lo procuraste o lo diste… Sí, sí, lo sé. La responsabilidad no es predominantemente tuya.
Pero ahora ya no está, falleció, y tan sólo te queda esa foto con un marco astillado por las penurias y las desgracias, junto con ese remordimiento que deberás superar, que podrás superar, porque, llegado el fin de ese castigo autoinfligido, de esa penitencia a la que te apresaste como último salvavidas de tu condición rocosa e inflexible, aquel implacable tiempo te ha concedido la oportunidad de perdonarte, de tranquilizar el ánimo, de reconciliarte contigo, de alzar la mirada y fijarla en el horizonte, de continuar adelante con la conciencia serena, sosegado el espíritu; no para ir al encuentro de lo mejor, pues la vida no ha mudado su naturaleza incómoda, sino para confiar en que ya eres mejor, y con la resignación de la compañía de esa foto en el marco, mientras te recuerda, mientras nos recuerda, que no hay vida sin muerte.
Julián Valle Rivas