El amanecer con alguien, por Juan Priego

Simone cantanteLa música es un bálsamo para el ser humano y creo que también para los animales y dicen que incluso amansa a las fieras, pero también hay excepciones, porque recuerdo de broma, en mi época de emigrante en Alemania, cómo se ponían los alemanes y las alemanas con una enorme jarra de cerveza delante, cuando sonaba una marcha militar.


Otra excepción, también en plan de broma, es la del violinista que tocaba en mitad de la selva rodeado de animales salvajes escuchándolo extasiados… ¡Hasta
que llegó el león sordo!


También es un buen bálsamo el leer, porque amplía el conocimiento de lo que nos rodea y nos permite conocer otras maneras de pensar y contrastarlas con
la nuestra, ayudándonos a conocernos mejor y a valorar el atrevimiento que conlleva escribir a cara descubierta, haciendo un estriptis mental, al que no
todo el mundo está siempre dispuesto o no se siente capaz.


Anoche me quedé dormido escuchando canciones de Engelbert Humperdinck, Matt Monro, Tom Jones (tres famosos cantantes de tiempos pasados) y con la
maravillosa Simone y su “Quiero amanecer con alguien”, y he amanecido hoy con pensamientos agradables y con esa bonita canción en la cabeza.


Cuando eso me ocurre, procuro recrearme en esos pensamientos agradables, desechando los que no lo son y valorando los pocos que nos quedan, que son
muchos, si los comparamos con todo lo que nos rodea por el mundo y los malos augurios que pronostican algunos profetas, más o menos interesados. Bueno,
esos lo dejaremos para otro día y hoy, pensando en Simone y su canción, nos vamos a esta reflexión sobre eso del amanecer con alguien:


El amanecer con alguien
El amanecer con alguien
es tener a quién querer
es tener quién te acompañe
para cualquier menester.


Qué linda es la compañía
sí es de alguien que te cuadre
con quién tengas armonía
cuando ya se fue tu madre.


El compartir es la esencia,
lo mejor de las virtudes
lo que alegra la conciencia
lo más grande, no lo dudes.


Cuando contigo despiertas
y hubo un amor a tu vera
ya se te abren las puertas,
¡La de soñar la primera!


El amor no es el placer
es algo más verdadero
y se empieza a comprender
cuando se acaba el sendero.


Pero eso no se improvisa
no se apaña de inmediato
y si lo buscas de prisa…
¡Te darán, por liebre gato!

…….......

 

Juan Priego

febrero 2025

Jueces contra la Democracia (lawfare), por Pepe Morales

juecesEso que llaman Justicia y sus administradores dan vergüenza (a quien la tenga). Evocan al oidor feudal, al inquisidor y al sumarísimo togado militar. Creer en la Justicia es un acto de fe, dado que demasiadas actuaciones de jueces y órganos judiciales tienen el enfoque de un auto de fe. Por eso, la lectura de las sentencias es filtrada y se hace pública "para edificación de todos y también para inspirar miedo", como señaló el jurista Francisco Peña, en 1578, en un comentario al Manual del Inquisidor de Nicholas Eymerich, escrito en 1376.

Quienes hace apenas un lustro hablaban, rasgándose las vestiduras a cuenta del lawfare, de “democracia plena” obviaron las tropelías de la derecha del PP en el Poder Judicial y el “aguante” del PSOE esperando turno para las suyas. Es el panorama desde la transición: el bipartidismo turnista garantiza privilegios para ambos partidos y para las élites por ellos representadas, entre otros la impunidad. Con la venia de sus señorías, la Justicia se ha convertido en un lupanar donde corre el dinero y el tráfico de favores es moneda habitual.

Desde que la izquierda ha tocado poder, casi un siglo después, (aguantando covid, guerra en Ucrania y volcán de La Palma) la economía española lidera el crecimiento en la OCDE, el paro ha bajado al 10,6%, hay 21,8 millones de trabajadores, el SMI ha pasado de 707 € en 2017 a 1.134 € en 2025 y las élites económicas han multiplicado sus beneficios. En el mismo periodo, la izquierda ha sido perseguida política, policial y judicialmente (lawfare), con el concurso mediático y episcopal, como no se recuerda en España desde la dictadura.

Llaman la atención muchas actuaciones de la Justicia, desde el bloqueo inconstitucional del CGPJ hasta el indecente interrogatorio del juez Carretero, pasando por el acoso y derribo de Podemos, manifestaciones de las togas en plena calle contra el Gobierno Legítimo, pronunciamientos contra leyes concretas, insumisión torticera hacia esas leyes o exhibición de todo un catálogo de varas de medir que se puede ejemplificar con la actitud agresiva hacia el entorno familiar de Sánchez y contemplativa con el clan de los Ayuso. Lawfare.

La misma Justicia que incoa causas, a la velocidad del rayo, contra políticos de izquierdas, basadas en recortes de prensa, bulos y pruebas fabricadas por la cloaca política y policial, archiva, a la velocidad del rayo, las abiertas contra políticos de derechas. El bipartidismo lo sabe y juega con ello, disfrutando, cuando hay pruebas irrefutables, del beneficio de errores increíbles en la instrucción o calculadas dilaciones que abocan sus casos a la prescripción o al archivo, con hiriente descaro, sin atisbo alguno de vergüenza, con insolente impudicia.

La gravedad del desempeño antidemocrático de la Justicia supone de facto la ruptura de la división de poderes. Gravedad que no estriba tanto en que la derecha controle la Justicia (y ésta se deje) desde la puerta de atrás, sino en la evidencia de que sus señorías aplican su militancia ideológica, de manera pública, notoria y sostenida, a la hora de enjuiciar y dictar sentencias (lawfare). Son tan numerosos como peligrosos los ejemplos de jueces que no dudan en pronunciarse abiertamente contrarios a los poderes ejecutivo y legislativo de hoy.

El Poder Judicial, instalado en un trumpista populismo autoritario, se muestra sin tapujos, al igual que los medios de comunicación, como un organismo golpista que ha tomado el relevo del tradicional alzamiento militar que sigue siendo una amenaza latente para 26.000.000 de hijoputas. Las arengas antidemocráticas de Vox y del PP ayusista quedarían en nada sin la connivencia de la brigada togada, nutrida de una nómina de jueces y juezas –consulten la hemeroteca (*)–, que muestran con orgullo su deriva ultra y no dudan en practicar lawfare.

(*) Algunos ejemplos de lawfare, unos pocos, no todos.

Pepe Morales

Saga Bond: Roger Moore (VI), por Julián Valle Rivas

octopussy james bondEl ineluctable correr del calendario acarreó el vencimiento del contrato de Roger Moore. Se habían producido cinco películas y la firma sería ahora por título. Se plantó el actor en la negativa, en parte, por una mera estrategia de presión (todavía estaba fresco el tumultuoso recuerdo de la gestión en la transición de Connery), en parte, por una natural decadencia física (cumplió los cincuenta y cinco años durante el rodaje), un cansancio y un temor al encasillamiento. Pero la recientísima compañía nacida de la fusión de Metro-Goldwyn-Mayer y United Artists, MGM/UA, no tenía la intención de arriesgarse en la saga con la introducción de un nuevo rostro para el papel protagonista. Y luego rumiaba escamón el neófito dimorfismo por el temita de esa versión apócrifa, anunciada sin reparo para aquel año de 1983, que proclamaba, con altavoz nefario, a los cuatro vientos la reaparición de Sean Connery como 007, cual contrincante reaparición de una estrella del deporte, y que merecía replica contundente, como la de Cervantes al felón de Avellaneda.


    En cambio, Albert R. Broccoli se sentía encantando, porque la aparente inminencia de la renuncia de Moore le permitió reanudar su vieja (y cansina y descacharrante) aspiración de americanizar al personaje. Mientras se tanteaba (o tanteaba, por el qué dirán o evitar inoportunas molestias) al británico Michael Billington, quien había interpretado al amante de la mayor Anya Amasova (Barbara Bach) en «La espía que me amó» (1977), Broccoli agasajó al californiano James Brolin (padre del actor Josh Brolin). Apenas superados los cuarenta años, Brolin se había hecho un nombre en la industria en la década de los setenta, y a lo largo de dos semanas vivió en Londres apadrinado por Broccoli (restaurantes, peluqueros, sastres —los trajes los pagó el actor de su bolsillo, afirmó—), hasta el punto de que lo aconsejó al buscar residencia en la ciudad. Brolin, incluso, grabó pruebas de cámara. Una de ellas con Vijay Amritraj, afamado tenista indio que interpretaría al agente Vijay en la película. Para la prueba de interrelación con una actriz, se optó por reproducir la secuencia del encuentro entre James Bond y Tatiana Románova en la habitación de hotel de «Desde Rusia con amor» (1963). Se solicitó, así, la colaboración de otra conocida de la saga como Maud Adams, quien había intervenido en «El hombre de la pistola de oro» (1974). Irónicamente, Adams fue contratada para el papel principal femenino, y el proyecto Brolin fue frustrado, pues Roger Moore aceptó representar de nuevo en la gran pantalla al Agente 007, James Bond, en «Octopussy» (1983).


    Del relato homónimo de Ian Fleming, el novelista George MacDonald Fraser, autor del primer guión, preservó el título (aunque preocupaba si sería censurado, por lo de «pussy») y la historia de Dexter Smythe, oficial militar reconvertido en padre de Octopussy, a quien Bond, con la misión de capturarlo y entregarlo a un consejo de guerra, le concede el honor del suicidio. Richard Maibaum y Michael G. Wilson retornaron a sus puestos de escritores para retocar el trabajo de MacDonald Fraser. De hecho, Wilson pudo producir la idea de la acrobacia aérea en el hangar, que descansaba en un cajón desde «Moonraker» (1979), editada para la escena introductoria. Para ello, se empleó un mini jet Acrostar Bede BD-5J y se rodó al estilo tradicional, el que mejor resiste el paso del tiempo, valiéndose de encuadres milimétricos, perspectivas de cámara, campos de visión y maquetas. Un hangar alejado decenas de metros, un segundo portón acercado otros tantos, un jet montado sobre un soporte en un coche sin techo, un escenario panorámico con un punto de vista secundario… Una obra maestra del clasicismo cinematográfico supervisada por el encargado de efectos John Richardson. Y es que, si algo sobresale en esta entrega de la saga, es la acción. El director John Glen, repitiendo responsabilidad, se apuntaló en la segunda unidad dirigida y fotografiada con mucha profesionalidad por Arthur Wooster, a quien se adjudicó el peso de la mayoría de las escenas de acción. Hubo de pasar Wooster, no obstante, un mal rato durante el rodaje, necesitando apartarse de la producción. Se rodaba la secuencia del tren en la que Bond se deslizaba por el lateral del vagón. Una distracción en el cambio de railes desvió la máquina hacia una zona no prevista cuando el especialista Martin Grace estaba agarrado al vagón. Nadie pareció percatarse o la situación no dio margen a la reacción, el caso es que Grace recibió un violento golpe que, entre otras lesiones, le fracturó la cadera y le desgajó parte del muslo. Sólo las agallas (y el milagro) hicieron que no se soltara hasta que el tren se detuvo. De haberle flaqueado las fuerzas, habría fallecido bajo el ferrocarril. Varios meses de hospitalización precisó Grace para recobrar la salud abatida por el accidente, tachado de celebridad, dadas las constantes visitas de Moore y Broccoli. En comparación, los quebraderos de cabeza de Glen para rodar sus escenas exteriores en la India, con el bochornoso calor y el descontrol de miles de personas que se congregaban colándose en plano a discreción (como el ciclista que se cruza durante la persecución en motocarros), se antojaban minucias de patio de colegio, gajes del oficio. Plausible la labor de Alan Hume en su segundo trabajo como director de fotografía de la saga. John Barry comprometió su agenda con la entrega y Tim Rice escribió la letra de la cumplidora canción de apertura para la voz de Rita Coolidge.


    Respetado el luto por Bernard Lee, lo reemplazó en el papel de M Robert Brown, eterno secundario con antecedentes en la saga, al haber representado al almirante Hargreaves en «La espía que me amó». También se escenificó un relevo para Lois Maxwell, Moneypenny, con el acoplamiento de Michaela Clavell (hija del escritor James Clavell, cuya novela «Shōgun» ha tenido una muy recomendable adaptación televisiva en el año 2024), como la asistente Penelope Smallbone, que la veterana actriz no encajó del todo bien; al menos, hasta que supo que Clavell era la hija de una antigua amiga y compañera. Insustituible, a pesar de, Desmond Llewelyn, Q. Maud Adams coprotagonizó otra vez una película de la saga con una paisana sueca: Kristina Wayborn. Y Broccoli sugirió a su amigo Louis Jourdan un giro en su carrera con el protervo personaje Kamal Khan, asignando a un rostro tan inconfundible como el de Steven Berkoff, y a su ímpetu interpretativo, el papel del general Orlov.


    Asalta el espectador a 007 en una de sus misiones liminares intrascendentes para la trama principal, que sólo le brinda el crédito de que a un tío de la planta de Roger Moore le sienta bien hasta un bigotito de pega a lo Clark Gable y que para un tío de la audacia de James Bond las acrobacias en un mini jet al filo de la muerte están al orden del día. Al meollo, el Agente 009 (Andy Bradford), disfrazado de payaso, huye de un circo en Berlín Oriental. Perseguido y ejecutado por unos gemelos lanzadores de cuchillos (David y Anthony Meyer), con su aliento definitivo, deposita a los pies del embajador británico (Patrick Barr) un huevo Fabergé, el cual se descubrirá falso. Convocado ante M y el Ministro de Defensa (Robert Brown y Geoffrey Keen), la misión de Bond será acudir, acompañado por el agregado cultural Jim Fanning (Douglas Wilmer), a la casa Sotheby’s de Londres, donde se subastará la verdadera joya, pues, en manos soviéticas, su venta podría suponer contraproducentes objetivos de financiación bélica durante la Guerra Fría. Sin embargo, en el ardor de la subasta, que Bond se encargará personalmente de atizar, llama la atención del Agente británico no el vendedor, sino el comprador, Kamal Khan (Louis Jourdan), un príncipe afgano exiliado en la India, y Magda (Kristina Wayborn), la bella mujer que lo asiste, quienes adquieren el Fabergé falso, tras la maniobra prestidigitadora de 007. En el ínterin, el consejo soviético discute su situación ante la OTAN con dos posturas encontradas: la representada por el general Gogol (Walter Gotell), partidario de mantener el «statu quo», y la defendida enérgicamente por Orlov (Steven Berkoff), quien aboga por presionar sobre las fronteras para expandir el poder militar soviético y que será contenido por la mayoría pacífica. Pronto, la trama ilumina a Orlov en el mercadeo de la falsificación de joyas soviéticas, por lo que el despiste del Fabergé puede ser un riesgo. Por su parte, James Bond, centrado en Khan, viaja hasta la India, donde, con la ayuda del agente nativo Vijay (Vijay Amritraj), consigue contactar con Khan y fastidiarlo lo suficiente como para que, a través de Magda, y una noche de seducción, le robe el huevo Fabergé, en el cual Q (Desmond Llewelyn) ha instalado un transmisor de localización y audio. Por supuesto que Khan previamente ha probado suerte con mandato expreso a su sicario Gobinda (Kabir Bedi) de asesinar a Bond, lo que, ya se sabe, equivale a apuesta ruinosa, aunque la ingenua pretensión ofrece una dinámica y disfrutona persecución en los simpáticos motocarros indios. De vuelta al amanecer amatorio de Bond y Magda, Gobinda lo deja inconsciente y lo secuestra. Despierta 007 como huésped forzado de Khan, atestiguando la visita de Orlov y enterándose, una vez que escapa de su habitación disolviendo el forjado del enrejado con una solución de ácido que Q le ha entregado disimulada en una pluma estilográfica, de los trapicheos joyeros que se traen Orlov y Khan. Se fuga, entonces, Bond del palacete donde había sido hecho prisionero y se evade, por los pelos, del cerco que, a modo de caza al hombre, ha montado Khan. Investigado el símbolo del octópodo con el que 007 se ha topado en varias ocasiones, llega el turno de presentarse en el palacio flotante de Octopussy (Maud Adams), donde Bond arriba camuflado en un batiscafo ataviado de cocodrilo (que tanto le puede valer como aquel pajarráco hídrico de la etapa Connery) y Octopussy dispone de un batallón de jóvenes y hermosas chicas desarraigadas. Allí, ella le confiesa que, pese a cooperar con Khan en el tráfico de joyas, ninguna inquina tiene frente al gobierno británico ni ningún otro gobierno, ni mucho menos frente a Bond. Al contrario, se siente en deuda con el Agente, puesto que, años atrás, concedió a su padre, el capitán corrupto Dexter Smythe, el privilegio del suicidio antes que afrontar un consejo de guerra; de ahí que el metraje introduzca una escena en la que Octopussy ordena a Khan no matar a Bond, haciéndole caso omiso, porque contratará a unos mercenarios para ello, en cuya panda destaca el armado con el estrambótico yoyó aserrador (William Derrick). Con los mercenarios acabarán Bond, Octopussy y sus chicas, no sin que antes la pareja se haya conocido más íntimamente y Octopussy haya pedido a Bond que la aguarde en su palacio hasta su regreso de un viaje. La cuestión es que 007, ignorante a ruegos, sale del palacio, se reúne con Q, quien permanece junto al cadáver de Vijay, víctima del mercenario del yoyó aserrador, y, de inmediato, marcha hasta Alemania Oriental donde Bond cree que Octopussy sostendrá su encuentro, utilizando uno de sus circos, aquél del que 009 obtuvo el Fabergé falso. Lo cierto es que el circo es la tapadera del Octopussy para el tráfico de joyas con Khan y Orlov; si bien, estos últimos aprovecharán la retirada de ella para suplir las joyas por una bomba. El plan malévolo resulta ser un ataque indiscriminado que confunda a la OTAN, facilitando los intereses de expansionismo militar de Orlov. En una larguísima secuencia ferroviaria, tensa y desesperada, con el Agente trotando, además, por las carreteras comarcales alemanas, haciendo autostop y hurtando un coche deportivo hallado muy a propósito, todo básicamente a contra reloj (pero 007 reservará unos minutos para completar su caracterización como payaso de circo, con zapatones, encalado de rostro y narizota carmesí), mueren los gemelos lanzadores de cuchillos y Orlov y la bomba queda desactivada, faltaría más. Aquí hay que admitir que el equipo de especialistas del largometraje se jugó el prestigio y la vida en las locuras aéreas (también en las ferroviarias). Así, 007 se encarama a un avión en vuelo para rescatar a Octopussy de las maliciosas garras de Khan y Gobinda. Ambos villanos mueren, por descontado (lástima del simplón antenazo o baquetazo que termina con Gobinda), M y Gogol concilian el estatus como caballeros y la pareja de Bond y Octopussy, bueno, despide el filme al modo acostumbrado.


    Dentro del fluctuante o fluctuoso, siempre delicado, apartado de calidades en la saga, «Octopussy» otorga al espectador cada una de las premisas que caracterizan el producto. No será de los mejores largometrajes, pero entretiene y descuella en chascarrillos (marca registrada Moore) insertados con admirable ingenio, y en secuencias de acción que son grandiosas y se aventuran por la proyección y organización tradicionales, altamente realistas y tangibles, reconociendo el mérito de Alan Hume, John Richardson, Arthur Wooster y el nutrido equipo de especialistas; doble mérito para Hume, por su estupenda fotografía. El revés o decepción del filme radica en el hilo argumental y en el desarrollo narrativo y armazón general del guión. La historia desorienta por momentos y desconcierta al espectador (por ejemplo, las órdenes de Bond son desenmascarar al vendedor del Fabergé y, sin más, la trama se fija en el comprador), a veces, parece que adolece de alguna pieza de engranaje. Asimismo, en su virtud tropieza esa evidencia de la figura de los especialistas ante la cámara, que trastoca al ojo, y esa arbitraria y surrealista (¡de la nada se materializa de repente una barra de trapecista!, ¡ese globo aerostático, voto a bríos!) composición de la pelea final del batallón de Octopussy, que remata la inexperiencia de las actrices… Fallos que minan, sin descuartizar, la ambición del producto, rebajándolo.


    En la pugna espuria, grimosa de morbosidad, «Octopussy» logró mayor recaudación que aquella versión bastarda, consolidando y confirmando la legitimidad en el trono, la pureza de sangre, del único y verdadero rey.


Julián Valle Rivas

Con Franco se vivía “mejor”, por Juan Priego

francisco francoDías pasados en 24h, veía y escuchaba en el programa de Fortes al señor J. Fernández, historiador y militar en la reserva, que recordaba a muchos españoles como Franco, del 1939 al 1948 (la guerra había terminado el 1 de abril de 1939), fusiló a 40.000 españoles y hoy la mayoría, todavía siguen perdidos en zanjas por toda España y sin identificar.


Esto no lo estaba diciendo ningún “rojo” enardecido por haber perdido la guerra, sino uno de los que la habían ganado precisamente. Fue un genocidio flagrante, en un intento de eliminar al que pensaba diferente y que demostraba simplemente, que el odio anidaba en los que habían ganado y no en los perdedores. Ese odio, lo podemos ver presente en sus descendientes políticos y se puede observar en el “talante democrático” de éstos, que solo aceptan la democracia cuando ellos ostentan el poder.


Para no reventar como el buey de La Mezquita, echaré mano del tan socorrido sentido del humor, para seguir con mis reflexiones al respecto de esos cincuenta años de la muerte del dictador:


Aunque parezca mentira hoy en día todavía hay muchas señoras “de Bien” y muchas que no tienen bienes, pero qué ya quisieran tenerlos, que dicen que con Franco se vivía mejor.


Cuando escucho esto, siempre me acuerdo de mi querida abuela materna María, que para mí y para mi numerosa familia era una de las mejores personas que
te podías encontrar y sin duda alguna, la más paciente y divertida para entretener a los niños pequeños. De hecho, tuvo la valentía de plantarse solita a sus 67 años desde Córdoba hasta la puerta de nuestra vivienda en Düsseldorf (Alemania) y la primera vez que salía de Andalucía, para cuidar a sus tres biznietos bebés. Ella representaba la manera de vivir de aquellos años de guerra civil y de posguerra en la España de Franco.


Viuda de guerra, había quedado el día que mataron a su marido y se quedó sola, con las cinco pesetas que le dejaba éste cada mañana para ella y su hija pequeña
(mi madre), por lo que tuvo que ponerse a trabajar de cocinera con unos ricos señores del pueblo.


Trabajaba por la comida y un jergón de farfolla arriba en el desván del tejado para ella y su hijita y comían en la cocina de lo que les quedaba a los señores y podían darse con un canto en los dientes, porque seguramente que estaban mejor que la gran mayoría de mujeres en aquellos tiempos.


Recuerdo perfectamente que, de pequeño, mis padres me llevaban a verla cada vez que iban al pueblo y que, a pesar de que ella era la ama de llaves, cuando quería darme un huevo como alimento, para que no lo notaran, le hacía dos agujeros y tenía que sorberlo. Siempre que iba a ver a mi abuela, la “señora madre” me preguntaba si iba a misa y ya con doce años, mi abuela me dijo que los señores estaban dispuestos a pagarme los estudios de cura y yo le pregunté si podía ser de ingeniero. El tema se quedó aparcado…


Tenían a mi abuela para la cocina y también a su hermana viuda con sus dos hijas, que al igual que mi abuela dormían en un jergón en el desván y otra señora
para la costura y yo me asustaba cuando veía a la señora paseando por la gran casa en penumbra por la mañana o en la siesta, rezando el rosario con todas las
criadas, mientras ellas iban trabajando.


El señor tenía su consulta médica en el gran portalón de la mansión, en la que tenían un laboratorio, una gran bodega donde pisaban la uva, grandes tinajas de vino y los corrales para las gallinas, los caballos y también los carruajes para ir los señores a su cortijo (yo también fui alguna vez).


Nunca olvidaré que, ya con diecisiete años y habiendo fichado por el Atlético Cordobés fui a jugar contra el equipo del pueblo. Mi primo era el portero local y pude marcarle un golazo nada más empezar el partido y también recuerdo que el día anterior, un hombre se había colgado en el larguero de la portería.


Después del partido, paseábamos por el parque con las niñas de bien entusiasmadas con nosotros los futbolistas cordobeses, hasta que apareció mi abuela con su delantal para recordarme que no perdiera el autocar. ¡Lógicamente se le acabó el rollo al nieto de mi abuela! ¡Hoy me parto de la risa, pero entonces me supo a cuerno quemado!


Naturalmente nadie cotizó por ella ni un duro, aunque terminó siendo para los hijos y algunos nietos de los “señores” la “querida tata”. ¡Qué “bodiiiiito” y qué
tierno!


Bueno amigos, a continuación, una corta semblanza de aquellos tiempos de Franco en los que “Ellos” vivían como los curas:


Con Franco se vivía “mejor”
Con Franco se vivía mejor,
dicen algunas “señoras”
sin miedo a que un malhechor
les diera un susto a deshoras.


Todo era más tranquilo
sin tantas preocupaciones,
sin el alma siempre en vilo…
¡Sus curas, sus confesiones!


Mucho lujo estrafalario
con muy pocos “aranceles”,
mientras sufrían el calvario
muchos “hombres” y “mujeres”.


“Ellas” vivían tan holgadas
cuidadas por sus señores,
con un montón de criadas
para hacerles las labores.


Y qué tranquila que estaba
en su mansión la señora…
¡Y con sus chachas rezaba
sus rosarios de la aurora!


Pero, si hoy alguien reclama
con la Iglesia hemos topado,
llaman al Víctor de Aldama…
y éste, ¡acude al juez Peinado!

---------

 

Juan Priego

enero 2025
 

Van a por Andalucía, por Pepe Morales

andaluciaAlguien se puede sentir desgraciado si le hacen el vacío y despreciado si es ignorado como si no existiera. Son estados de ánimo más habituales de lo deseable en la sociedad y no todas las personas tienen herramientas para encajarlos bien y minimizar su impacto en la salud mental. En ocasiones, es necesaria la intervención de algún especialista para evitar un deterioro que pueda derivar en conductas lesivas para el individuo que lo sufre o para su entorno social. Algo que es perjudicial a nivel individual suele serlo también a nivel colectivo.

Alguien se puede sentir indignado cuando, en lugar de ser ignorado, percibe de algún modo hostilidad hacia su persona, lo que en lenguaje coloquial se conoce como ir a por él. Esta situación suele derivar en actitudes de autodefensa, pacíficas la mayoría de las veces, pero no es extraño que la persona afectada decida pasar al contraataque llevada por la furia si lo interpreta como una agresión. Si la percepción es colectiva, el agravio puede desembocar en reacciones que escapen al control individual y colectivo, como los altercados públicos.

Andalucía cuenta con un pueblo manso, adocenado, indolente, inmune en apariencia al desprecio y el maltrato, en ocasiones propenso al masoquismo, capaz de procesionar a sus verdugos. Este pueblo gregario, hoy, es mayoría, como refleja la composición de muchas diputaciones y ayuntamientos. Andalucía, Granada y Lucena son ejemplos de sumisión que aguantan los embates azotadores de Moreno Bonilla y del PP adheridos a la roca como percebes que sólo esperan ser separados de ella para servir como alimento en el banquete.

La historia reciente de Andalucía muestra cómo ha sido tradición de los gobiernos centrales hacerle el vacío, ignorarla, unos por estar gobernada por el partido rival y los otros por considerar que “los suyos” nunca irían más allá del sentimiento de desgracia y desprecio. Es lamentable que a Andalucía la siga reconociendo la madre que la parió por sus seculares andrajos y su perenne escualidez. En el sentido más peyorativo de las palabras, esta tierra sigue siendo analfabeta y jornalera, de señorío de casino, beatería y postureo.

Andaluces y andaluzas decidieron acabar con gobiernos autónomos socialistas de cartón piedra que nunca condujeron a algo diferente de lo que los borbones y el dictador Franco dieron a esta tierra. Se votó a las derechas y se produjo el cambio (de señorito, que no de situación). Seis años han bastado para que bajo la zalea asome sus orejas y sus fauces el lobo, para que la zorra haga su agosto en el gallinero, para que terratenientes y aristócratas vean ampliados sus privilegios y el pueblo agudizada su miseria y frustrada su esperanza.

Moreno Bonilla va a por Andalucía, a por la inmensa mayoría de los andaluces, con una hostilidad inaudita hacia lo público hasta el punto de obrar el milagro de hacer buena la nefasta gestión de Borbolla, Chaves, Griñán y Susana. “Virgencita, que me quede como estoy” es el consejo ignorado en las urnas hace seis años que ahora se echa de menos. El agresivo “¡A por ellos, oé!”, popularizado por las derechas en contra de Catalunya, es en contra de lo público, de una ciudadanía forzada a pasar de la resignación a la indignación.


A Andalucía le están quitando la Sanidad, la Educación, la Dependencia y una multitud de servicios públicos para engordar la cuenta de resultados de empresas privadas. A Lucena le han quitado el comprometido Hospital de Alta Resolución con la complicidad del alcalde y el voto de los lucentinos. A Granada le han quitado la gestión de la Alhambra, el Parque de las Ciencias y Sierra Nevada y le han extirpado la Escuela Andaluza de Salud Pública y otros organismos con la complicidad de la alcaldesa y el voto de los granadinos. El PP va a por ti.

Pepe Morales

Ser de Izquierdas o ser de derechas, por Juan Priego

izquierda derechaComo cierre del año 2024, que algunos políticos y expolíticos han intentado enfangar con la colaboración necesaria de algunos jueces y de una parte importante de los medios de comunicación, quisiera compartir una sencilla reflexión con todas aquellas personas, que huyen de las maquinaciones y enredos y prefieren ir al grano limpio de polvo y paja y que tiene que ver con las personas:


Ser de derechas o ser de izquierdas es fácilmente definible sin andarse por las ramas. Recientemente mi hermano de barrio Alfonso Jiménez, me envió una vieja reflexión mía como recordatorio y que le he agradecido en el alma.


Viendo que sigue siendo actual y quizás oportuna, la he rescatado del olvido y le he añadido unas estrofas que me han venido a la mente, para compartirlas con mis buenos amigos y fieles lectores:


Parecerá mentira, pero hoy día, a pesar de que estamos casi en la mitad del siglo XXI, todavía habría que explicar a demasiada gente conceptos muy básicos sobre ellos mismos que no han podido descubrir por sí solos o no han querido. Simplemente por no reflexionar, por no querer mirarse en ese espejo que todos llevamos dentro.


Desde la Revolución Francesa, allá por el siglo XVIII, se asocian los términos de derecha e izquierda a las dos ideologías que definen las dos diferentes opciones políticas y que suelen representar al capitalismo, fascismo y egoísmo o bien al socialismo, comunismo y progresismo.

Después de más de ocho decenios por los caminos, cercanos o muy lejanos, y escuchar y observar el comportamiento de la mayoría de aquellos con los que me crucé, he podido llegar a una sencilla conclusión a este respecto:


Una persona es de derechas o de izquierdas, no sólo por el partido político en el que milite o al que vote, pues podría estar influenciado por otras motivaciones como el servilismo, el económico o simplemente el sentirse obligado por algún motivo.


Lo es principalmente por cómo se ve a sí mismo, cómo se siente con respecto a los demás y cómo ve a su prójimo, cómo lo trata y cómo se comporta con los que le rodean.


Si te sientes superior porque sí, por algo que has heredado directamente, o que has conseguido por motivo de esa herencia y te crees merecedor de todo aquello que a los demás les niegas, ya empiezas a ser de derechas y puedes llegar a ser hasta de extrema derecha.


Si además utilizas alguna religión o creencia para sojuzgar a inocentes, a indecisos influenciables o débiles de carácter, ya te auguro un brillante futuro económico para esta vida, dentro de esa ideología. Si, por el contrario, te sientes con los mismos derechos y la misma dignidad que los que te rodean, a pesar de posibles circunstancias adversas, bien heredadas o simplemente por el destino, lo normal es que empieces a ser de izquierdas.


Naturalmente eso no quita, que con tu esfuerzo puedas triunfar en la vida con un poco de suerte y sí, aun así, sigues tratando a tu prójimo con dignidad y cariño y deseándole lo mismo que a ti, entonces eres de izquierdas de verdad.

 

Si, por el contrario, el éxito te hace cambiar y empiezas a comportarte como alguien de derechas, entonces serás simplemente un farsante. Naturalmente, esto no tiene por qué ser así para siempre. Uno puede, sin duda alguna, hacer algo bueno para sí mismo, como mirarse en ese espejo interior e ir moldeándose a sí mismo.

 

¡No es fácil, pero tampoco imposible! Te lo dice alguien que lo educaron en Acción Católica y en el Cara al Sol diarios y que, cada día que pasa es más de izquierdas, a pesar de que le fue de maravilla en su larga vida. He aquí una reflexión al respecto:




Las niñas y niños adoctrinados

Cuando yo era un pequeñajo
era yo un buen falangista,
fan del coronel Cascajo
y del Caudillo golpista.


Era de misas tempranas
y rosarios de la aurora,
era un fiel con muchas ganas,
un creyente a cualquier hora.


En la escuela se rezaba
el Ave y el Padrenuestro
y el Cara al Sol se cantaba
sintiéndolo desde dentro.


En la Escuela de Aprendices
de una fábrica de cobre
nos sentíamos felices
aunque cualquiera era pobre.


Yo pensé en ser emigrante
y mis padres no querían,
pero me esforcé bastante
¡y al final lo conseguía!


El marchar al extranjero
fue la mejor lotería
para ganar un dinero
y aprender filosofía.
-----------

Juan Priego

diciembre 2024

Destacados

Lucena Digital

Prensa independiente. Lucena - Córdoba - España

Aviso Legal | Política de Privacidad | Política de CookiesRSS

© 2025 Lucena Digital, Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización