¿Puede el político ser justo? Una visión liberal moderna del Estado, por Fernando Manuel García Nieto
En tiempos donde la política parece más un campo de batalla que un espacio de acuerdos, hay una corriente de pensamiento politico-económico que se resiste al cinismo: el liberalismo moderno. No hablamos del liberalismo económico que idolatra el mercado, sino de una visión más social, más institucional, que cree que el Estado, y quienes lo gestionan, pueden ser herramientas útiles para mejorar la vida de la gente.
Cuando el mercado falla ¿quién responde?
Los liberales modernos no se hacen los ciegos ante los problemas del mercado. Saben que hay momentos en que el sistema económico deja fuera a demasiada gente, concentra poder en pocas manos (monopolios y oligopolios) o genera daños colaterales (como la contaminación o la precariedad laboral). En esos casos, el político tiene que intervenir. No para imponer, sino para corregir. Regular monopolios, redistribuir oportunidades y garantizar que el juego no siga amañado.
Desde esta mirada, el político no es solo un gestor de presupuestos, sino alguien que puede diseñar políticas públicas que cambien vidas. Educación, salud, vivienda, protección social… no son lujos, son derechos. Y el Estado, en sus distintos niveles de gobierno, tiene que estar ahí para asegurar que nadie se quede atrás. No se trata de regalar nada, sino de construir un suelo común desde el cual todas las personas puedan avanzar según sus capacidades.
Democracia: el arte de negociar
El político liberal moderno no busca imponer su visión, sino mediar entre intereses diversos. La democracia no es solo votar cada cuatro años, sino participar, debatir y construir consensos. En este modelo, el político debe escuchar, explicar, y tratar de convencer. Y sobre todo, rendir cuentas ante los ciudadanos, y llegado el caso, ante los Tribunales.
Los grupos de presión existen, y las tentaciones también están ahí. Pero el liberalismo moderno confía en que con transparencia, controles efectivos y una ciudadanía activa, se puede limitar el abuso de poder. La clave está en fortalecer las instituciones: parlamentos que funcionen, jueces independientes, medios libres, y una sociedad civil que no se calle nada.
Hoy ningún país vive aislado. Los problemas son globales: cambio climático, migraciones, crisis económicas. Por eso, los políticos deben mirar más allá de sus fronteras. Cooperar con otras Administraciones y con otros Estados, participar en organismos internacionales, y pensar en soluciones compartidas. El Estado ya no es un castillo cerrado, sino una parte de una red global que exige diálogo y visión.
¿Idealismo? Tal vez, pero es necesario.
La crítica liberal moderna no es ingenua. Sabe que hay corrupción, intereses, y burocracia. Pero apuesta por la reforma democrática como camino. Cree que el político puede ser agente de justicia, si hay instituciones sólidas, ciudadanía vigilante, y una voluntad real de servir a los demás. En definitiva, no se trata de idealizar a quienes gobiernan, sino de exigirles más. Porque sí, algunos políticos pueden ser parte del problema, pero otros pueden ser parte de la solución.
Fernando Manuel García Nieto
