Espejos, por Pepe Morales
Circula por las calles una multitud de personas presas de la tiranía de la moda y carentes de criterio propio que invitan a preguntar: ¿no tienen espejo en casa?, ¿a nadie con criterio y sinceridad en su entorno? En el cuento “Blancanieves” de los Grimm, la madrastra exige al espejo mágico una respuesta concreta y, en “El traje nuevo del emperador” de Andersen, es un niño quien señala públicamente la evidencia de la desnudez del monarca. Los cuentos populares son una manera de transmitir y perpetuar valores y de conformar el pensamiento.
La TV y las redes sociales exhiben personajes estrambóticos tipo Vaquerizo o Carmen de Mairena como antaño hacían los circos con la Mujer Barbuda o el Hombre Elefante. Hoy, las extravagancias con botox, silicona, tintes y demás se exhiben con normalidad en calles y plazas, y los espejos mágicos vendidos por Amazon sacian la vanidad de quienes en ellos se miran sin obligación de responder. El esperpento tuvo su origen en los espejos deformantes del Callejón del Gato, donde Valle–Inclán y Max Estrella advirtieron sobre la realidad española.
El político español (cargos, militantes y simpatizantes de partidos, tertulianos, periodistas, opinadores, cuñados, jueces y policías patrióticos, obispos y otras especies) no utiliza los espejos, ¡maldita la falta que le hace! La afirmación es extensiva a los pueblos de la Europa mediterránea donde, como recoge el refranero, “A nadie le huelen sus ‘peos’, ni sus hijos le parecen feos”. Pero no es la única ni la mayor deformidad que ostentan incluso con orgullo. La falta de criterio y el desprecio por la verdad vienen a completar su lamentable estampa.
El político de derechas y sus votantes comparten aberraciones como sustrato ideológico a la hora de expresarse, relacionarse y exhibirse en público. PP y Vox, dos caras de la misma moneda, no usan espejos ni tienen criterio propio: se limitan a sembrar odios (a mujeres, a homosexuales, a extranjeros, a musulmanes, a rojos… y a todo lo que consideran contrario a su angostura ideológica) repitiendo soflamas y bulos al servicio del neoliberalismo. Los simpatizantes y militantes repiten lo mismo sin atreverse a señalar tan inhumana desnudez.
El secretario general Tellado adopta el lenguaje de los generales Queipo, Millán–Astray y Mola para cavar una fosa común para la Democracia, Feijóo imita la dialéctica de puños y pistolas de Abascal y Almeida, con la kipá por montera, afirma que el genocidio gazatí no es un genocidio. Son ejemplos de gente que no se mira en el espejo y desprecia a quienes les advierten de su desnuda crueldad. Los espejos deformantes de los discursos del odio, la mentira aberrante y la burda manipulación devuelven una tosigosa imagen de la derecha.
Ven lo que quieren ver y no lo que reflejan los espejos. Escuchan lo que quieren oír y no lo que transmite el viento. Callan ante las injusticias y berrean indignados contra las causas justas. Habitan un planeta virtual vendido como panacea a un público sordo, ciego y mudo, deformado por los espejos de las redes sociales y los canales de la mensajería instantánea que les responden a todas horas que son los más guapos, las más listas, los que tienen razón, las que saben más que nadie. Presas fáciles, carne de cañón, votos irresponsables y suicidas.
Lo peor de la gente deformada sin criterio son los espejos donde se miran. Les encandila un jefe de estado genocida. Les seduce el valedor del genocidio, un pésimo empresario, golpista, golfo, putero, pederasta, mentiroso, matón y ladrón del bienestar para vender sus armas, armas para que los pobres se maten entre sí mientras los ricos quedan lejos de las trincheras, a salvo. Un mundo sin criterio es capaz de creerse los atentados amañados por la extrema derecha yanqui para desatar cacerías ideológicas y cerrar ojos ante el exterminio genocida del pueblo palestino.
Pepe Morales
