¿CÓMO SE ESTÁ TRANSFORMANDO LA REALIDAD INTERNACIONAL?, por Fernando M. García Nieto

transformacion digital lucenaLa realidad internacional está cambiando constantemente. En los últimos veinte años hemos sido testigos de la conformación de un Sistema Internacional estructuralmente nuevo, más complejo y dinámico, fruto de la transformación de un sistema contemporáneo que se originó a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989, y en el que aún no ha quedado establecido un equilibrio duradero.

 


Recapitulemos. En la Historia han existido diversos sistemas internacionales, la situación actual de cambio no es algo nuevo. La configuración del sistema mundial ha estado siempre inmersa en un proceso de cambio continuo y constante. A partir de la Paz de Wesfalia en 1648, Europa se estructura en base a un esquema de lucha de poder entre los nuevos Estados Modernos. El resto del mundo, o estaba por descubrirse o estaba colonizado por las potencias europeas, así que la realidad mundial se instituye a imagen y semejanza del Viejo Continente.

 

A continuación, a partir de la Primera Guerra Mundial y bajo la tutela de la Sociedad de Naciones, se inicia un proceso descolonizador que introduce cambios estructurales y nuevos actores en el sistema internacional. Las potencias coloniales son derrotadas y naciones no occidentales ganan relevancia internacional. Posteriormente, finalizada la Segunda Guerra Mundial, el sistema mundial queda dividido en dos bloques, el occidental liberal capitalista, con una economía de mercado, y oriental comunista, una dictadura del proletariado con una economía planificada, enfrentados ambos en un “equilibrio del terror” condicionado por la carrera armamentística nuclear entre las dos potencias hegemónicas, EE. UU. y la URSS. Esta situación constituye un sistema internacional polarizado con dos extremos identificados con las dos superpotencias.

 


La etapa contemporánea comienza con el derrumbe del bloque comunista y la desintegración de la URSS. Asistimos en este periodo a la desaparición de la bipolaridad y la configuración de un sistema internacional bajo el control del hegemón estadounidense. Este sistema contemporáneo tiene como eje a la Globalización y está caracterizado por la existencia de un sistema social de alcance planetario donde la inclusión, la interdependencia y la movilidad son sus rasgos más destacados. El desarrollo tecnológico permite una mayor movilidad de personas, bienes y servicios, ideas e imágenes, y con ello se configura un nuevo mundo más virtual y menos territorial, donde las fronteras físicas pierden gran parte de su sentido. Existen diferencias económicas y sociales entre los distintos Estados y esta desigualdad provoca un aumento de las migraciones. La Globalización ha provocado la relativización de la soberanía de los Estados-nación, que ceden autonomía política y económica a instituciones internacionales, que a su vez están influenciadas por los intereses de los Estados más fuertes, y a distintas corporaciones transnacionales que imponen su visión económica del mundo.

 


Pero en las últimas décadas el proceso se ha acelerado y múltiples cambios en el poder relativo mundial están haciendo inestable el equilibrio anterior. Esta transformación de la realidad internacional y por consiguiente de la estructura de poder mundial, se origina a partir de diversos cambios en los factores geográficos, económicos, demográficos, tecnológicos, militares, políticos, ideológicos, sociales y culturales, que determinan el sistema internacional. De este modo, la crisis financiera de la primera década de este siglo, el progresivo envejecimiento de la población, más acusado en los países occidentales, la puja tecnológica y sus consecuencias en el mercado internacional, la reactivación de conflictos territoriales enquistados entre diversas naciones, la carrera armamentística y las diferencias entre las políticas nacionales de defensa, la desigualdad, mayor en los países del sur, el avance del populismo y de un nacionalismo reforzado en las naciones democráticas occidentales, y la reciente pandemia del coronavirus y sus efectos derivados para la economía, están produciendo el cambio acelerado del sistema internacional.

 


Además, desde que el avance comunista dejó de ser motivo de preocupación en los países capitalistas occidentales, han ido surgiendo otros problemas sistémicos en su génesis y en sus resultados. En estas últimas décadas los intereses nacionales han sido superados en la agenda de los Estados por problemas de carácter global como son; el cambio climático, la seguridad alimentaria, las nuevas fuentes de energía, el acceso al agua potable, los cambios demográficos, las migraciones, el crimen organizado y el narcotráfico internacionales, la proliferación de armas nucleares, y la fractura entre culturas, etnias y religiones, además del mantenimiento de la paz, la seguridad y la estabilidad internacional. Pero estas nuevas cuestiones dominantes de carácter global requieren de consensos mayores para resolverse, porque ningún país tiene, por el momento, influencia y poder suficiente para resolverlos en solitario. Por ello resultaría determinante el papel de las organizaciones e instituciones internacionales como el G-20 y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Es decir, ahora se requiere una nueva arquitectura de gobernanza global que está aún en fase de reconstrucción tras la pérdida de la hegemonía por Estados Unidos. Pero ¿se están teniendo en cuenta estos cambios? Los mandatarios mundiales siguen anclados en los esquemas anteriores. Las amenazas se están procesando con el filtro nacional, estigmatizando al “otro” en un afán de preservar el viejo orden anterior al actual sistema postoccidental y posthegemónico. Lo hemos visto recientemente con la pandemia mundial que nos ha tocado vivir, en la que se habló del “virus chino” y distintas naciones se embarcaron en una “guerra de vacunas” tratando de superar al resto de países en la consecución de la vacuna del coronavirus para la obtención de estratégicas ventajas políticas y económicas. Por tanto, se observa debilidad en la estructura institucional planetaria y regional ante la falta de un Estado hegemónico que imponga su modelo, y el fortalecimiento de diversos nacionalismos y secesionismos, en un escenario de incertidumbre y desconfianza.

 


Los principales actores de las relaciones internacionales son los Estados, junto a otros como las organizaciones internacionales, las empresas transnacionales, los medios de comunicación internacionales, los movimientos sociales, la opinión pública mundial, los grupos terroristas transnacionales, el crimen organizado internacional y algunos individuos con influencia mundial. Y todos influyen de un modo u otro en la conformación y el cambio de la realidad internacional. El objetivo externo principal y más antiguo de los Estados es su protección externa y la ampliación de su esfera de influencia y poder. Pero el actual sistema, por su interdependencia, ha obligado a los gobiernos a enfocarse también en detener las amenazas globales derivadas de los problemas citados anteriormente, que son el resultado de un mundo más globalizado, en el cuál “lo que le pase al vecino tiene cada vez más consecuencias para nosotros”.

 


Las estrategias que siguen los Estados para el logro de sus objetivos externos en sus relaciones con el resto de países son tradicionalmente: la diplomacia, coercitiva en muchos casos, la influencia en organizaciones internacionales e instituciones globales, imposición de sanciones y políticas económicas proteccionistas, y como último recurso el uso de la fuerza, que puede adoptar formas híbridas, entendidas como aquellas estrategias militares que utilizan toda clase de medios y procedimientos, ya sea la fuerza convencional o cualquier otro medio irregular como la insurgencia, el terrorismo, la migración, los recursos naturales, o cualquier otro que sirva para desestabilizar al enemigo.

 


La crisis económica y financiera global de 2008 tuvo impactos muy fuertes en el plano político, económico y social, a nivel planetario. Las potencias occidentales, con EE. UU. a la cabeza, se han visto superadas, incapaces de dar solución a los problemas derivados de la crisis, mientras otros actores como China o la India, que no siguen los modelos democráticos y liberales de occidente, han superado el trance sin mucha dificultad. El debilitamiento de Estados Unidos y sus aliados occidentales subsiguiente, y la fortaleza de estos nuevos actores emergentes provoca la reconfiguración del sistema internacional, ahora multipolar muy distinto del anterior.

 


El AUKUS es una consecuencia de la reconfiguración del poder relativo mundial. Estados Unidos ha sellado un acuerdo con Reino Unido y Australia, que es una alianza estratégica militar para la región del Indo-Pacífico (septiembre, 2021). Estados Unidos y el Reino Unido ayudarán a Australia a obtener submarinos de propulsión nuclear. Aunque en el anuncio conjunto no mencionaron ningún otro país por su nombre, fuentes anónimas de la Casa Blanca han alegado que el Aukus está diseñado para contrarrestar la influencia de China en la región del Indo-Pacífico. Este convenio incluye la cooperación en "capacidades cibernéticas, inteligencia artificial, tecnologías cuánticas y capacidades submarinas adicionales". Australia adquirirá nuevas capacidades de ataque de largo alcance para su fuerza aérea, marina y ejército.  El pacto se centrará en la capacidad militar, separándolo de la alianza de intercambio de inteligencia “Five Eyes”, que también incluye a Nueva Zelanda y Canadá. Estados Unidos está perdiendo su interés por Europa, está desplazando su fuerza militar y su poder de influencia al Indico- Pacífico, donde Taiwán, aliado estadounidense, observa con preocupación el despliegue de instrumentos comerciales y militares del gigante asiático.

 


Francia, aliada de los tres países, retiró a sus embajadores de Australia y Estados Unidos; el ministro de Relaciones Exteriores francés calificó el pacto como una "puñalada por la espalda" tras la cancelación por parte de Australia de un acuerdo para la adquisición de submarinos franco-australianos por valor de 56.000 millones de euros sin previo aviso. Ahora los franceses están intentando presionar a los países de la Unión Europea para la creación de un ejército europeo, lo que no parece muy descabellado teniendo en cuenta el despliegue ruso en la frontera de la Unión y los recientes ataques híbridos en la frontera de Polonia por el aluvión de migrantes promovido y facilitado desde Bielorrusia.

 


Mientras tanto, se ha llevado a cabo la retirada total de Afganistán de las tropas internacionales, estadounidenses principalmente, y se ha hecho de una forma precipitada y desordenada, lo que ha permitido a los talibanes recuperar el completo control del país. Para nada ha servido la inversión millonaria occidental y las bajas sufridas en casi 20 años de guerra con el objetivo de implantar un gobierno democrático en la zona.

 


La situación geopolítica y estratégica que estamos describiendo, ha sido bautizada en algunos medios como la “Segunda Guerra Fría”, y está caracterizada por la tensión entre dos grandes bloques de poder e influencia opuestos. Por un parte, Occidente y la OTAN, liderados principalmente por EE. UU. y Reino Unido, en el que la Unión Europea tendría un papel secundario. Y, por otra parte, Oriente, bloque integrado por China y Rusia, que podrían ocasionalmente tener intereses similares o ir por separado. En este escenario se llevan a cabo acciones propias de guerra híbrida, como ciberataques, o el uso de los migrantes para desestabilizar a países vecinos, así como “guerras subsidiarias”, como las de Libia, Siria o Ucrania. La rivalidad es geopolítica, pero también es de carácter económico, militar, cultural y tecnológica, con escasa influencia de las organizaciones internacionales en la resolución de los conflictos y problemas más urgentes, y tiene lugar en un marco de anarquía internacional generalizada, donde los Estados más fuertes van por libre sin ser capaces de llegar a verdaderos consensos que beneficien a todos, embarcados en una particular lucha por el poder y la influencia mundial.

Fernando M. García Nieto

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