Adorar a Sorrentino, por Julián Valle Rivas

paolo sorrentinoAl cineasta napolitano Paolo Sorrentino se le puede adorar, pero nunca odiar; se le puede ignorar, pero nunca condenar. Sus obras no son de las que se admiran o aborrecen, no se trata de un cineasta de los que gustan o no.

 

 

   Sorrentino es cine, y su filmografía puede generar emoción o indiferencia, nunca desprecio. Dependerá de las preferencias y del estado de ánimo de cada cual. Porque su cine no es sólo una historia, es una sucesión de sensaciones a través de imágenes que se deslizan ante los ojos del espectador, es una construcción de planos evocadores que penetran en su visceralidad, es un cúmulo de belleza que deslumbra su consciencia, revitalizando la inconsciencia. Porque su cine es luz hasta cuando la oscuridad sobrepasa los encuadres de la secuencia.

 


    Aunque fascinado desde muy joven por el mundo de la cinematografía, encauzó sus estudios hacia el ámbito de la economía y el comercio, a cuyo abandono se vio abocado, incapaz de silenciar la llamada de la vocación. A los veinticuatro años se adentró en el mundillo por vía del cortometraje, escribiendo él mismo o participando en la escritura de los guiones, compromiso al que ya no renunciará. «Un paradiso» (1994), «L’amore non ha confini» (1998) y «La notte lunga» (2001) fueron sus primeras aportaciones al género. Coincidiendo con la última, debutó en el largometraje con «El hombre de más» (2001), protagonizada por quien será su actor fetiche: Toni Servillo; obra que le valió la felicitación de la crítica y el público, junto con tres nominaciones a los Premios David de Donatello. En 2004, saldó un débito con la televisión dirigiendo «Sabato, domenica e lunedì», a partir de un libreto del dramaturgo Eduardo de Filippo, con Toni Servillo al frente del reparto, con quien repitió aquel año en la gran pantalla estrenando «Las consecuencias del amor», drama con tintes mafiosos que le brindó el salto al mercado internacional, pues, además de ser galardonado con cinco Premios David de Donatello (mejor película, incluido), obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes y dos nominaciones en los Premios del Cine Europeo. Encadenó la cosecha de elogios y nominaciones con «El amigo de la familia» (2006) y amplió su presencia internacional con «Il Divo» (2008), un drama biográfico con aires de comedia negra, de nuevo con Toni Servillo, aquí, en el magistral papel de Giulio Andreotti, por el cual ganó los premios David de Donatello y del Cine Europeo a mejor actor. Asimismo, la producción logró un primer destello en Hollywood con la nominación al Óscar por su maquillaje. Tras una cuarta incursión en el cortometraje con «La partita lenta» (2009), su primera coproducción internacional aderezada por reparto de estrellas le llegó con «Un lugar donde quedarse» (2011), protagonizada por Sean Penn y Frances McDormand, que cosechó hasta seis Premios David de Donatello, aunque fue acogida con disparidad entre la crítica y el público. La gloria la encarnaría «La gran belleza» (2013), egregio filme, emblema de la maestría cinematográfica, oda a Roma y homenaje al amor, a la madurez y a la belleza; otra vez con un portentoso Toni Servillo encabezando el cartel; película laureada con el Óscar, el Globo de Oro y el BAFTA, entre otros. Participó, en 2014, en un fallido puzle de historietas amorosas brasileñas, frívolo batiburrillo de directores, guionistas y nacionalidades, titulado «Rio, eu te amo»; para recuperar su esencia y mejor versión con «La juventud» (2015), espléndida coproducción protagonizada por Michael Caine y Harvey Keitel, en la cual ahonda en la recurrente exploración de la madurez y del cansancio de la propia existencia, como algunos de los temas principales de su filmografía. En 2016, Sorrentino demostró que también podía ser grandioso en la producción televisiva, para ello, creó, dirigió y coescribió la serie «The Young Pope», joya del microcosmos del autor, con Jude Law y Javier Cámara, que tuvo su continuación en 2020 con «The New Pope», a la que se sumó John Malkovich. Mientras, mantuvo su afecto por el cortometraje con el publicitario «Killer in Red» (2017) y con «Piccole avventure romane» (2018), para volver al largo con otra biografía política en «Loro» (2018), estrenada en dos partes, si bien, al menos en España, se concentró en una entrega, «Silvio (y los otros)», en torno a la figura de Silvio Berlusconi, interpretado, cómo no, por Toni Servillo.

 


    El pasado mes de diciembre, Sorrentino nos regaló (¡vísperas de Navidad!) su último prodigio cinematográfico: «Fue la mano de Dios». Película de corte biográfico, ambientada en la Nápoles de finales de los años ochenta, coincidiendo con el fichaje de Maradona (personaje recurrente en su filmografía) con club de fútbol de la ciudad (deporte igualmente muy presente en su obra), en la cual aborda, o quizá mejor, revela al espectador aquellos condicionantes de su creación: la idealización del padre, la decepción por la infidelidad paterna, la frugalidad del amor, la pérdida de los progenitores, la importancia de la relación familiar y de la amistad, la crudeza de la madurez, el culto a la vejez, la belleza que atrapa en cualquier rincón, la angustia casi depresiva de los periodos de decadencia, el deseo hacia la hermosura de la opulencia, la calma de la destrucción, el equilibrio del exceso.

 


    Y, por supuesto, la mirada del cine, de su cine. Aquél que mece y consuela, que seduce y retiene, que transciende y rememora, que maravilla y magnifica, que estremece y abruma. Aquél que hace adorar a Paolo Sorrentino.


Julián Valle Rivas

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