Aceite y aceituneros, por Pepe Morales

aceite lucenaEl titular de la noticia de Cordópolis que informa sobre la Feria del Olivo de Montoro es un epítome de lo que está ocurriendo con el precio del aceite: «El ‘tesoro’ del aceite de oliva: el sector descubre que el consumo no ha caído tanto como han subido los precios». Y el subtitular concreta: «Una mesa redonda analiza la ‘asombrosa reacción del consumidor’ que ha hecho abrir los ojos a los olivicultores ante el producto que manejan». Los conceptos ‘tesoro’, ‘descubre’ y ‘asombrosa’ llaman a una atenta lectura circunspecta del artículo.

En el cuento de Alí Baba, el protagonista es un personaje humilde, generoso y simple que se esfuerza sin éxito para mantener a su familia. Cuando “descubre" por casualidad un “tesoro", la ética de Alí se derrumba y se apodera de riquezas que pertenecen a una banda de ladrones. El jefe de los ladrones, camuflado como comerciante de aceite, esconde en tinajas a su banda para matar a Alí Babá, pero el plan fracasa y los ladrones, ocultos en las tinajas, mueren al ser llenadas con aceite hirviendo. Así se cuenta en Las mil y una noches.

Productores y recolectores de aceitunas llevan siglos esforzándose con escaso éxito para mantenerse mientras terratenientes e intermediarios se han hecho de oro cosecha tras cosecha. En los últimos años, la sequía y las olas de calor han reducido un 50% la cosecha y como fórmula mágica para evitar el desabastecimiento han tirado de neoliberalismo hasta lograr que el precio en origen –¡ábrete sésamo!– pase de 1,90 € en 2022 a 9 a primeros de 2024 y a 7,50 hoy. En el súper, usted que lee sabe mejor que nadie a cómo paga el litro.

A los propietarios e intermediarios reunidos en Montoro, sus cuentas de resultados les han dicho que el consumo apenas ha caído un 30% y hablan de “la asombrosa reacción del consumidor” ante una de las mayores crisis de producción de la historia al encadenar dos pésimas campañas. Se llama “asombroso” a cualquier hecho que produzca gran admiración o extrañeza, sea en el mundo real o en el territorio de la fabulación, sea mostrando que las leyes de la economía son un cuento o sea abusando del consumidor con brutales subidas.

Dicen quienes viven de la producción, venta y comercialización del aceite de oliva que “El consumidor nos ha dado una lección magistral que nunca debemos olvidar. [...] Tenemos un tesoro entre las manos que ni nosotros mismos sabíamos que teníamos”. Algunos llegaron a decir que el sector debe aprender para que cuando lleguen buenas cosechas “sepamos disponer de esa renta que el consumidor está dispuesto a dejarnos porque tenemos un producto único […] muy poco sustituible en los hogares que el consumidor va a necesitar”.

Y, venidos arriba, han rematado la faena: “Tenemos la oportunidad para seguir valorizando el aceite de oliva y convertirlo en un producto de demanda y no de oferta”. A pesar de la ignorancia economicista del vulgo, se intuye que –¡ábrete sésamo!– convertir el aceite en ‘producto de demanda’ es sacarlo del lineal del garrafón y colocarlo en el selecto expositor donde convive con Chanel nº 5, The Macallan 78 y otras delicias de dioses; o sea, mantener un precio prohibitivo para el populacho. Por lo pronto, ya han puesto alarmas a las botellas.


Es de imaginar que habrá corrido el Dom Perignon para celebrar el descubrimiento de tan asombroso tesoro que ha hecho abrir los ojos –¡ábrete sésamo!– como platos a propietarios e intermediarios. Como siempre, a los olivos los sigue levantando gente humilde, generosa y simple, emigrantes muchos, que se esfuerzan sin éxito para mantener a su familia, gente excluida del festín y retratada en 1937 por Miguel Hernández en su poema Aceituneros: “No los levantó la nada, / ni el dinero, ni el señor, / sino la tierra callada, / el trabajo y el sudor”.

Pepe Morales

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