Violencia en diferido, por Pepe Morales

opinionDirán que son enfermas, siempre se dice de las personas extremadamente violentas, de psicópatas capaces de organizar una matanza y asesinar a sangre fría a gente indefensa para echar una mañana de jueves o la tarde de un martes cualquiera. Tal vez caigan doce alumnos en un instituto, siete u ocho clientes en un hipermercado o 70.000 habitantes en tierras vecinas del infierno; da igual, la muerte es un espectáculo tan cotidiano que sólo remueve conciencias cuando los medios la envuelven en el celofán de la publicidad y la propaganda.

La violencia forma parte de casi todas las culturas y la neoliberal genera violencia estructural desde la desigualdad a la que es sometida la sociedad por la codicia extrema. La extrema pobreza genera violencia extrema y el capital la canaliza al señalar como culpables a personas vulnerables desde la imposición de un terrible pensamiento único. Los mercaderes del odio y de la violencia no son más que cobardes que arengan a otros, gente violenta con tremendo vacío neuronal, para que acosen, agredan y maten a las personas señaladas.

Cuando la irresponsabilidad política inventa problemas (y la insensatez mediática los magnifica) como la okupación de viviendas, la “invasión” de migrantes (gran reemplazo la llaman), la “paguita” a Menores Extranjeros No Acompañados, la discriminación de los hombres, las denuncias falsas por mujeres, la epidemia homosexual o la ineficacia de las vacunas, están señalando. Cuando los de Abascal, también los de Ayuso y Feijóo, señalan, se activan las pulsiones violentas que anidan latentes, acechantes, en distintas jaurías humanas.

Cuando las extremas derechas señalan, los “desokupas” amenazan con bates de béisbol a ancianas o familias vulnerables en nombre del sector de las alarmas y del mercado inmobiliario. Dan miedo estos enfermos que forman a las fuerzas de seguridad. También, activado el odio al extranjero pobre, arden asentamientos en Huelva o El Ejido, apalean sudacas y se aplaude el tiroteo en El Tarajal. Hay quien reza para que naufraguen pateras en el Mediterráneo o cayucos en el Atlántico y se aprovecha a la vez de los supervivientes para restaurar de facto el esclavismo soñado.

Cuando el machismo señala, por la Iglesia bendecido, cientos de mujeres son asesinadas por quienes se consideran sus dueños, gran parte de la sociedad se siente comprendida cuando se normalizan las hostias domésticas y salen las manadas empalmadas a la caza de carne joven y fresca para saciar una sexualidad deformada. El patrón volverá a ser jefe en la fábrica, la oficina, el comercio y en la cama, como dios manda, y utilizarán los machos el canal misógino de la Justicia para apretar el dogal machista sobre los cuellos de las mujeres.

Hay que estar muy enfermo para agredir (y matar) al grito de “maricón/bollera de mierda”, un grito habitual que niñatos y niñatas escuchan en el patio del colegio, en la sobremesa de casa, en las redes sociales y en alguna homilía. Hay que estar muy enfermo para señalar y proponer terapias curativas como si se tratara de un cáncer o una escoliosis, muy enfermo para señalar el pecado nefando (delito para la derecha radical) y encubrir la pederastia impune de sotana y seminario. A las restantes siglas de LGTBI+... más pecado… y más violencia.

La gravedad de los señalamientos radica en su capacidad para despertar a la bestia de la violencia en personas acosadas por el sistema neoliberal, que hoy se acercan con mucho peligro a una mayoría social. Es gente intelectualmente disfuncional, con la empatía castrada, orgullosa de su analfabetismo, que duda de la ciencia, rechaza las vacunas, no creen que la capa de ozono esté dañada y tiene el convencimiento de que la tierra es plana. Son personas con derecho a voto que sienten atracción por la violencia y no creen en la Democracia.

Pepe Morales

Casamiento y mortaja del cielo bajan, por Juan Priego

casamiento mortajaEste viejo refrán, que ya sólo lo usan los muy mayores y, seguramente desconocido por los jóvenes, señala lo poco que sirven los propósitos humanos cuando se trata del casamiento o de la muerte.


Allá por el 1962, en el que habría de cumplir los 19 años, vivía en Dusseldorf (Alemania), con mis padres, mi único hermano y un vecino, casi familia, que se había apuntado para aquella aventura de ser emigrantes.


Mi padre (Empleado ferroviario), que había cometido la imprudencia de pedir excedencia en la RENFE, sin apañar los papeles para emigrar legalmente a Alemania, lo hizo para evitar mi irrenunciable decisión de emigrar solo y lo pasó realmente muy mal, hasta qué finalmente a los dos o tres meses, conseguíamos que en la primera Fábrica en la que estábamos trabajando sin papeles, nos arreglaran el permiso de trabajo para toda la familia.


A los dos años, mis padres habían ahorrado para comprarse un piso y volvían a España para que mi padre se incorporase de nuevo en la RENFE. Allá quedábamos los jóvenes emancipados, viviendo a tope la gran “aventura”, y empezando a valorar de verdad, lo que era una buena madre, pero con mucha fuerza y decisión para seguir adelante y disfrutando a tope aquella juventud alucinante.


Hice muy buenos amigos (casi hermanos de emigración) y el baile, el trabajo y el fútbol ocupaban todo mi tiempo. Todos los fines de semana, acudía al centro español, donde encontraba chavalas españolas y alemanas que simpatizaban con lo español, para bailar con orquesta hasta la madrugada


Un sábado escuchaba a dos chicas alemanas, una rubia y otra morena, charlando en la antesala, y quedé prendado de la morena. Rápido pedí ayuda a un amigo para que sacara a bailar a la rubia, mientras yo sacaba a la morena y cuando estábamos bailando, descubrí que era española y de Barcelona.


Me sentí muy avergonzado de lo mal que yo hablaba alemán, comparado con aquella chica que hablaba como una alemana nativa y al día siguiente, me apunté en una escuela nocturna para aprender a hablar y escribir alemán correctamente, que fue vital para mi trabajo en una empresa en la que estuve ocho de los diez años que pasé en Alemania y donde me dieron el título de Walzmeiter (Maestro en perfiles metálicos).


Esa chica con 20 años fue la madre de nuestros tres primeros hijos en Dusseldorf y un cuarto hijo (hija) a nuestra vuelta en España y desde entonces, nos ha cuidado a los cinco y hoy, que ya somos mayores, la cuido yo a ella, intentando emularla en una mínima parte de cómo lo hizo ella durante tantos años.


A continuación, un canto a los refranes, para resaltar que son un entrañable legado de nuestros mayores y nunca deberíamos olvidarlos:


Los refranes
Los refranes son reflexiones
que ya tienen “más de un año
para aclarar las cuestiones,
que hacían gentes de antaño.


Siguen teniendo sentido,
encierran mucha verdad
y no caen en el olvido
a los mayores de edad.

Cada cual conoce alguno
hay muchos por recordar
no te olvides de ninguno
por si los quieres usar.


Yo suelo pensar en ellos
para cualquier pensamiento
los hay más y menos bellos…
¡Que no se los lleve el viento!

…………….


 Juan Priego
febrero 2025

Votando al enemigo, por Pepe Morales

votando al enemigoAunque llevan una década y pico mostrando fauces y garras sin recato, el llamado “decreto ómnibus” ha servido para mejorar la vida de la gente y poner de manifiesto dos detalles al respecto del Partido Popular: eliminar dudas sobre la mediocre talla política del bluf Feijóo y certificar que las derechas radicales sólo defienden los intereses de las élites económicas y empresariales. Y también para mostrar la naturaleza mezquina, populista y manipuladora de la derecha radical y sus bulos y desinformación voceados por sus medios y redes sociales.

El NO del PP, Puigdemont y Vox al decreto en un par de días mutó a un SÍ del PP y Junts. De la mafia de Abascal no cabe esperar más que su deseo de acabar con el Estado del bienestar, socavar la Democracia y jalear la imposición de aranceles al mundo, también al campo y las empresas españolas, por la desgracia que gobierna en EE.UU. De no ser por la toxicidad informativa, el analfabetismo político y el académico, no habría explicación para el sindiós de Galicia, Madrid, Valencia, Andalucía o Extremadura que amenaza a toda España.

Cuesta pensar en pensionistas que votan a quienes congelan o impiden que se revaloricen sus pensiones, a quienes han hecho de su atención y sus cuidados un negocio rentable para concesionarias privadas y fondos buitre, a quienes acosan y persiguen a las personas migrantes que los pasean y acompañan por cuatro perras porque sus hijos e hijas priorizan, en ocasiones, la atención a sus mascotas. Cuesta trabajo, pero debe haberlos y haberlas cuando las políticas de las derechas reciben un respaldo tan mayoritario en las elecciones.

Cuesta trabajo imaginar a mujeres cuyos votos alimentan al machismo y a la misoginia, al negacionismo de la violencia practicada por maltratadores y asesinos de mujeres, a quienes amparan a jueces y juezas que revictimizan a las víctimas femeninas, a quienes legislan para que las mujeres cobren menos por el mismo trabajo que los hombres, a quienes ríen la gracia a las manadas de imberbes violadores. Cuesta trabajo, pero debe haberlas, muchas, cuando las políticas de las derechas reciben un respaldo tan mayoritario en las elecciones.

Se hace cuesta arriba pensar en personas trabajadoras que votan contra la dignidad de sus empleos, que prefieren a quienes están en contra de toda subida salarial, contra las horas extras voluntarias y remuneradas, contra los contratos y las condiciones que protegen a quienes acopian la riqueza siempre mal distribuida, contra la conciliación o la gestación sin penalizar con el despido preventivo. Cuesta trabajo, pero debe ser numerosa la especie cuando las políticas de las derechas reciben un respaldo tan mayoritario en las elecciones.

Es inconcebible pensar que existan gais, lesbianas, transexuales y bisexuales que votan a ideologías que los señalan para que las jaurías los acosen y apaleen, a quienes siembran odio contra toda forma de diversidad afectiva y sexual que contradiga la Biblia, a quienes construyen armarios donde esconder lo que sus sucios ojos se niegan a ver, a quienes proponen terapias de reconversión sexual. Cuesta trabajo, pero debe haberles en cantidad cuando las políticas de las derechas reciben un respaldo tan mayoritario en las elecciones.


Quién iba a imaginar que la ciudadanía votaría a quienes destrozan la Sanidad y la dejan en manos de empresas privadas de dudosa ética hipocrática, a quienes eliminan poco a poco la Escuela pública para engordar a empresas adoctrinadoras y chiringuitos que venden titulaciones y másteres, a quienes hacen de la Dependencia una suerte de corredor de la muerte donde muere gente sin ser valorada. Cuesta trabajo, pero debe haberlos y haberlas cuando las políticas de las derechas reciben un respaldo tan mayoritario en las elecciones.

Pepe Morales

El amanecer con alguien, por Juan Priego

Simone cantanteLa música es un bálsamo para el ser humano y creo que también para los animales y dicen que incluso amansa a las fieras, pero también hay excepciones, porque recuerdo de broma, en mi época de emigrante en Alemania, cómo se ponían los alemanes y las alemanas con una enorme jarra de cerveza delante, cuando sonaba una marcha militar.


Otra excepción, también en plan de broma, es la del violinista que tocaba en mitad de la selva rodeado de animales salvajes escuchándolo extasiados… ¡Hasta
que llegó el león sordo!


También es un buen bálsamo el leer, porque amplía el conocimiento de lo que nos rodea y nos permite conocer otras maneras de pensar y contrastarlas con
la nuestra, ayudándonos a conocernos mejor y a valorar el atrevimiento que conlleva escribir a cara descubierta, haciendo un estriptis mental, al que no
todo el mundo está siempre dispuesto o no se siente capaz.


Anoche me quedé dormido escuchando canciones de Engelbert Humperdinck, Matt Monro, Tom Jones (tres famosos cantantes de tiempos pasados) y con la
maravillosa Simone y su “Quiero amanecer con alguien”, y he amanecido hoy con pensamientos agradables y con esa bonita canción en la cabeza.


Cuando eso me ocurre, procuro recrearme en esos pensamientos agradables, desechando los que no lo son y valorando los pocos que nos quedan, que son
muchos, si los comparamos con todo lo que nos rodea por el mundo y los malos augurios que pronostican algunos profetas, más o menos interesados. Bueno,
esos lo dejaremos para otro día y hoy, pensando en Simone y su canción, nos vamos a esta reflexión sobre eso del amanecer con alguien:


El amanecer con alguien
El amanecer con alguien
es tener a quién querer
es tener quién te acompañe
para cualquier menester.


Qué linda es la compañía
sí es de alguien que te cuadre
con quién tengas armonía
cuando ya se fue tu madre.


El compartir es la esencia,
lo mejor de las virtudes
lo que alegra la conciencia
lo más grande, no lo dudes.


Cuando contigo despiertas
y hubo un amor a tu vera
ya se te abren las puertas,
¡La de soñar la primera!


El amor no es el placer
es algo más verdadero
y se empieza a comprender
cuando se acaba el sendero.


Pero eso no se improvisa
no se apaña de inmediato
y si lo buscas de prisa…
¡Te darán, por liebre gato!

…….......

 

Juan Priego

febrero 2025

Jueces contra la Democracia (lawfare), por Pepe Morales

juecesEso que llaman Justicia y sus administradores dan vergüenza (a quien la tenga). Evocan al oidor feudal, al inquisidor y al sumarísimo togado militar. Creer en la Justicia es un acto de fe, dado que demasiadas actuaciones de jueces y órganos judiciales tienen el enfoque de un auto de fe. Por eso, la lectura de las sentencias es filtrada y se hace pública "para edificación de todos y también para inspirar miedo", como señaló el jurista Francisco Peña, en 1578, en un comentario al Manual del Inquisidor de Nicholas Eymerich, escrito en 1376.

Quienes hace apenas un lustro hablaban, rasgándose las vestiduras a cuenta del lawfare, de “democracia plena” obviaron las tropelías de la derecha del PP en el Poder Judicial y el “aguante” del PSOE esperando turno para las suyas. Es el panorama desde la transición: el bipartidismo turnista garantiza privilegios para ambos partidos y para las élites por ellos representadas, entre otros la impunidad. Con la venia de sus señorías, la Justicia se ha convertido en un lupanar donde corre el dinero y el tráfico de favores es moneda habitual.

Desde que la izquierda ha tocado poder, casi un siglo después, (aguantando covid, guerra en Ucrania y volcán de La Palma) la economía española lidera el crecimiento en la OCDE, el paro ha bajado al 10,6%, hay 21,8 millones de trabajadores, el SMI ha pasado de 707 € en 2017 a 1.134 € en 2025 y las élites económicas han multiplicado sus beneficios. En el mismo periodo, la izquierda ha sido perseguida política, policial y judicialmente (lawfare), con el concurso mediático y episcopal, como no se recuerda en España desde la dictadura.

Llaman la atención muchas actuaciones de la Justicia, desde el bloqueo inconstitucional del CGPJ hasta el indecente interrogatorio del juez Carretero, pasando por el acoso y derribo de Podemos, manifestaciones de las togas en plena calle contra el Gobierno Legítimo, pronunciamientos contra leyes concretas, insumisión torticera hacia esas leyes o exhibición de todo un catálogo de varas de medir que se puede ejemplificar con la actitud agresiva hacia el entorno familiar de Sánchez y contemplativa con el clan de los Ayuso. Lawfare.

La misma Justicia que incoa causas, a la velocidad del rayo, contra políticos de izquierdas, basadas en recortes de prensa, bulos y pruebas fabricadas por la cloaca política y policial, archiva, a la velocidad del rayo, las abiertas contra políticos de derechas. El bipartidismo lo sabe y juega con ello, disfrutando, cuando hay pruebas irrefutables, del beneficio de errores increíbles en la instrucción o calculadas dilaciones que abocan sus casos a la prescripción o al archivo, con hiriente descaro, sin atisbo alguno de vergüenza, con insolente impudicia.

La gravedad del desempeño antidemocrático de la Justicia supone de facto la ruptura de la división de poderes. Gravedad que no estriba tanto en que la derecha controle la Justicia (y ésta se deje) desde la puerta de atrás, sino en la evidencia de que sus señorías aplican su militancia ideológica, de manera pública, notoria y sostenida, a la hora de enjuiciar y dictar sentencias (lawfare). Son tan numerosos como peligrosos los ejemplos de jueces que no dudan en pronunciarse abiertamente contrarios a los poderes ejecutivo y legislativo de hoy.

El Poder Judicial, instalado en un trumpista populismo autoritario, se muestra sin tapujos, al igual que los medios de comunicación, como un organismo golpista que ha tomado el relevo del tradicional alzamiento militar que sigue siendo una amenaza latente para 26.000.000 de hijoputas. Las arengas antidemocráticas de Vox y del PP ayusista quedarían en nada sin la connivencia de la brigada togada, nutrida de una nómina de jueces y juezas –consulten la hemeroteca (*)–, que muestran con orgullo su deriva ultra y no dudan en practicar lawfare.

(*) Algunos ejemplos de lawfare, unos pocos, no todos.

Pepe Morales

Saga Bond: Roger Moore (VI), por Julián Valle Rivas

octopussy james bondEl ineluctable correr del calendario acarreó el vencimiento del contrato de Roger Moore. Se habían producido cinco películas y la firma sería ahora por título. Se plantó el actor en la negativa, en parte, por una mera estrategia de presión (todavía estaba fresco el tumultuoso recuerdo de la gestión en la transición de Connery), en parte, por una natural decadencia física (cumplió los cincuenta y cinco años durante el rodaje), un cansancio y un temor al encasillamiento. Pero la recientísima compañía nacida de la fusión de Metro-Goldwyn-Mayer y United Artists, MGM/UA, no tenía la intención de arriesgarse en la saga con la introducción de un nuevo rostro para el papel protagonista. Y luego rumiaba escamón el neófito dimorfismo por el temita de esa versión apócrifa, anunciada sin reparo para aquel año de 1983, que proclamaba, con altavoz nefario, a los cuatro vientos la reaparición de Sean Connery como 007, cual contrincante reaparición de una estrella del deporte, y que merecía replica contundente, como la de Cervantes al felón de Avellaneda.


    En cambio, Albert R. Broccoli se sentía encantando, porque la aparente inminencia de la renuncia de Moore le permitió reanudar su vieja (y cansina y descacharrante) aspiración de americanizar al personaje. Mientras se tanteaba (o tanteaba, por el qué dirán o evitar inoportunas molestias) al británico Michael Billington, quien había interpretado al amante de la mayor Anya Amasova (Barbara Bach) en «La espía que me amó» (1977), Broccoli agasajó al californiano James Brolin (padre del actor Josh Brolin). Apenas superados los cuarenta años, Brolin se había hecho un nombre en la industria en la década de los setenta, y a lo largo de dos semanas vivió en Londres apadrinado por Broccoli (restaurantes, peluqueros, sastres —los trajes los pagó el actor de su bolsillo, afirmó—), hasta el punto de que lo aconsejó al buscar residencia en la ciudad. Brolin, incluso, grabó pruebas de cámara. Una de ellas con Vijay Amritraj, afamado tenista indio que interpretaría al agente Vijay en la película. Para la prueba de interrelación con una actriz, se optó por reproducir la secuencia del encuentro entre James Bond y Tatiana Románova en la habitación de hotel de «Desde Rusia con amor» (1963). Se solicitó, así, la colaboración de otra conocida de la saga como Maud Adams, quien había intervenido en «El hombre de la pistola de oro» (1974). Irónicamente, Adams fue contratada para el papel principal femenino, y el proyecto Brolin fue frustrado, pues Roger Moore aceptó representar de nuevo en la gran pantalla al Agente 007, James Bond, en «Octopussy» (1983).


    Del relato homónimo de Ian Fleming, el novelista George MacDonald Fraser, autor del primer guión, preservó el título (aunque preocupaba si sería censurado, por lo de «pussy») y la historia de Dexter Smythe, oficial militar reconvertido en padre de Octopussy, a quien Bond, con la misión de capturarlo y entregarlo a un consejo de guerra, le concede el honor del suicidio. Richard Maibaum y Michael G. Wilson retornaron a sus puestos de escritores para retocar el trabajo de MacDonald Fraser. De hecho, Wilson pudo producir la idea de la acrobacia aérea en el hangar, que descansaba en un cajón desde «Moonraker» (1979), editada para la escena introductoria. Para ello, se empleó un mini jet Acrostar Bede BD-5J y se rodó al estilo tradicional, el que mejor resiste el paso del tiempo, valiéndose de encuadres milimétricos, perspectivas de cámara, campos de visión y maquetas. Un hangar alejado decenas de metros, un segundo portón acercado otros tantos, un jet montado sobre un soporte en un coche sin techo, un escenario panorámico con un punto de vista secundario… Una obra maestra del clasicismo cinematográfico supervisada por el encargado de efectos John Richardson. Y es que, si algo sobresale en esta entrega de la saga, es la acción. El director John Glen, repitiendo responsabilidad, se apuntaló en la segunda unidad dirigida y fotografiada con mucha profesionalidad por Arthur Wooster, a quien se adjudicó el peso de la mayoría de las escenas de acción. Hubo de pasar Wooster, no obstante, un mal rato durante el rodaje, necesitando apartarse de la producción. Se rodaba la secuencia del tren en la que Bond se deslizaba por el lateral del vagón. Una distracción en el cambio de railes desvió la máquina hacia una zona no prevista cuando el especialista Martin Grace estaba agarrado al vagón. Nadie pareció percatarse o la situación no dio margen a la reacción, el caso es que Grace recibió un violento golpe que, entre otras lesiones, le fracturó la cadera y le desgajó parte del muslo. Sólo las agallas (y el milagro) hicieron que no se soltara hasta que el tren se detuvo. De haberle flaqueado las fuerzas, habría fallecido bajo el ferrocarril. Varios meses de hospitalización precisó Grace para recobrar la salud abatida por el accidente, tachado de celebridad, dadas las constantes visitas de Moore y Broccoli. En comparación, los quebraderos de cabeza de Glen para rodar sus escenas exteriores en la India, con el bochornoso calor y el descontrol de miles de personas que se congregaban colándose en plano a discreción (como el ciclista que se cruza durante la persecución en motocarros), se antojaban minucias de patio de colegio, gajes del oficio. Plausible la labor de Alan Hume en su segundo trabajo como director de fotografía de la saga. John Barry comprometió su agenda con la entrega y Tim Rice escribió la letra de la cumplidora canción de apertura para la voz de Rita Coolidge.


    Respetado el luto por Bernard Lee, lo reemplazó en el papel de M Robert Brown, eterno secundario con antecedentes en la saga, al haber representado al almirante Hargreaves en «La espía que me amó». También se escenificó un relevo para Lois Maxwell, Moneypenny, con el acoplamiento de Michaela Clavell (hija del escritor James Clavell, cuya novela «Shōgun» ha tenido una muy recomendable adaptación televisiva en el año 2024), como la asistente Penelope Smallbone, que la veterana actriz no encajó del todo bien; al menos, hasta que supo que Clavell era la hija de una antigua amiga y compañera. Insustituible, a pesar de, Desmond Llewelyn, Q. Maud Adams coprotagonizó otra vez una película de la saga con una paisana sueca: Kristina Wayborn. Y Broccoli sugirió a su amigo Louis Jourdan un giro en su carrera con el protervo personaje Kamal Khan, asignando a un rostro tan inconfundible como el de Steven Berkoff, y a su ímpetu interpretativo, el papel del general Orlov.


    Asalta el espectador a 007 en una de sus misiones liminares intrascendentes para la trama principal, que sólo le brinda el crédito de que a un tío de la planta de Roger Moore le sienta bien hasta un bigotito de pega a lo Clark Gable y que para un tío de la audacia de James Bond las acrobacias en un mini jet al filo de la muerte están al orden del día. Al meollo, el Agente 009 (Andy Bradford), disfrazado de payaso, huye de un circo en Berlín Oriental. Perseguido y ejecutado por unos gemelos lanzadores de cuchillos (David y Anthony Meyer), con su aliento definitivo, deposita a los pies del embajador británico (Patrick Barr) un huevo Fabergé, el cual se descubrirá falso. Convocado ante M y el Ministro de Defensa (Robert Brown y Geoffrey Keen), la misión de Bond será acudir, acompañado por el agregado cultural Jim Fanning (Douglas Wilmer), a la casa Sotheby’s de Londres, donde se subastará la verdadera joya, pues, en manos soviéticas, su venta podría suponer contraproducentes objetivos de financiación bélica durante la Guerra Fría. Sin embargo, en el ardor de la subasta, que Bond se encargará personalmente de atizar, llama la atención del Agente británico no el vendedor, sino el comprador, Kamal Khan (Louis Jourdan), un príncipe afgano exiliado en la India, y Magda (Kristina Wayborn), la bella mujer que lo asiste, quienes adquieren el Fabergé falso, tras la maniobra prestidigitadora de 007. En el ínterin, el consejo soviético discute su situación ante la OTAN con dos posturas encontradas: la representada por el general Gogol (Walter Gotell), partidario de mantener el «statu quo», y la defendida enérgicamente por Orlov (Steven Berkoff), quien aboga por presionar sobre las fronteras para expandir el poder militar soviético y que será contenido por la mayoría pacífica. Pronto, la trama ilumina a Orlov en el mercadeo de la falsificación de joyas soviéticas, por lo que el despiste del Fabergé puede ser un riesgo. Por su parte, James Bond, centrado en Khan, viaja hasta la India, donde, con la ayuda del agente nativo Vijay (Vijay Amritraj), consigue contactar con Khan y fastidiarlo lo suficiente como para que, a través de Magda, y una noche de seducción, le robe el huevo Fabergé, en el cual Q (Desmond Llewelyn) ha instalado un transmisor de localización y audio. Por supuesto que Khan previamente ha probado suerte con mandato expreso a su sicario Gobinda (Kabir Bedi) de asesinar a Bond, lo que, ya se sabe, equivale a apuesta ruinosa, aunque la ingenua pretensión ofrece una dinámica y disfrutona persecución en los simpáticos motocarros indios. De vuelta al amanecer amatorio de Bond y Magda, Gobinda lo deja inconsciente y lo secuestra. Despierta 007 como huésped forzado de Khan, atestiguando la visita de Orlov y enterándose, una vez que escapa de su habitación disolviendo el forjado del enrejado con una solución de ácido que Q le ha entregado disimulada en una pluma estilográfica, de los trapicheos joyeros que se traen Orlov y Khan. Se fuga, entonces, Bond del palacete donde había sido hecho prisionero y se evade, por los pelos, del cerco que, a modo de caza al hombre, ha montado Khan. Investigado el símbolo del octópodo con el que 007 se ha topado en varias ocasiones, llega el turno de presentarse en el palacio flotante de Octopussy (Maud Adams), donde Bond arriba camuflado en un batiscafo ataviado de cocodrilo (que tanto le puede valer como aquel pajarráco hídrico de la etapa Connery) y Octopussy dispone de un batallón de jóvenes y hermosas chicas desarraigadas. Allí, ella le confiesa que, pese a cooperar con Khan en el tráfico de joyas, ninguna inquina tiene frente al gobierno británico ni ningún otro gobierno, ni mucho menos frente a Bond. Al contrario, se siente en deuda con el Agente, puesto que, años atrás, concedió a su padre, el capitán corrupto Dexter Smythe, el privilegio del suicidio antes que afrontar un consejo de guerra; de ahí que el metraje introduzca una escena en la que Octopussy ordena a Khan no matar a Bond, haciéndole caso omiso, porque contratará a unos mercenarios para ello, en cuya panda destaca el armado con el estrambótico yoyó aserrador (William Derrick). Con los mercenarios acabarán Bond, Octopussy y sus chicas, no sin que antes la pareja se haya conocido más íntimamente y Octopussy haya pedido a Bond que la aguarde en su palacio hasta su regreso de un viaje. La cuestión es que 007, ignorante a ruegos, sale del palacio, se reúne con Q, quien permanece junto al cadáver de Vijay, víctima del mercenario del yoyó aserrador, y, de inmediato, marcha hasta Alemania Oriental donde Bond cree que Octopussy sostendrá su encuentro, utilizando uno de sus circos, aquél del que 009 obtuvo el Fabergé falso. Lo cierto es que el circo es la tapadera del Octopussy para el tráfico de joyas con Khan y Orlov; si bien, estos últimos aprovecharán la retirada de ella para suplir las joyas por una bomba. El plan malévolo resulta ser un ataque indiscriminado que confunda a la OTAN, facilitando los intereses de expansionismo militar de Orlov. En una larguísima secuencia ferroviaria, tensa y desesperada, con el Agente trotando, además, por las carreteras comarcales alemanas, haciendo autostop y hurtando un coche deportivo hallado muy a propósito, todo básicamente a contra reloj (pero 007 reservará unos minutos para completar su caracterización como payaso de circo, con zapatones, encalado de rostro y narizota carmesí), mueren los gemelos lanzadores de cuchillos y Orlov y la bomba queda desactivada, faltaría más. Aquí hay que admitir que el equipo de especialistas del largometraje se jugó el prestigio y la vida en las locuras aéreas (también en las ferroviarias). Así, 007 se encarama a un avión en vuelo para rescatar a Octopussy de las maliciosas garras de Khan y Gobinda. Ambos villanos mueren, por descontado (lástima del simplón antenazo o baquetazo que termina con Gobinda), M y Gogol concilian el estatus como caballeros y la pareja de Bond y Octopussy, bueno, despide el filme al modo acostumbrado.


    Dentro del fluctuante o fluctuoso, siempre delicado, apartado de calidades en la saga, «Octopussy» otorga al espectador cada una de las premisas que caracterizan el producto. No será de los mejores largometrajes, pero entretiene y descuella en chascarrillos (marca registrada Moore) insertados con admirable ingenio, y en secuencias de acción que son grandiosas y se aventuran por la proyección y organización tradicionales, altamente realistas y tangibles, reconociendo el mérito de Alan Hume, John Richardson, Arthur Wooster y el nutrido equipo de especialistas; doble mérito para Hume, por su estupenda fotografía. El revés o decepción del filme radica en el hilo argumental y en el desarrollo narrativo y armazón general del guión. La historia desorienta por momentos y desconcierta al espectador (por ejemplo, las órdenes de Bond son desenmascarar al vendedor del Fabergé y, sin más, la trama se fija en el comprador), a veces, parece que adolece de alguna pieza de engranaje. Asimismo, en su virtud tropieza esa evidencia de la figura de los especialistas ante la cámara, que trastoca al ojo, y esa arbitraria y surrealista (¡de la nada se materializa de repente una barra de trapecista!, ¡ese globo aerostático, voto a bríos!) composición de la pelea final del batallón de Octopussy, que remata la inexperiencia de las actrices… Fallos que minan, sin descuartizar, la ambición del producto, rebajándolo.


    En la pugna espuria, grimosa de morbosidad, «Octopussy» logró mayor recaudación que aquella versión bastarda, consolidando y confirmando la legitimidad en el trono, la pureza de sangre, del único y verdadero rey.


Julián Valle Rivas

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