Visto el batiburrillo que nos rodea por todas partes, vale más compartir anécdotas reales, que pueden ser como cuentos y pueden aportar un motivo para sonreír a quien guste de distraerse con la lectura sencilla. Los recuerdos son como canciones que alegran el corazón y hay anécdotas simpáticas, que son como cuentos verídicos y entrañables y contadas con cariño, pueden retratar otros tiempos pasados, mostrando los sentimientos, la picardía y las vivencias en la vida de las personas sencillas.
Ésta es una anécdota que viví de niño, extraída de otros muchos recuerdos y como ya tenemos confianza, quiero compartirla con mis lectores y amigos en esta ya larga trayectoria que empecé con vosotras y vosotros en abril del pasado año:
Los amores de niños
Cuando una mañana sonaba la llamada entrante en mi móvil de "Pablo de Valvanera" el hijo de mi querida amiga, supe que después de tanto tiempo, no podía ser nada más que lo que yo me temía:
Mi queridísima amiga se había ido a descansar a sus 90 años, pero ya sabía ella, que siempre estará en mi mente, en mi corazón y en los recuerdos de mi niñez, que he dejado plasmados en un libro de historias de aquellos tiempos.
En ese momento pasaron por mi mente las entrañables vivencias en una humilde casa de vecinos de un apartado barrio de Córdoba, en aquellos años cincuenta.
La verdad es que las personas no morirán mientras haya quien las recuerde y ella estará por muchos años en esos escritos para siempre. Es curioso, cómo una noticia puede atraer de golpe tantas imágenes a la mente, aunque en este caso estén facilitadas, al tenerlas documentadas con relatos entrañables, con fotografías, con poemas y con muchísimas historias reales que tantas personas vivieron, de haberlas recopilado, ordenado y contrastado con tantas vecinas y vecinos, dedicándole mucho trabajo y cariño al primer libro de recuerdos de
una especial barriada de Córdoba.
Aquella joven y linda vecina era la mejor amiga de mi querida madre y a sus veintiséis años fue mi amor platónico de los catorce años, esos amores que jamás se olvidan y que siempre parece que fue ayer. Desde aquellos inolvidables tiempos fuimos como familia y cuando al comienzo de este siglo XXI, fui a visitarla a su casa en Ciudad Real a llevarle aquel libro de recuerdos de aquella época, se llevó un inmensa sorpresa y alegría y descubrió lo que siempre había
sido un secreto de aquel niño que empezaba a ser adolescente.
A continuación, el poema "Amores de niño" qué, con una pincelada de humor, resume lo que fueron aquellos tiempos, en aquellas típicas casas de vecinos y pude entregárselo a mi querida amiga después de tantos años de aquel amor platónico de la infancia, que con el tiempo se quedó́ en verdadero respeto y cariño fraternal para siempre:
Amores de niño
Medio en broma medio en veras
a mi madre una vecina comentaba
porque siempre con las niñas yo jugaba
persiguiéndolas por todas las aceras.
Paquita, parece que tu Juanillo
aunque corre más deprisa que las balas
al final va a salirte modistillo
¡Solo juega alrededor de las chavalas!
Lo que ellas no podían imaginar
en aquellos duros años de posguerra
era que el chaval pudiera estar
tan salido como en celo está una perra.
Me gustaba la de enfrente, la de arriba y la del lado
y aquella buena vecina, aunque ya se había casado.
Y una calurosa siesta simulando que dormía
pude ver aquella joven al lado en el comedor
que silenciosa a mi madre una opinión le pedía
por saber cómo le estaba un bonito bañador.
Aunque a ellas parecía escandaloso
pues picante resaltaba su esplendor
yo recuerdo que, aunque todavía mocoso
me ponía como una moto y me subía “el color”.
Desde aquel mismo momento de ella me enamoré
con los amores de niño que muy celoso guardé
y recuerdo la ocasión que la acompañé a Antequera
cómo me sentí mayor y lo disfruté a su vera…
¡Fue mi platónico amor, mi querida Valvanera!
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Juan Priego
abril 2025
Consecuencia de emprender, en 1988, la producción cinematográfica número dieciséis de una colección de catorce libros es que no se disponga de un título sugerente; que, pese a tener la posibilidad de escoger entre veintiuno, ninguno de ellos resulte convincente en un cartel promocional. O su traducción, como ocurriría veinte años después con «Quantum of Solace» («Cuánto de consuelo», «Cantidad de consuelo»… Mejor dejarlo en inglés). Porque el detalle de la fidelidad a la historia original hace tiempo que quedó descartado, si es que alguna vez fue respetado. Quizá en las primeras entregas, con Ian Fleming todavía vivo. La saga se había vuelto por momentos selectiva, por momentos rapiñadora, al elaborar los guiones, y la traslación o adaptación fiel, en su medida, nunca había sido ni fue motivo de preocupación. Por ello, en aquel año de 1988, se idearía un título exclusivo para el nuevo filme, «Licencia revocada», que rescató, como punto de partida, una escena olvidada de la novela «Vive y deja morir», en la que Felix Leiter pierde un brazo y una pierna, al ser arrojado a las fauces de un tiburón, cuando lo capturan los villanos (en posteriores publicaciones el lector se cruzará con un Leiter reconvertido en detective y una suerte de garfio o pinza en su muñón); y aprehendió tres o cuatro elementos del relato «La rareza de Hildebrand», para componer un guión que narraba cómo queda revocada la condición de agente doble cero de James Bond, a la cual renuncia para vengar la cruel agresión a su amigo y a la esposa de éste (apostillaría yo que con mayor inquina asesina y destructora que la conformada por el asesinato de la suya).
Con la primera impresión del guión de Richard Maibaum y Michael G. Wilson (hecho patentado, en esta saga, que el guión no siempre se cerraba del todo), se inició el rodaje que se había mudado en pleno a México para abaratar costes. La estancia británica se había encarecido sobremanera y el destino centroamericano se entendió una excelente opción de negocio para evitar que el presupuesto se disparara. Albert R. Broccoli comentó en una entrevista que habían procurado mantener el equilibrio presupuestario. Y es que Broccoli pretendía (pretensión de un hombre con visos de hallarse desencajado de su época) realizar un largometraje a finales de los ochenta con un presupuesto de finales de los setenta. De cualquier modo, con el trabajo en desarrollo por tierras mexicanas, el gremio de escritores estadounidenses convocó una feroz huelga que dejó al equipo sin Maibaum. Wilson acometió una desesperada labor para pulir el guión antes de verse obligado a adherirse. Así, la producción, huérfana de sus guionistas, al poco lo estaría de su productor. Broccoli sufrió un ataque respiratorio en Ciudad de México, debido a la altura y densidad de la contaminación, que lo envió de vuelta a Londres y permitió a su hija Bárbara producir su primera escena: la persecución de los camiones cisterna hacia el final del metraje. Increíble escena de acción rodada bajo un sol de justicia para la que se contó con dieciséis camiones cisterna Kenworth y un tramo de carretera de La Rumorosa, cerca de Mexicali, cortado por su extrema peligrosidad, conocido, además, por los fenómenos paranormales que allí acontecían. De hecho, miembros del equipo fueron testigos de camiones que se incendiaban o se ponían en marcha solos, apariciones fantasmagóricas o fantasmales en los aparcamientos o la famosa foto fija de la mano de fuego que surge de la explosión del camión tomada por el ayudante del director y fotógrafo de la segunda unidad Arthur Wooster, y que, sin embargo, no pudo ser captada por ninguna de las cuatro cámaras que grababan la secuencia simultáneamente. Se contaba que cinco monjas habían fallecido en un accidente de minibús en el lugar, suceso que lo había impregnado de misterio, embrujo y superstición. Más pacífico fue el rodaje en la zona del pueblo otomí, donde el monumental templo, construido, al parecer, como homenaje a la población por las autoridades, se encontraba abandonado.
Como la mejor forma de conseguir un estreno bianual era confiar en la familia, se repiten los reconocidos nombres de John Glen, en la dirección, el citado Arthur Wooster, para la segunda unidad, el fotógrafo Alec Mills, el diseñador Peter Lamont, los especialistas paracaidistas Jake Lombard y BJ Worth o el supervisor de efectos John Richardson. Otros nombres eran reconocidos fuera de la saga, como el del compositor Michael Kamen, quien se desvinculó de las canciones, incluida la de apertura, interpretada por Gladys Knight, La Emperatriz del Soul. Entre las novedades del equipo técnico, el submarinista, oceanógrafo, comunicador y cineasta mexicano Ramón Bravo, que se pudo valer de los submarinos de la, entonces, Perry Oceanographics de Florida, para el rodaje de las escenas correspondientes. Los vendavales de las costas de Cayo Hueso fueron un suplicio, pues restringían a un horario concreto del día la filmación. Aunque más lo fue para los fotógrafos la impresionante mansión en Acapulco del Barón de Portanova, empleada como residencia del traficante Franz Sánchez, de blanquísimos, níveos, mármoles tallados o adornados en arabesco.
Timothy Dalton, que había firmado por tres películas, protagonizó la segunda y última de su filmografía como 007 (datos que, sin duda, apaciguan la opresiva especulación que le ha generado, paciente lector, lo abstracto del título que encabeza el presente artículo). También sería la última para Robert Brown y Caroline Bliss. No para el imprescindible Desmond Llewelyn, cuyo personaje ganó merecida presencia en la trama. Las protagonistas femeninas habían de multiplicar fuerza, entereza y determinación, cualidades olvidadas en ocasiones, y tratarse de mujeres fronterizas a los noventa. Una pena que la intención se escorase un tanto en un par de maltraídas escenas. La modelo Talisa Soto se embarcó aquí en su carrera cinematográfica. Senda similar la de la bellísima y cautivadora Carey Lowell (a pocas mujeres les podrá sentar el pelo corto tan bien y podrán lucir la funda de pistola a modo de liguero con tamaña y enloquecedora seducción), quien ya había debutado con un breve o fugaz papel en «Club Paraíso» (Harold Ramis, 1986). La casualidad hizo coincidir a Broccoli y David Hedison en un restaurante, por lo que repitió el personaje de Felix Leiter, que había encarnado en «Vive y deja morir» (1973), justo el título literario del cual se adaptó la salvajada con el tiburón. El cantante Wayne Newton soñaba con participar en un largometraje de la saga, acomodándosele un simpático papel. Pedro Armendáriz (júnior), con un modesto personaje, hizo honor a su padre, que había ostentado protagonismo en «Desde Rusia con amor» (1963). Anthony Zerbe, sobrecualificado para solventar a Milton Krest. Escasa era la andadura interpretativa de Benicio del Toro, cuando fue elegido para representar a Dario; al contrario que Robert Davi, quien se había hecho un nombre en el mundillo durante la década.
He expuesto líneas arriba que la producción se llevó a cabo bajo el título de «Licencia revocada». No obstante, MGM planteó que el público estadounidense (soberanamente paleto por naturaleza —subliminal sintagma pareció barruntarse—) no entendería eso de «revocada». Solidaria con el pueblo norteamericano, condescendiente con sus limitaciones léxicas y consecuente con su idiosincrasia, en 1989, se estrenó «Licencia para matar».
Se nos casa Felix Leiter (David Hedison), agente de la CIA y amigo de James Bond, y allá que van, por tierras de Florida, camino de la iglesia, acompañados por Sharkey (Frank McRae), todos muy emperejilados, cuando agentes de la DEA avisan a Leiter de que tienen la oportunidad de capturar al criminal narcotraficante Franz Sánchez (Robert Davi), cuya debilidad por su amante, Lupe Lamora (Talisa Soto), le ha llevado a adentrarse en las Bahamas, para perseguirla, al enterarse de que lo engaña con otro hombre, quien será ejecutado en proceso sumarísimo, mientras Lupe es castigada con un flagelo o vergajo, que Sánchez extrae con movimiento mágico del interior de la chaqueta. La persecución de la banda criminal permite a Bond cruzarse con Lupe y con Darío (Benicio del Toro), secuaz de Sánchez. Atrapado el villano mediante un avanzado sistema de enlace en vuelo, nuestros héroes aparecen en paracaídas a la puerta de la iglesia ante la exasperada mirada de la novia Della Churchill (Priscilla Barnes). Ah, Sánchez soborna al agente Killifer (Everett McGill) y es liberado durante un trayecto. En el ínterin, la celebración de la boda transcurre con la normalidad que concede el universo 007, por lo que la trama se detiene en mostrar cómo Bond es testigo de la reunión de Leiter con una joven desconocida (más adelante se presentará a la piloto Pam Bouvier —Carey Lowell—), cómo Leiter esconde un CD con información del caso Sánchez en un marco fotográfico y cómo el nuevo matrimonio regala a 007 un encendedor grabado con una inscripción. Sánchez, por supuesto, planea su venganza. Asesina a Della y secuestra a Leiter, lo encierra en su guarida camuflada de piscifactoría, regentada por Milton Krest (Anthony Zerbe), y lo arroja a un tiburón, para devolverlo a casa mutilado y a las puertas de la muerte. Allí lo halla Bond, junto al cadáver de su esposa, al recibir la noticia de la huida de Sánchez, y emprenderá su particular venganza, aunque M (Robert Brown) trate de detenerlo y revoque su licencia, en el intento. Al margen del Servicio Secreto, Bond y Sharkey localizan el lugar de tortura de su amigo, delatado por la flor arrinconada que lucía Leiter en la solapa. En incursión nocturna, Bond averigua que la empresa es una tapadera para el tráfico de drogas. Pronto es pillado por la seguridad y se monta una escabechina en la que Bond acaba con la vida de Killifer, entregándolo como carnaza a los tiburones con su dinero traidor. Segunda incursión a una propiedad de Krest: su yate, donde encuentra a Lupe y ve cómo han capturado y matado a Sharkey. Escapará Bond de sus enemigos, agenciándose una avioneta cargada con dinero de la droga de Sánchez. De nuevo en casa de Leiter, Bond toma el disco escondido y consulta la lista de contactos. Sólo la piloto Pam Bouvier sigue con vida. Al reunirse con ella en un bar del puerto, la gente de Sánchez, liderada por Darío, los ataca, y se defenderán hasta que un preciso disparo de escopeta de Pam provoque un boquete circular perfecto en la pared por donde la pareja huye, sube a una lancha y sale pitando, para quedar a la deriva al haber perdido el combustible por un disparo al tanque. Se presume, vaya, que lo de Pam ha sido amor a primera vista, entonces, pues aprovecha la intimidad de la situación para abalanzarse a los brazos de Bond. El guión no se ocupa de explicar cómo la pareja regresa a tierra. Sí conecta con la sede del MI6, donde una preocupadísima Moneypenny (Caroline Bliss) organiza el viaje de Q (Desmond Llewelyn), cargadito de estupendos artilugios, a Ithmus, ciudad (ficticia) controlada por Sánchez y residencia del Presidente Héctor López (Pedro Armendáriz), para ayudar a Bond, quien se sirve del dinero robado a Sánchez para financiar la venganza. Con mucha ostentación de billetes y chica (Pam adoptará un cambio de imagen radical), contacta con Sánchez, simulando ser una suerte de solucionador de problemas. Desde su refugio en Ithmus, se comprueba, además, que Sánchez se vale del templo del predicador o telepredicador Joe Butcher (Wayne Newton) para blanquear dinero y trapichear con las drogas. La historia se enreda aquí con un amago de coalición asiático-americana para el tráfico de drogas, un plan fallido de Bond para asesinar a Sánchez, un equipo de ninjas que aprisiona a Bond, una misión hongkonesa encubierta para detener a Sánchez, un asalto al cubil asiático por el ejército mercenario de Ithmus, un toparse con Bond inconsciente en el sitio y un despertar en la mansión de Sánchez, quien sabe que se trata de un exagente del MI6, si bien, le supera la intriga. Gracias a la colaboración de Lupe, se escabulle Bond de la mansión y monta con Pam y Q una especie de algara que incrimina a Krest en el dinero perdido, por lo que Sánchez lo asesina muy teatralmente como cargo a su osadía. Regresa Bond a tiempo para que su salida pase desapercibida a Sánchez, que lo invitará a visitar su fábrica de cocaína oculta en el templo de Butcher. Lograrán Bond y Pam desarticular todo el entramado del tráfico de drogas (eliminando, de paso, a Darío; éste lo había identificado), que Sánchez disolvía en gasolina, a fin de transportarlas en camiones cisterna, y destruirán el templo, con mucha fuga de personal despavorido. Entre explosiones y tiros, Sánchez y un puñado de sus matones se marchan con unos camiones cisterna listos para la partida. Así que Pam por aire y Bond por tierra (en realidad, se ha lanzado a un camión desde la avioneta) emprenderán la persecución de los malvados, montándose una magnífica secuencia de acción con los camiones en la cual, uno a uno, van quedando fuera de la ecuación, hasta alcanzar a Sánchez. Culminada una feroz lucha aferrados al camión, al observar Bond que Sánchez ha quedado impregnado de gasolina, recurre al encendedor que sus amigos le regalaron para prenderlo y dejar que muera ardiendo, como merece. Para el cierre del metraje, la narración crea una breve escena telefónica para evidenciar que Leiter se recupera (quizá parece más feliz de lo esperado, dado el trágico fallecimiento de su esposa; o lo estará por eso: por lo lacónico del matrimonio) y que Bond regresará al MI6, y una fiesta con Lupe como anfitriona (imaginamos que ha heredado el patrimonio —¿legal?— de Sánchez), a la que Bond, Pam y Q son invitados. Durante la misma, Lupe, ardiente de cariños, tienta a Bond para que permanezca a su lado. Presenciada la insinuación en la distancia, Pam se retira triste y sollozante (momentos ha habido en el largometraje para exhibir sus celos), reacción percibida por Bond, quien, disculpa cortés a Lupe, raudo se zambulle (literal) hacia Pam. Declara, con tan húmedo gesto, unos sentimientos compartidos… Al menos, hasta la próxima película.
En verdad, que Dalton hubiera renunciado años atrás a interpretar al personaje, asumiendo su juventud ante Broccoli, le había valido la confianza y el respeto del veterano productor. Confianza y respeto que le hizo apoyar a su actor protagonista en su empecinada o encastillada concepción de un James Bond más humano, más realista, más acorde con el personaje literario. Pero el personaje literario no era el cinematográfico. No era el que los productores habían construido para la gran pantalla, aquél que había triunfado en todo el mundo y había conquistado a millones de admiradores. Para el segundo filme de Dalton, los guionistas procuraron dosificar alguno de los rasgos arrebatados. Sin embargo, ese realismo enérgico, muy distanciado de la imagen tradicional, la imagen que había impregnado la retina y catalizado las emociones a varias generaciones, no terminó de convencer al espectador de finales de los ochenta, que reclamó el retorno del espíritu fílmico de 007. Vano fue el esfuerzo de Dalton para que el público aceptara su interpretación de un Bond consciente de su esencia asesina que lo equipara al villano de turno. Aplausos tuvo, claro. Público que celebró la identidad o cercanía con la creación de Fleming. No significa que el Bond de Dalton no fuera un éxito. Obtuvo una recaudación aceptable, aun con las decepciones.
«Licencia para matar» se ha ido engrandeciendo con el paso de los años. Es un largometraje sólido y eficaz, muy cuidado, con una acción trepidante y espectacular, un nivel superior en cuanto a su agresividad y dureza visual y narrativa. El grado de implicación de Dalton en las escenas de riesgo y la fisicidad y materialidad de las piezas o elementos que constituyen o integran cada escena permiten disfrutar de una producción que cuenta con el lujo de dirigirse a los cuarenta años sin rubor o reparo. Acierta de lleno la historia en otorgarle a Q una mayor actuación, incorporándose o acoplándose a una aventura de 007 con natural desparpajo. Vistos los parajes y las secuencias, la fotografía desprende una maestría incuestionable y rotunda. Peca, sí, el filme con esos ninjas innecesarios, con esos escuetos reflejos de débil feminidad, con la exposición de la relación que se va forjando entre Bond y Pam, a veces incoherente, con los minúsculos picos que rebasan la suspensión de la incredulidad o con lo defectuoso de algunas soluciones de guión. Y, a pesar de ello, «Licencia para matar» es una de las mejores entregas de la saga, digna de reconocimiento.
Julián Valle Rivas
La sociedad la construyen las personas. Sin embargo, la mayoría de ellas achacan algunas señas de identidad de la comunidad de la que forman parte poco menos que a la voluntad ineludible de un demiurgo descerebrado. Pero no, la sociedad refleja, para bien y para mal, la idiosincrasia de las personas que la conforman, por mucho que se eche mano del gesto exculpatorio de Pilatos o de un infantil “Yo no he sido” cuando algo no cuadra o acaece alguno de los despropósitos que habitualmente tienen lugar con contumacia perseverante.
El personal escurre el bulto de la responsabilidad ante actitudes de las que se avergüenza y despotrica en público pero que práctica y presume de ellas en privado: “es inadmisible que otros hagan lo que yo haría si pudiera sin que trascendiera, sin que nadie lo supiera”. Este sencillo mantra opera con eficacia en el imaginario colectivo y explica muchas cosas de las que suceden en España y el mundo desde un punto de vista individualista absolutamente hipócrita. Se justifica apelando a él como un presunto valor universal: “Tú harías lo mismo”.
Lo público y lo privado forman parte de la esquizofrenia que afecta a la sociedad burguesa desde el final de la Edad Media sin tratamiento paliativo que minimice sus efectos. La cosa se agrava cuando se potencia como valor de convivencia el individualismo. “Res publica” es una locución latina que significa "cosa pública", referida al ámbito social, y es el origen etimológico de la palabra "república", quedando su uso vinculado a conceptos como “bien público”, “bien común” y, por extensión, “Estado”. También es la forma de gobierno de las naciones que han logrado liberarse de la rémora medievalizante en su estructura social.
Es habitual que la corrupción sea señalada, criticada, detestada, repudiada y rechazada por la mayoría de una sociedad donde proliferan quienes compran y venden sin IVA, se saltan las listas de espera para operarse por una mediación familiar o de amistad, trampean para elegir colegio o despilfarran agua en tiempos de sequía. Estas mayorías tiran de tópicos para justificarse y uno de los más usuales, “Quien roba a un ladrón…”, identifica Estado (lo público) y partidos políticos (lo privado) que, sin embargo, son votados de forma mayoritaria.
Inducido por los medios y la confrontación parlamentaria a olvidar o ignorar para qué debieran servir los votos, el personal abdica de sus deberes como paso previo a renunciar a sus derechos. “Todos son iguales”, “Y tú más” o “Sólo van a llenarse el bolsillo” operan como bastardos axiomas que la ciudadanía repite como un coro de autómatas, negando la posibilidad de la ética a personas que realmente se ocupan y preocupan de la “res pública”, del Estado, sin más pretensiones que intentar la mejora del “bien público”, del “bien común”.
Una sociedad refleja cómo piensa, cómo actúa la media de sus individuos en lo privado y en lo público. Pero el pensamiento y las conductas son susceptibles de moldeado utilizando técnicas descritas por la psicología y la sociología, por la publicidad y la propaganda, algo constatable cualquier día en cualquier hogar, calle o red social. Una minoría dedica tiempo y recursos a manipular el lenguaje y sustituye el concepto Estado (la res pública) por la etiqueta “Patria" porque el bien común va en contra de sus propios interéses privados.
Que los trabajadores voten a quienes se oponen a la dignidad laboral, que el colectivo LGTBI vote partidos homófobos, los emigrantes a racistas, las mujeres a machistas, los pensionistas a liquidadores de pensiones y las personas enfermas a quienes privatizan la sanidad es peccata minuta, algo previsible en una sociedad capaz de votar a quienes decretaron 7.291 sentencias de muerte en Madrid o facilitaron el ahogamiento de 227 en Valencia. Es la misma sociedad que jalea al genocida de Israel o al psicópata de EE.UU.
Pepe Morales
La escritura es maravillosa y es la mejor manera para exponer nuestras reflexiones y dárselas a conocer a nuestros amigos y amigas. “Mis amigos son para mí el mejor tesoro”. Esta frase la firmaría la inmensa mayoría de las personas que yo conozco y por supuesto, todas aquellas a las que yo considero mis amigas y amigos, que por suerte son bastantes.
Lo aprendí de muy joven por propia experiencia, cuando tuve la inmensa fortuna de emigrar con dieciocho años para Alemania (aunque aún no me lo podía imaginar). Iba acompañado de mi familia y apenado por dejar atrás la vida propia de un joven de esa edad, recién fichado por un equipo de futbol de tercera división en Córdoba, que tocaba la bandurria en una rondalla y que tenía un “Pickup” con el que organizaba bonitos bailes cada semana en aquellos patios de vecinos del barrio propio y de los barrios vecinos.
A eso le sumas el que había terminado con mucho éxito un curso de aprendizaje en una gran fábrica, donde tenía ya un puesto fijo de por vida y donde se han jubilado la inmensa mayoría de los que fueron mis compañeros y amigos. ¡Y también que ya tenía novia formal!
Desde entonces no he parado de pensar en mis amigos y las experiencias sin fin vividas con ellas y ellos. Siempre fueron positivas y siempre guardé los mejores recuerdos y, además, cada día que pasa me alegro más de haberlas escrito y publicado para compartirlas con todo el que lo desee.
Ahora (A la vejez viruelas) tengo un dilema, que no es que sea muy normal, pero todos los dilemas cuando surgen han de resolverse para que no pasen a problemas y este además puede ser hasta gracioso y es la razón de esta jocosa reflexión:
Llevo casi veinte años practicando la natación en una piscina pública y desde aquel primer día, todas y todos estamos obligados a llevar un gorro para meternos en el agua y a nadie se le ocurría siquiera, saltarse esa norma sanitaria, porque está super demostrado que es buena y saludable.
Hace cincuenta años que tengo una parcela con su piscina y su depuradora (que curiosamente aún funciona) y lo que más me agrada es que mis amigos vengan y comprobar cuanto nos divertimos cada vez que vienen. Pero curiosamente, a ninguno/a se nos ocurre ponernos el gorro cuando nos metemos en una piscina particular.
Este verano pasado por diversos motivos, era la primera vez que venían, para darme una sorpresa por mi pasado cumpleaños de los 81. ¡Y vaya bonita sorpresa que me dieron y vaya un día tan maravilloso que pasamos juntos! ¡Sencillamente inolvidable!
Pero se dio la circunstancia que al día siguiente no iba bien la depuradora (cada año le limpio el filtro más frecuentemente a la anciana depuradora), y cuando le quité el filtro para limpiarlo me quedé con la boca abierta: ¡Estaba lleno de pelos! Le hice una foto y pensé: ¿qué hago? ¿Como lo hago?... ¡He ahí el dilema!
Supongo que este dilema lo tendrá hoy en día mucha gente sencilla y trabajadora, que tiene una parcela en alguna de las muchas urbanizaciones de Córdoba y provincia y que tiene su piscina y su depuradora que mantener en estos terribles veranos de Andalucía. Bueno, esto que fue más o menos posible para muchos trabajadores hace cincuenta años, se está volviendo cada día que pasa más imposible y si seguimos así, pronto volverá a ser un privilegio solo
para los de siempre. Mientras tanto, ojalá que esta reflexión les ayude a otros con esto del gorro en las piscinas particulares.
Todo se soluciona reflexionando y comunicando, la escritura es algo maravilloso y los amigos aún más maravillosos y siempre se puede confiar en ell@s. Estos versos van dedicados a mis queridos amigos y amigas:
El tener un buen amigo
es ser muy afortunado,
y si hay un enemigo
mejor si no lo has buscado.
Puede haber algún motivo
que no dependa de uno,
sólo tienes que estar vivo
para que te salga alguno.
La Amistad me hace pensar
es algo que me fascina
yo la quisiera gozar
¡Es la mejor medicina!
Pero lo que más importa,
lo que vale es la conciencia.
La que al fin te reconforta,
la que sirve de experiencia.
La Amistad da fortaleza
da confianza y da calma
porque es señal de nobleza
¡Porque te sale del alma!
Pero es también como el vino
su evolución es compleja
es un tesoro divino
vale más, cuanto más vieja.
Un amigo es una mina
el sentimiento más sano,
su valor nunca termina…
¡Siempre lo tienes a mano!
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Juan Priego
abril 2025
Con la vía pública pringada por la cera, los tímpanos perforados por cornetas y tambores, el sentido alterado por el incienso inhalado, el estómago estragado por la ingesta de fritanga repostera, el bolsillo tocado por los imprevistos, el sueño trastornado por los trasnoches y los madrugones, un jersey quemado por la vela de un penitente y la razón pidiendo auxilio, por fin se atisba luz al final del fervoroso túnel de la Pasión y el Mayor Dolor. A pesar de los orígenes milenarios que se le adjudican a la Semana Santa, no hay mal que cien años dure.
Las tradiciones parecen construidas en torno a la repetición exacerbada y ciega de tópicos, clichés, estereotipos y trivialidades que producen en el pueblo un subidón de adrenalina con efectos equiparables, en algunos casos, a los del consumo de sustancias psicotrópicas. La sociología da cuenta del sutil idilio entre tradición y actualidad, encajes y tatuajes, saetas y reguetón o sangre de Cristo y botellón. La psicología intenta explicar muchos arrebatos y los más complejos la psiquiatría. La antropología es harina de otro costal que se debe explorar.
Tronos forrados con pan de oro, mantos y palios bordados con metales preciosos, cabezas coronadas de oro, plata en varales, medallones y varas de mando, la candelería de bronce, piedras preciosas en cuellos y manos. Miles de pasos imitan al Becerro de Oro con más de 60.000 € encima, en nombre del dios de los pobres, los menesterosos y los necesitados. Y en torno a la tradición emergen negocios de los mercaderes dentro y fuera de los templos al punto de que el perdón de los pecados y la salvación cotizan al alza en el parqué celestial.
De Finisterre al Cabo de Gata, de Ayamonte a Portbou, de La Fregeneda a Denia, de Tarifa a Hondarribia, no hay ciudad, pueblo y aldea que no haya paseado al cristo más milagrero y a la virgen más guapa de España. No hay aldea, pueblo o ciudad que no haya vivido las emociones más fuertes (“No se pueden explicar … Hay que vivirlas”) de España. En todo el país han llorando los hombres y suspirado las mujeres en éxtasis místico al salir y al entrar las imágenes en los templos con corales manifestaciones henchidas de fervor y sentimiento.
Se han celebrado más de 7.000 Semanas Santas en España, en la vaciada también, todas ellas las mejores, las más atávicas y auténticas de todas. Los fieles se han disfrazado de costaleros, santeros, mantillas o penitentes, con sus medallas, su velas, sus cruces de guía y sus estandartes cofrades para desfilar el día que simulan ser más creyentes. Los infieles cambiaron el chándal y los últimos tributos a la moda por sus mejores galas domingueras y las deportivas ofrecieron el pie al potro de tortura del zapato de estreno y el tacón de aguja.
Entre los tópicos más repetidos por quienes tratan de justificar el dispendio de caudales públicos al lobby de católicos y cofrades (interpretando de forma torticera el artículo 16 de la Constitución), están, ¡cómo no!, la tradición, la cultura, el negocio –el dineral que mueve el espectáculo– y la creación de empleo. Denle a la ciudadanía unos días de vacaciones, bajo cualquier pretexto, y habrá gasto compulsivo y creación de empleo, precario y temporal, en torno a la hostelería. La Iglesia, adueñándose del ocio, ha montado este rentable negocio.
Muertos y resucitados, los cristos son relevados por sus madres para llenar aldeas, pueblos y ciudades con más procesiones, ahora en un tono festivo, pues festiva era la celebración de las labores agrícolas que hace más de dos milenios celebraban en primavera los pueblos mirando al cielo para pedir buen trato a los cuatro elementos. Y de celebración deben estar las élites episcopales, políticas y financieras urbi et orbi por la muerte del papa Francisco, “representante del maligno en la tierra”, que dice Milei porque “la justicia social es un robo”.
Pepe Morales

