Hacen mirar al dedo para ocultar la luna. No les basta con que la luna tenga una cara oculta porque el periodo de rotación sobre su eje es el mismo que el de traslación alrededor de la Tierra: quieren que no se vea, hacer como que no existe. Agitan el dedo índice para señalar, acusar y acosar, como un anzuelo para atraer la mirada boba y la boca incauta del pez que acabará siendo un pescado. Quien mira el dedo no ve las algas, insectos, larvas, gusanos, crustáceos, detritos orgánicos y plantas acuáticas que son el alimento real: sólo el anzuelo.
Los programas electorales del bipartidismo son como la cara oculta de la luna, un corta y pega que quieren ocultar porque, una de dos: o son mentira o, peor, son verdad. Por eso agitan los dedos señalando fruslerías que no alimentan al pez pero son cebos que atraen su atención para pescarlo. Los mejores cebos que utilizan los pescadores de votos son medios dóciles, togas militantes y el río revuelto de las redes sociales. Cuando algún sabio señala la luna, el narcotizado electorado, besugos de hecho y merluzos de derecho, mira al dedo.
El dedo índice se agita al ritmo que marcan las cotidianas noticias manipuladas, los rumores continuos sin confirmar y los peligrosos desatinos judiciales, como el tambor de las galeras, como el péndulo oscilante durante un show de hipnosis delante de un público que nunca se plantea la veracidad del espectáculo. El método es de radiofórmula: un tema comercial, sin importar la calidad, es emitido por los medios bien regados con publicidad institucional y repetido por un coro de tertulianos y opinólogos. Funcionan bien los importados de EE.UU.
Nunca espere que un embaucador le hable de Sanidad, Educación, Pensiones, Vivienda o Dependencia… para eso tiene su dedo señalando los asuntos de interés para usted y la sociedad: le hablará de la corrupción ajena, no de la suya, del terrorismo, no del franquismo, de la Patria, no del país, de enemigos, no de convecinos, de invasores extranjeros, no de personas, de okupas, no del atraco habitacional, de negocio, no de sanidad, de odio, no de convivencia. Y usted mirará el dedo asintiendo y canturreará el estribillo sin analizar la letra.
Los dedos señalan el caos y un país colapsado, un estado que no funciona y su ruptura, la ruina y la debacle económica, la hecatombe y el apocalipsis, el armagedón. En la superficie lunar, el Ibex 35 iguala los 14.000 puntos de 2008 tras alcanzar sus empresas un récord de beneficios de 62.724 millones en 2024 (31.768 para la banca, el mejor año de su historia), el independentismo ha caído al 40%, hay un récord de 21,8 millones de trabajadores, el paro ha bajado a niveles de 2008 y la economía encabeza el crecimiento en toda la eurozona.
Se comprende que quieran ocultar la luna. Es incomprensible, o tal vez no, que la mayoría no quite ojo a los dedos que señalan lo que señalan y magnifican los voceros mediáticos y togados deformando la realidad en un esperpento digno de un espectáculo, un negocio o la realidad virtual. Analizando TikTok, Instagram, Facebook, Twitter, Youtube o Telegram, se explica que parte de la juventud entregue su voto (y su futuro) a defensores del fascismo y delincuentes. Analizando los programas de más audiencia de TV, se explica lo inexplicable.
El congreso para que Ayuso releve a Feijóo al mando del PP servirá para dar un repaso con el dedo al gobierno causante de la pandemia, la erupción del volcán palmero, la guerra de Ucrania, el apagón en Europa o la parada de la red ferroviaria. Los dedos señalarán a ETA y Venezuela, a Begoña y Ábalos, a la inmigración de patera y a los okupas. Los Peinados y Marchenas, los 7.291 cadáveres del covid y los 228 de la dana, los entornos de Ayuso y Feijóo, Mazón y la Gürtel, Page y Susana, quedarán, de nuevo, en la cara oculta de la luna.
Pepe Morales
Días pasados desayunábamos con la noticia de la prohibición por los organizadores del Festival de Cannes de la fantasía de vestidos nude y voluminosos. Esta reciente hazaña de “AUTORIDAD VALIENTE Y EJEMPLAR”, me producía inmediatamente una sensación de asco y rebeldía al mismo tiempo y me imaginaba a esos ORGANIZADORES, acordando entusiasmados como defender la decencia en esos castos e inocentes personajes, que se exhiben en ese “sencillo” festival. ¡Qué bodiiiito y que gasioooooso!
Seguro que no era un jurado paritario de hombres y mujeres para dictar esa PROHIBICIÓN, pero sí serían unos castos varones, padres de la Patria y muy preocupados por los males de este mundo, que no funciona peor “GRACIAS A LA MUY ABNEGADA LABOR” de personajes como Trump, Putin, Netanyahu, Ayuso, Aznar o Abascal, sin cuya existencia, este mundo sería INFINITAMENTE MEJOR.
Lo que debería estar prohibido, es prohibir a los demás ejercer su libertad personal en vestir como les salga de sus bragas o sus calzoncillos, y en todo caso ocuparse más de los verdaderos males que aquejan a La Humanidad en Gaza, Ucrania, Rusia, América y tantos países que están sufriendo por culpa de fascistas, autócratas y dictadores.
Desgraciadamente hay demasiada gente que se cree muy importante dedicándose a entrometerse en temas banales, mientras que les resbalan los temas qué, en verdad, son los que nos afectan al común de los mortales.
Y he aquí que, en este punto, me viene a la mente una reflexión que me salió del alma a la muerte del “Gran Cavallieri” Silvio Berlusconi, en el pasado año 2023:
Cuando un canalla se va
Se ha despedido un canalla
¡Ay, qué "penita" me ha dado!
de que se haya ido solo
y no, más acompañado.
Hoy lo he visto en las noticias
con su sonrisa de hiena,
me parecía un mafioso
¡No fue una persona buena!
La noticia de su muerte
me ha hecho reflexionar:
¡Quedan tantos de esa estirpe!
¿Cuándo le acompañarán?
Putin, Trump o el Bolsonaro,
¡Qué buenos acompañantes!
se alegraría "el Cavalieri",
sin nombrar a los restantes.
No me alegro de la muerte,
porque lo hermoso es la vida,
más de esas malas personas
no se siente su partida.
Me ha llegado la noticia,
qué desgracia, pobrecillo,
que de su mansión dorada…
¡No se llevó ni un ladrillo!
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Juan Priego
mayo 2025
Arrastré (juro lo preciso del verbo) a mi buen amigo el poeta Manuel Guerrero hasta el mítico cine local Palacio Erisana para ver mi primer estreno en pantalla grande de una película de 007. Aquel adolescente de quince años se agitaba enfebrecido no por el ardor hormonal, sino, entendido como excepción a ese estado natural, por el ansia de la novedad cinematográfica, magnificada por la coyuntura del gigantismo de la proyección. Se había estrenado la última aventura de James Bond cuando todavía tenía nueve años, edad insuficiente para disfrutar de la experiencia. Pero, en aquellas inciertas fechas de 1995 o 1996 (irrumpió en España durante los albores de las Navidades de 1995, y quizá llegaría a la ciudad con retraso), el cartelón a las puertas del Palacio era una tentación fascinadora a la que me subyugaría cualquiera que fuera o fuese el precio. Y arrastré conmigo, entonces, a mi amigo Guerrero, quien, como amigo, pletórico de resignación, comprensión o condescendencia, se dejó llevar por la vorágine de locura e ilusión emanada por mi persona. Y, así, vi o vimos, aunque seguro que con desigual ánimo, convirtiéndome en moroso en una deuda de amistad que no podré satisfacer jamás, el entreno en cine de «GoldenEye».
En principio, para 1989, los planes continuaban en marcha. Timothy Dalton protagonizaría la tercera de las entregas para las que había sido contratado. Sin embargo, durante el primer semestre de 1990 todo se truncó. La eterna fragilidad o inestabilidad económica que identificó a Metro-Goldwyn-Mayer desde las postrimerías del pasado siglo infectó a United Artists, distribuidora de la saga, repercutiendo o contagiando a Danjaq, titular de los derechos fílmicos. La productora europea Pathé adquirió el consorcio MGM/UA bajo un estudio de mercado que preveía la venta a saldo de derechos de distribución de un paquete de películas del estudio, incluidas las dieciséis de 007, razón por la cual los guiones se tornaron más jurídicos que cinematográficos, condicionados por la tormenta del litigio, cuyos plazos abocados a la desesperante dilación atestiguaron la extinción por caducidad del contrato con Dalton. En el ínterin, Albert R. Broccoli, sometido a un arrebato de estresante delirio, despidió a los veteranos o fraternos Richard Maibaum (fallecería en enero de 1991) y John Glen, para rondar los jardines de John Landis o Ted Kotcheff, con un guión de Michael G. Wilson y Alfonse Ruggiero Jr. Los pleitos, no obstante, tecleado queda, arrasaron con todo.
Superada la fase judicial, tocaba reactivar la franquicia. Martin Campbell era un director neozelandés que se había profesionalizado en la televisión británica y adentrado en los vericuetos del largometraje con relativo o fluctuoso éxito. Nadie dudaba, pese a, de su rigor y eficiencia. Había compaginado la dirección con la producción, reconociéndosele sus dotes para controlar a un numeroso grupo de trabajadores dentro de los márgenes de un presupuesto. Hombre intenso, manejaba con la diestra al equipo técnico y con la siniestra, al artístico. Ante la delicada salud de Broccoli (su acreditación fue de presentación y su injerencia, consultiva), Michael G. Wilson y Barbara Broccoli afrontaron la primera línea de la producción. Conservaron a su lado a los viejos Peter Lamont, en el diseño de producción, y también a Tom Pevsner y Arthur Wooster, ahora, como productor ejecutivo, uno, y director y fotógrafo de la unidad adicional, otro; y concedieron libertad a Campbell, quien reclamó la intervención del director de fotografía Phil Meheux, curtido profesional con el que había trabajado en varios filmes. El guión, cuyo título homenajeaba a Ian Fleming, al asociarse con una de sus misiones y al nombre de su finca en Jamaica, se escribió a partir de una historia original de Michael France, quien se había dado a conocer con la película de Sylvester Stallone «Máximo riesgo» (Renny Harlin, 1993). De este modo, fueron contratados Jeffrey Caine y Bruce Feirstein, para desarrollar dicho guión. Caine, inquilino del medio televisivo, debutaba en el cine; mientas que Feirstein, después de haberlo ganado todo o casi todo en el ámbito publicitario, se había dedicado a escribir artículos como autor independiente para los más reputados periódicos y revistas estadounidenses, ocupación que asaineteó con esporádicas participaciones en producciones televisivas de asimilada notoriedad. Sindicado a Luc Besson, el músico francés Éric Serra, que mediaba la treintena, gozaba del necesario bagaje; si bien, a algunas piezas de la banda sonora les acopló tonos electrónicos o de sintetizadores que, aun tendencia del momento, hacen rechinar los dientes a quien subscribe. La celebérrima Tina Turner afamó la canción de cabecera compuesta por Bono y The Edge.
Sugiero al fiel lector que, almidonado con nobleza y esperanza, persevere en los modestos artículos de esta saga indague en la hemeroteca de la casa. Recordará que Pierce Brosnan estaba en el visor de los productores desde que acudió al rodaje de «Sólo para sus ojos» (John Glen, 1981), donde actuaba su difunta esposa Cassandra Harris. Años más tarde, los tejemanejes de la competencia televisiva obstaculizaron su oportunidad. El 4 de junio de 1994, ante unos doscientos cincuenta periodistas, se presentó a Pierce Brosnan como el nuevo actor que interpretaría al Agente James Bond, 007. Reunía Brosnan el físico, esa presencia en pantalla, y ese carácter pícaro e irónico, ese toque de humor, y esa sofisticación, ese porte, que habían imprimido al personaje los dos abanderados de la franquicia: Sean Connery y Roger Moore; junto con la destreza actoral de Timothy Dalton (no entraremos en comparativas con el pobre George Lazenby, que tuvo bastante). Debía ser un Bond aclimatado a los nuevos tiempos y a la nueva realidad histórica, tras la desaparición de la Unión Soviética, que no podía permitirse olvidar sus raíces, aquellos malhechores y aquella Guerra Fría no tan lejanos. El resto del elenco fue arribando con naturalidad. Famke Janssen, modelo reconvertida a actriz, con sus pinitos en el cine, se superó en su papel de villana desorbitada y orgásmica. Izabella Scorupco, otra modelo adaptada y adoptada por el cine (corrió diferente suerte en el mundillo), cumplió con solvencia su condición de mujer independiente, con iniciativa propia y, en cierta medida, arrojada. Sean Bean ya era un actor de carrera en el cine y la televisión británicas, de cualidades indiscutibles, que ha salvaguardado hasta la actualidad. La apuesta de la entrega, revolucionaria para la etapa, fue, desde luego, Judi Dench, veterana actriz de reconocido prestigio, para el papel de una M obligada a potenciar su liderazgo en un ambiente predominantemente masculino. Reflejo de esta apuesta, el histriónico Alan Cumming. Secundarios de lujo, Gottfried John, Robbie Coltrane y Joe Don Baker. Samantha Bond, quien había compartido tablas con Dench, encarnaría a Moneypenny y nadie podía ni podrá arrebatarle el papel de Q a Desmond Llewelyn.
Los efectos digitales calaban con fluidez en la industria cinematográfica de mitad de los noventa, pero los productores de la saga Bond confiaban ciegamente en la técnica artesanal, en un equipo decano capaz de lo máximo. Peter Lamont y Martin Campbell sabían que el estudio de 007 en Pinewood no podría albergar la monumentalidad del proyecto, por lo que se fueron hasta Leavesden (hoy se localizan allí los estudios de la Warner Bros.), donde se hallaba una antigua fábrica militar de helicópteros de la Rolls-Royce cerrada, que revertieron en estudio para el largometraje, con los diversos platós y escenarios y, en su exterior, recrearon los edificios y las calles de San Petersburgo, donde no obtendrían los permisos de las autoridades para la escena de la persecución con el tanque. Enmascararon como tren blindado soviético una locomotora British Rail Class 20 y un par de vagones Mark 1. Utilizaron en empréstito tanto el radiotelescopio de Arecibo, en Puerto Rico, como el prototipo número 1 (había cuatro) del helicóptero Tigre de Eurocopter (hoy, Airbus Helicopters), que no entraría en servicio hasta principios de los años 2000. La producción, en consecuencia, fue una manufactura tradicional, con miniaturas, decorados y efectos especiales y visuales clásicos, del personal de Chris Corbould, Steve Crawley, Steve Hamilton, Andy Williams o el miniaturista Derek Meddings, habitual de la saga, que fallecería en septiembre de 1995 sin sazón de comprobar los resultados de su trabajo (a su memoria, la película). Y anecdóticos toques digitales para un presupuesto modestísimo para la época de unos sesenta millones de dólares. El triunfo del filme lo es (y siempre lo fue en la saga), en parte, por la pericia y el talento de sus especialistas. Wayne Michaels mantuvo con el corazón en un puño al director de la segunda unidad Ian Sharp y su equipo, para la escena del salto en la presa, como lo hicieron Jacques «Zoo» Malnuit y el renombrado BJ Worth, para el salto al avión sin piloto. Prodigios todos ellos que tampoco habrían sido posibles sin la consagración al proyecto de Albert R. Broccoli, sin su convicción y empuje, sin su pasión y empeño, legando la eternidad de unas obras y la posteridad de un personaje cinematográfico. Murió el 27 de junio de 1996, para él, «GoldenEye» sería la última entrega de la saga.
Año 1986. La URSS todavía es la URSS. Los soviéticos son los malos de la película y, simulada entre los hormigonados muros de una presa en Arcángel, se oculta una industria de armamento químico. El familiar juego de enfoques y sombras de la cámara marca la figura de un hombre que recorre veloz el camino de la cima de la instalación, para realizar un salto con liana que le permitirá adentrarse en las entrañas de la mole a través de una rendija. Los agentes del Servicio Secreto Británico, 007, James Bond, y 006, Alec Trevelyan (Sean Bean), asaltan la factoría con la misión de destruirla, contadores de las bombas a seis minutos. El militar encargado, coronel Ourumov (Gottfried John), les echa encima un batallón defensivo, que apresa a 006 y lo ejecuta. Bond reduce los contadores a tres minutos y, escudado de las balas enemigas tras un bidón cargado de algún producto altamente explosivo, huye en una avioneta a la que sube en pleno salto al vacío. Nueve años después, en 1995, 007 se halla en Montecarlo, sobre los pasos de Xenia Onatopp (Famke Janssen), expiloto de cazas soviéticos y miembro del sindicato criminal Jano, dedicado al tráfico de armas, quien ha seducido a un almirante de la Marina Real Canadiense con el fin de asesinarlo en mitad de acto sicalíptico y suplantarlo por un perfecto doble criminal. La aleve treta les permitirá robar el helicóptero Tigre, última generación impune a los ataques electromagnéticos, sin que Bond, que ha descubierto la marrullería demasiado tarde, haya podido evitarlo. Ya en la sede del MI6 en Londres Bond investiga la fechoría, y la trama aprovecha para introducir los tradicionales diálogos devaneadores con Moneypenny (Samantha Bond), que ella solventa con mayor prestancia y seguridad que antaño, durante el breve trayecto hasta la sala de satélites desde donde tratan de averiguar el paradero del helicóptero, el cual es localizado en una estación siberiana de seguimiento en Severnaya. Allí, mediante narración en paralelo, han aterrizado Ourumov y Onatopp, quienes se hacen con los mandos de control del GoldenEye, arma satelital de la extinta URSS capaz de lanzar pulsos electromagnéticos, no sin antes ametrallar a todos los trabajadores de la estación y programar el arma para arrasarla. Sólo se salvan de la masacre los informáticos Boris Grishenko (Alan Cumming) —poco después se revelará su condición de traidor— y Natalya Simonova (Izabella Scorupco), quien emergerá de los escombros hacia el gélido paisaje de su entorno. La secuencia de acontecimientos es observada desde la sala del MI6, así que M (Judi Dench) asigna la misión a 007, con preceptiva visita a Q (Desmond Llewelyn). El jefe científico surtirá a Bond de artilugios tan molones como un bolígrafo explosivo (se activa y desactiva con tres pulsaciones del botón de muelle) y un cinturón de rápel (el reloj láser vendría de serie), sin obviar el BMW Z3 equipadísimo (o eso garantizan, pues queda para un anecdótico uso ordinario). San Petersburgo reúne a Natalya y a Bond, cada cual por su lado, aún. Ella contacta con Boris, cuya corrupción le hará secuestrarla, al ser una peligrosa testigo de las fechorías del grupo Jano. Por su parte, 007 enlaza con el agente de la CIA Jack Wade (Joe Don Baker), quien le recomienda que negocie con Valentin Zukovsky (Robbie Coltrane), rival directo en el tráfico de armas, con el que Bond tuvo un encuentro en el pasado poco afortunado para el ruso. La cuestión es que, entre dimes y diretes con Zukovsky y tentativa de los mismos con Onatopp, Bond se cita con Jano, quien resulta ser Alec Trevelyan. Descendiente de cosacos rencoroso con el estado británico, conspiró fingiendo su propia muerte, aunque, al adelantar Bond los contadores de las bombas, sufrió quemaduras que desfiguraron la mitad de su rostro. Las irreconciliables posturas de los viejos amigos provocan que Bond abandone su estado de inconsciencia atado dentro del Tigre, programado en modo autodestrucción, acompañado de Natalya como copiloto. El sistema de eyección libra de la muerte a la pareja, que es detenida por el Ministro de Defensa Dimitri Mishkin (Tchéky Karyo). Durante el interrogatorio, Natalya desvela todo el entramado criminal, al tiempo que Ourumov irrumpe y mata al ministro, al saberse desenmascarado. 007 y Natalya intentan escapar, pero ella es capturada, situación que el agente británico no va a consentir, razón por la cual, haciéndose con un tanque, persigue por las calles rusas el coche de los secuestradores. Sin embargo, no puede evitar que Natalya caiga en las manos de Trevelyan, cuyo tren de transporte consigue Bond embestir con el tanque; pese a, se verá atrapado junto a Natalya en un vagón con los contadores de los explosivos a seis minutos, según le advierte Trevelyan (giño, giño; o sea, a tres minutos). Entretanto Bond urde una fuga con su reloj láser, la destreza informática de Natalya triangula el origen de la señal de control del GoldenEye en Cuba. En la isla caribeña, la pareja localiza el escondrijo de la organización Jano, en el que, una vez que acaba con Onatopp, que ha ido en su busca, se introduce procurando una discreción inútil, puesto que ambos son detectados y cazados, no sin antes reprogramar Natalya el GoldenEye para una reentrada atmosférica que lo desintegre o estrelle e imantar Bond un puñado de bombas estratégicamente repartido. Claro que Trevelyan desactiva las bombas (conoce las funciones remotas del reloj del espía) y explica todos los pormenores de su plan, destinado a robar el Banco de Inglaterra y eliminar los registros financieros del país, abocado, con ello, a la debacle económica, y el rastro de su actividad malhechora. El muro de códigos de seguridad creado por Natalya pone nerviosos a los presentes, incluido Boris, quien, en la trifulca causada por los intrusos, ha cogido el bolígrafo especial de Q con el que juguetea activándolo y desactivándolo mientras Bond computa de soslayo, hasta que, de un certero manotazo, lo envía al rincón propicio para la explosión del lugar. 007 se apresura hacia la antena y la sabotea, iniciándose una lucha a muerte con Trevelyan… a muerte para este último. Finalmente, cómo no, desmoronamiento de la guarida villana, baño de Boris en nitrógeno líquido y reencuentro amoroso de 007 y Natalya, interrumpido (los cánones de la saga lo mandan) por Wade y su equipo de marines.
Suele comentarse, en los más simplones mentideros cinematográficos, que cada espectador tiene su James Bond preferido, coincidente o no con un sesgo generacional. Yo alabo el conjunto, con sus oscilaciones, y tengo, al menos, una favorita, la mejor, de cada uno de los actores protagonistas, lo que adiciona (lo he admitido) la única de George Lazenby. Me gustan prácticamente todas las de Daniel Craig, quien representó a un 007 distinto, a la par, muy efectivo o contundente, y muy ajustado en su temperamento al escrito por Fleming (llegará su turno). Sin embargo, el Agente James Bond, 007, es Pierce Bronan, pues se aúnan en él cada uno (o la mayoría) de los rasgos del personaje, los cinematográficos y los literarios (ese aire de masculinidad, esos ojos claros, ese flequillo de pelo negro…). Considero a Brosnan como el prototipo de Bond, y tal vez por eso cautivó o embelesó a aquel joven que asistió a la proyección de «GoldenEye» en el cine Palacio Erisana. Hasta que el portento de Tom Cruise no estrenó esa asombrosa «Misión imposible: Sentencia mortal» (Christopher McQuarrie, 2023), ni había visto ni vi secuencias de acción más grandiosas o que funcionaran tan bien como los dos saltos de la introducción de «GoldenEye» (sí, de acuerdo, aventaja Cruise por prescindir de dobles). Luego está la interpretación de Brosnan, el perfil de los variados personajes, la narrativa de la trama y el mimo al detalle. La encantadora belleza de Izabella Scorupco (¡cómo no salir enamorado del cine!), conciliada con esa fortaleza que brota de su personaje. La fotografía de Phil Meheux, que enmarcaría los fotogramas del salto de la presa a través de ese filtro a la cámara, el vuelo del avión a ras de las llamas en la industria química y el atardecer en la playa de Puerto Rico. Han pasado treinta años y, salvedad hecha a algún efecto digital que provocaría el chasquido de lengua, la película luce espléndida, con una dignidad absoluta. Entretenida e interesante. Destacable en la saga.
Julián Valle Rivas
“Currante” vale para definir a este producto del show business. Su currículo reza: cantante, compositora, actriz, modelo, productora y presentadora. En el tajo desde que El Fary la apadrinó a los 9 años, en 25 ha compaginado escenarios e industria musical con estudios de canto, guitarra clásica, piano e interpretación. Ejemplo de emprendedora, empoderada si se quiere, es una mujer hecha a sí misma que también encaja en los viejos tópicos del refranero: “aprendiza de mucho, maestra de nada” o “quien mucho abarca, poco aprieta”.
Pocas como ella, en cuanto a tenacidad y preparación, sobreviven buscándose la vida en la vorágine del efímero panorama del espectáculo que traga y excreta divos y divas por un día con la fluidez de las especies carroñeras. Existen voces virtuosas, instrumentistas virgueras, letristas inmortales y linajes que dan acceso al Olimpo pasajero de la popularidad y exigen un trabajo continuo para mantenerse arriba. Quienes carecen de estos dones suelen recurrir a atajos como el trabajo en la carretera o cualquier otro que les garantice audiencia y tirón.
Las comparaciones son odiosas, pero basta comparar a Ana Belén, Carmen París, Rozalén o Rosario Flores con Melody para ver que la valía y el esfuerzo siguen caminos diferentes en cada caso. Melodía Ruiz debe esforzarse el doble, o más, para obtener la mitad o echar mano de ardides para llamar la atención y hacerse un hueco. “El baile del gorila” la colocó en radio, televisión y conciertos y lo aprovechó para aprender maniobras de acceso veloz a la fama, como enseñar carnes si eres mujer, arreglos disco en la música y letras pegadizas.
Los pies de barro juegan malas pasadas a dioses y divas. Es habitual que un ídolo caiga cuando se engorila y piensa que cualquier locura que haga o dislate que diga lo celebrarán el público en general y sus fans en particular. Sentirse por encima del bien y del mal es a la vez tentación y error humano. Una persona mal amueblada recurre al Ikea del pensamiento, un catálogo de ideas “asépticas” y aceptadas sin cuestionar qué porcentaje de su éxito responde a la calidad y cuál a la publicidad. De igual manera funcionan los argumentarios.
La derecha populista ha implementado eslóganes de gran éxito entre una ciudadanía harta de los tejemanejes del bipartidismo: “ni de derechas ni de izquierdas”, “opinar (en su contra) es ideología” o “mostrar desacuerdos (con ellos) es hacer política”. La galaxia del glamur es consciente del hartazgo popular hacia la clase política y el famoseo ha encontrado en estos clichés una forma de nadar y guardar la ropa, ocultar su penuria intelectual, proteger el negocio para no perder audiencia de ninguna clase y, en definitiva, soplar y sorber a la vez.
Al ser preguntada “¿Qué opinas del genocidio de Israel en Gaza?” Melody responde “Sobre política no voy a pronunciarme. Lo mío es el arte”. “Voy a dar mi opinión como artista, de la otra parcela no voy a hablar porque no es la mía”. No es el primer caso, ni el único, ni el último. Es una artista, otra más, contagiada por el virus inhumano e insolidario que afecta a una sociedad corresponsable de más de 50.000 asesinatos, niños y mujeres en su mayoría, un genocidio que ha competido por la audiencia diaria con el Benidorm Fest y Eurovisión.
La diva “valiente y poderosa” ha pisado a Gaza para brillar, ha acallado su voz (¿qué más da?) y ni siquiera es libre para opinar como un pez en una pecera. La diva “apolítica” mira por su negocio y, amortizada la inversión de RTVE en el producto Melody, no ha dudado en venderse al mejor postor, una cadena, ¡cómo no!, privada y de derechas. Ella, empresaria de sí misma, es consciente de que su actitud la hace aspirante preferente (o juguete roto, que todo es posible) a Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid o Bandera de Andalucía.
Pepe Morales
A veces, los llantos deben ser callados, hacia dentro, para alcanzar la paz para uno mismo, pero otras veces hay que llorar para hacer ruido, a “grito pelao” y en Román Paladino y muy clarito, aun sabiendo que “Ellos” no lo van a escuchar, pero al menos para que los escuchen los tuyos o al menos los que debieran serlo y no siempre lo son, inexplicablemente.
Es triste y a la vez frustrante comprobar día a día cómo las derechas en este país, son inmunes ante sus continuos fracasos por derribar como sea a un gobierno ELEGIDO DEMOCRÁTICAMENTE, a pesar de obedecer la consigna recibida, aceptada y seguida al pie de la letra de: “EL QUE PUEDA HACER QUE HAGA”.
Es patético e indignante ver que sólo se conforman con el rastrero placer de poner palos en las ruedas a la buena gestión del gobierno, aunque lo sufran los ciudadanos, incluidos sus votantes, que se lo perdonan todo sin tan siquiera pensar en las terribles consecuencias de sus actos, como fue la Dana de Valencia como ejemplo más trágico y reciente y cinco meses después aún pendientes de aclaración y justicia.
Queda claro que son inmunes a sus fracasos, llevan siete años sin gobernar (y lo que les queda), tragando quina y viendo como un gobierno que no es de “Ellos” sigue funcionando y consiguiendo éxitos internacionales, los mejores datos
económicos y sociales, o que bate récord en restablecer un apagón nacional.
Según los datos oficiales del Ministerio de Trabajo del mayo de 2025, el paro baja en 67.420 personas y la Seguridad Social gana 230.000 afiliados que inexplicablemente hará que las derechas estén con las tripas negras de rabia, porque lo que en verdad querrían es que esos datos fueran desastrosos con
tal de obtener réditos políticos. Ya lo dijo M.Rajoy: “ ¡cuanto peor, mejor!
Ni un solo día, pase lo que pase, dejan de intentar hacer daño, con la ayuda de parte importante del poder judicial y no consiguen derribar al fiscal general, no pueden con la mujer ni con el hermano del presidente del gobierno, pero no dejan de intentarlo y si no hay causa se la fabrican, aunque sea mediante
bulos.
Lo último, el supuesto sabotaje al AVE. Han tardado medio minuto (es cómo si la lo supieran de antemano) en salir a criticar al gobierno, aunque se ha restablecido el servicio nuevamente en un tiempo récord. Pero eso poco les importa. ¡Lo que importa es intentar hacer daño!
Lo que importa es hacer ruido, seguir enfangando con un lodo, aunque sea fabricado artificialmente aprovechando bulos creados para ese propósito, el caso es atacar al gobierno y acallar las buenas noticias que tanto les perjudican a Ellos,
alejándolos de su único objetivo que es: ¡DERRIBAR AL GOBIERNO CUESTE LO QUE CUESTE Y SEA COMO SEA!
Desde luego, esto con Franco no hubiera pasado y a la orden de la triple A (Ayuso. Aznar y Abascal), sus feligreses hubieran llenado camiones de enemigos de La Patria y al amparo de la noche, hubiesen teñido las tapias de los cementerios de rojo y las zanjas y cunetas de sociatas, de rojos comunistas y de
independentistas que tienen la desfachatez de defender sus ideas en El Congreso , en vez de matando.
Pero “Ellos” siguen babeando porque este gobierno aguanta, no lo pueden derribar, ya que han elegido un camino contra natura que está llamado al fracaso y se ahogarán en el intento. PORQUE LOS MALOS SIEMPRE PIERDEN. Bueno, no siempre. Algunas veces parece que sí ganaron los malos y eso me trae malos recuerdos pensando en nuestra guerra civil y en nuestra durísima dictadura después de la guerra.
Para que no se olvide:
Llanto por La Memoria
La luz que brilla en España
sólo la ven los turistas
y al español se la empaña
¡Los bulos de los fascistas!
No ven de dónde venimos
se olvidan llantos pasados
y a los que los padecimos
nos tienen muy preocupados.
Si no recuerdas La Historia
ni el camino recorrido
traicionas a La Memoria
de todo el que la ha sufrido.
Pensando en nuestro pasado
y analizando el presente
yo me siento muy frustrado
al observar a la gente.
Yo quisiera que mañana
el triste vuelva a reír
y qué, si viene una Dana…
¡Que no tenga que morir!
Vivir es tan importante…
¡Nadie se quisiera ir!
Todos siguen adelante…
¡Aunque sea para sufrir!
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Juan Priego
mayo 2025
Entre las miserias más practicadas por la humanidad está la de mirar a otro lado, desviar la vista y la razón ante lo desagradable y, en muchas ocasiones, perjudicial. Se trata de una reacción infantil basada en la creencia de que, cerrando los ojos, desaparecen los peligros y los problemas, una reacción egoísta y nada eficaz aprendida en sociedad desde la infancia en forma de hábito como el hablar, el comer, la higiene o montar en bici: “¡Niño: eso no se dice, eso no se hace, eso no se piensa!”. La variable política se conoce como equidistancia.
Pensar, como el pilates o el yoga, es un sano ejercicio al alcance de todo el mundo aunque no todas las personas lo practican. Analizar, sopesar y ponderar –razonar con pensamiento crítico– es como el ajedrez: necesita conocimiento, estudio y práctica, algo que provoca rechazo en la mayoría de la población. Opinar y despotricar en público es como caminar, algo que se hace de forma mecánica, instintiva, como una rutina necesaria e inevitable que todo el mundo practica, pero poca gente lo hace con calzado, frecuencia y ritmo adecuados.
Por norma general, mirar a otro lado suele conllevar mala conciencia y cierta incomodidad, por “el qué dirán”. Para sortear estas aflicciones, quienes crean las situaciones incómodas suelen aportar sofismas en forma de argumentarios simples a los que el personal se aferra como a un clavo ardiendo. Es terreno abonado para que el “cuñadismo” dé rienda suelta a sus fobias, detrás de las cuales no es excesivamente complicado identificar sus filias. Pero no comente usted nada al respecto para no alterar en demasía a la bestia que llevan dentro.
La barra del bar, la peluquería, la puerta del colegio, el parque, los eventos familiares o las reuniones con amistades suelen ser escenarios preferentes para, como acostumbran a decir con pretendida pero espuria audacia, “mojarse” y soltar de carrerilla el argumentario aprendido, poniendo por testigo a tal o cual personaje o medio de comunicación que para el “cuñado” gozan de infalibilidad papal. Antes de la osadía, exploran al auditorio para detectar la presencia de desconocidos o, mucho peor, de conocidos capaces de pensar y rebatirles.
Quienes miran a otro lado suelen hacerlo de frente si alguien “se moja” y opina, pongamos por caso, sobre diversidad afectiva, migración, religión o dignidad laboral. Si quien se moja es alguien a quien consideran inferior, una ráfaga de mentiras y medias verdades saldrá disparada de sus bocas en tono agrio y autoritario, elevando la voz para ser oídos sobre los demás y acallar posibles réplicas, que es la forma habitual que tienen de llevar razón. No se reprimen a la hora de recurrir, si hiciera falta, al insulto y la descalificación de forma grosera.
Tan chabacana oratoria es la que enseñan en las tertulias sobre temas sociales, políticos o deportivos que tienen lugar a diario en radios y televisiones. Un ejemplo es El Chiringuito de Bufones, pero hay más. En esta escuela de comunicación también enseñan que una misma persona, sin más aval que ser tertuliano o tertuliana, está capacitada para hablar en diez minutos sobre oscilación de flujos de potencia en la red eléctrica, especies de la Amazonía y del bosón de Higgins. Todo ello sin “mojarse”, vaya a meter la pata y pierda chollo y fama.
Así, el machismo sobrevive gracias a quienes no son machistas ni feministas, la homofobia se alimenta de quienes toleran la homosexualidad dentro del armario, el racismo se apoya en quienes no son racistas… ¡peeeero! y el fascismo expande sus raíces en quienes no son de izquierdas ni de derechas. Son algunas formas de mirar a otro lado de quienes se quejan por todo y culpan a todos de sus miserias y desgracias. Haga la prueba: pregunte al cuñado qué opina del genocidio en Gaza y no se sorprenda si contesta “Yo no entiendo de política”.
Pepe Morales
