Saga Bond: Pierce Brosnan (III), por Julián Valle Rivas

el mundo nunca es suficiente james bond 007

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se culminaba el milenio y también el contrato con Pierce Brosnan. Sus dos entregas habían funcionado más que aceptablemente entre la crítica (la primera, sobre todo) y el público, y el margen bianual era un principio impositivo para la productora. En 1999, al igual que dos años antes, Brosnan estrenaba por triplicado (aunque en la versión de «El secreto de Thomas Crown» de John McTiernan recordemos mejor a una espectacular René Russo), sin embargo, la exigencia física de la saga y el escaso paréntesis entre rodajes pasaría factura al actor. En primavera, «Star Wars. Episodio I: La amenaza fantasma» (George Lucas) y, en verano, «Matrix» (Andy y Larry Wachowski; Lilly y Lana, ulteriormente, insisto) habían revolucionado el género de acción; así que todavía transcurrieron los meses con la confianza tensa en un estilo tradicional, en una forma de hacer cine que se aferraba a una naturaleza analógica en un mundo que se columbraba netamente digital.


    La decimonovena entrega de la saga proyectaría una historia del tándem Neal Purvis y Robert Wade, pareja entonces bisoña, que tomó como título la divisa de la familia Bond (remítase a «007 al servicio secreto de su Majestad», 1969) y escribió el guión; pareja que se perpetuaría, a emulación de Richard Maibaum y Michael G. Wilson; y pareja de luces y sombras, en función del tercero contratado para rematar la faena (llegarán Paul Haggis y John Logan) y su entusiasmo (del tercero): Bruce Feirstein participó de nuevo en el guión. En las décadas anteriores, con sistemas de rodaje ortodoxos, sin demasiadas trabas en postproducción, y compromisos heredados de la antigua industria, conservar a un director se asemejaba a una cuestión de honra. Michael Apted era un veterano profesional británico, cuyo bagaje en la acción era, no obstante, parvo, lo que fue motivo de confesada preocupación. Formado en la televisión de los sesenta, no había dejado de trabajar, al saltar a la gran pantalla, y nunca se desligó de sus orígenes, apostando, con enorme éxito, por el documental. Títulos como «Gorky Park» (1983), «Gorilas en la niebla» (1988), «Acción judicial» (1991) o «Nell» (1994) habían acreditado su valía para los gerifaltes del otro lado del charco, por lo que bastó con adherirle una sólida segunda unidad, en la que repetiría Vic Armstrong, de la mano del coordinador de especialistas Simon Crane, y a Adrian Biddle, un director de fotografía muy solvente, responsable de largometrajes como «Aliens: El regreso» (James Cameron, 1986), «La princesa prometida» (Rob Reiner, 1987), «Willow» (Ron Howard, 1988) o «Thelma & Louise» (Ridley Scott, 1991); quien supo captar a la perfección los escenarios catedralicios recuperados con el retorno de Peter Lamont, o sus espacios más opresivos, en el interior del oleoducto o el submarino. Había colaborado Apted con otro decano como Jim Clark, que asumiría la edición de un largometraje para el cual una sola de sus secuencias, la persecución de lanchas en el Támesis, requirió siete semanas de rodaje. El río mantenía en la ciudad su condición industrial y comercial, siendo un suplicio de papeleos y permisos. Su caudal hacía delicada una escena de persecución, con mareas que podía descontrolar la acción. Esa pasión por lo artesanal, esa máxima de que las cosas sólo parecen reales cuando se hacen de verdad, ese más y mejor, trajo la adaptación de una lancha de competición de trescientos caballos y ocho cilindros en v, con una doble propulsión inversa que superaba las cuatro mil revoluciones para una vuelta aérea (el tonel) de trescientos sesenta grados, varios modelos de rampas para los saltos de las embarcaciones, velocidades de más de cien kilómetros por hora, cámaras con estabilizadores eléctricos y rodaje simultáneo de grupos de seis para asegurar la toma, especialistas avezados tanto para trompos fluviales como para arrasar atracaderos, dos agentes reales colocando cepos que quedaron empapados hasta el punto de no poder reproducir sus frases y un actor de la talla de Brosnan, dispuesto a manejar las lanchas en agua y tierra, para esos impagables planos de verismo. Luego estaban la frecuencia de explosiones y la practicidad prototípica de los artilugios, con el supervisor de efectos especiales Chris Corbould, y las siempre funcionales miniaturas de John Richardson. La Cúpula del Milenio no había terminado de erigirse, por lo que debieron concertarse con el equipo de operarios durante los seis días que precisaron para completar la escena. A pesar de todo, es posible que ninguno de estos pormenores se comparase con el agobiante rodaje en Bilbao, donde la multitud apenas podía ser contenida y menos acallada. Nada que ver con el tranquilo paisaje rocoso de Cuenca, que fingió el religioso espacio opositor de Azerbaiyán. Sigue correcta la labor musical de David Arnold, quien compuso, de consuno con Don Black, la canción interpretada por la banda Garbage, con su vocalista Shirley Manson.


    Los papeles de M y Moneypenny no se despegaron de Judi Dench y Samantha Bond, respectivamente. Sophie Marceau era una estrella del cine francés, que ganó reconocimiento internacional con la producción estadounidense «Braveheart» (Mel Gibson, 1995), de ideal imagen para el candoroso personaje de Elektra King. Por el contrario, Denise Richards, de belleza y físico incontrovertidos, no había descollado en el área fílmica hasta «Starship Troopers» (Paul Verhoeven, 1997), para desencajar mandíbulas con «Juegos salvajes» (John McNaughton, 1998); recayó sobre ella la enorme dificultad de otorgar credibilidad al personaje de una doctora en física nuclear: Christmas Jones. Mucho más alejada de su prototipo la italiana María Grazia Cucinotta, en ese singular papel de auxiliar del banquero, acreditada como «la chica del cigarro». Robert Carlyle era el actor de moda, tras el estreno de Full Monty (Peter Cattaneo, 1997), sobradamente cualificado para encarnar al villano Renard. Repitió Robbie Coltrane como Valentin Zukovsky y se postuló a John Cleese, aprendiz de Q. Porque, después de diecisiete entregas, Desmond Llewelyn se despidió de la saga, triste y fulminantemente; lo que se escenificó en la ficción bajo notas jocosas o burlescas, se metamorfoseó en tragedia. Falleció en accidente de tráfico en diciembre de 1999, mes siguiente al estreno de «El mundo nunca es suficiente».


    Durante un extenso preliminar, se tropieza el espectador con el agente James Bond, 007, por las calles de Bilbao, acudiendo a la sede del Banco Suizo de Industria, donde recupera el dinero de Sir Robert King, magnate petrolero y amigo de M, aunque no se dará por satisfecho con tan simple transacción: el informe que King compró con el dinero había sido robado a un agente del MI6 después de matarlo, y quiere un nombre. Las evasivas del banquero Lachaise (Patrick Malahide) hacen que 007 recurra a un sistema más contundente. Lachaise es apuñalado en la refriega por una joven auxiliar que aguardaba en la sala (Maria Grazia Cucinotta) y Bond, ante el inminente asalto de la Ertzaintza, escapa con el dinero saltando por un balcón del edificio y reteniendo la caída con la cuerda de una cortina atada a un secuaz. Arribado en el MI6, es felicitado por King y M (David Calder y Judi Dench), quienes le explican que se trataría de un informe del departamento ruso de Energía. Al parecer hicieron creer a King que era un documento secreto en el que se identificaba a los terroristas que atacaron el oleoducto que está construyendo en el entorno del Mar Caspio. Retirado King para recoger su dinero, 007 se da cuenta de que está recubierto con un explosivo plástico, que el propio King activa al aproximarse mediante un microchip oculto en su alfiler de solapa, muriendo al instante. A través del boquete que la explosión ha causado en el edificio, Bond ve a la auxiliar del Banco Suizo en una lancha en pleno Támesis, asegurándose de la fructificación del atentado. Así que se apodera de un prototipo de lancha de la Sección Q y comienza una persecución fluvial que culmina con el suicidio de la auxiliar, opción que prefiere ante la previsible reacción abominable de su jefe a una detención, y la lesión de Bond en un hombro. El entierro de King, sólo útil para presentar a su hija Elektra (Sophie Marceau), da paso a la dirección del MI6, constituida en Escocia, que excluye de la misión a 007, debido a su lesión, por lo que procede convencer a la doctora Molly Warmflash (Serena Scott Thomas), bajo método sicalíptico, de su óptima condición para el servicio activo, esfuerzo advertido socarronamente por Moneypenny (Samantha Bond). Una visita más pausada al departamento de Q (Desmond Llewelyn) visualiza la incorporación de su discípulo, chistosamente denominado R (John Cleese), describe el nuevo BMW Z8 a disposición del Agente británico, demuestra la función conversora en bola protectora autoinflable del abrigo polar, expone unas llamativas gafas de cristales azulados (metraje adelante se particularizará su uso de rayos X subyugados por la censura, al no poder atravesar la ropa interior) y escenifica la posteriormente apesadumbrada despedida del viejo Q de la saga: «No estarás pensando en jubilarte pronto… ¿verdad?», le pregunta Bond, con sincera cohibición. «Presta atención, 007 —le responde Q, presto—. Siempre he intentado enseñarte dos cosas. Primera, jamás permitas que te vean sangrar». «¿Y la segunda?», se interesa Bond. «Ten siempre un plan de fuga», sentencia Q mientras desaparece de plano, descendiendo en una plataforma. La investigación de Bond revela que Elektra fue secuestrada tiempo atrás por el terrorista Victor Sokas, Renard (Robert Carlyle), cuyo rescate el padre, asesorado por M, se negó a pagar, si bien Elektra consiguió huir. Le extraña aquí a 007 que la cantidad recuperada en Bilbao coincida con la cuantía fijada para el rescate. En cualquier caso, la historia continuó con el encargo a 009 de la misión de acabar con Renard, en la cual, pese a dispararle en la cabeza, la bala no lo mató de inmediato, sino que, alojada en su cerebro, le está provocando una paulatina pérdida de sentidos y facultades, hasta su íntegro final. La misión de proteger a Elektra traslada a Bond a Azerbaiyán, donde la pareja es atacada por un comando de villanos en parapente, al cual 007 derrota con su muy habitual derroche de destreza esquiadora y un poco de auxilio de su abrigo polar reconvertible; y la necesidad de obtener respuestas, al casino en Bakú regentado por Valentin Zukovsky (Robbie Coltrane), quien le confiesa, tras mostrarle una bandera de la Unidad Antiterrorista de Energía Atómica, extraída del lugar del ataque parapentista, que Renard pertenecía a la Unidad y en la actualidad podría trabajar como mercenario de las industrias petroleras competidoras de King, que también construyen sus oleoductos para suministrar a Occidente. Inesperadamente, aparece Elektra, dispuesta a perder un millón sin despeinarse; indiferente desprendimiento que escama al Agente. En paralelo, la trama delata al Jefe de Seguridad de Elektra, Sasha Davidov (Ulrich Thomsen), como agente a sueldo de Renard, de manera que, reunidos con el científico del Departamento Ruso de Energía Atómica Mikail Arkov (Jeff Nuttall), éste es ejecutado y Davidov habrá de asumir su identidad. Y se alarga la noche, porque ya tardaba 007 en disfrutar de un intervalo de amor con Elektra (pero la tardanza se ha debido a la expresa orden de M, que la estima como a una ahijada, cumplida hasta donde se ha podido: Bond no es de piedra y las insinuaciones de la mujer se tornan irresistibles), que aprovecha la trama para que ella relate cómo se fugó de sus captores, para después adentrarse el Agente en el entramado empresarial King, cazando a Davidov en aleve actuación (cadáver de Arkov en el maletero, incluido) y asesinándolo. Suplanta al suplantador, pues, y es subido a un avión en cuyo aseo se valdrá de su habilidad en pretecnología para sustituir con su foto la de Davidov en la tarjeta de seguridad de Arkov, todo muy acreditativo de los falaces relevos (por no dejar al lector con la intriga, apostillo que la foto la recorta de su tarjeta como comercial de Universal Exports; el detalle del pegamento o la plastificación o desplastificación se reserva a la imaginación del espectador). Aterriza en medio del desierto de Kazajistán, donde se ha desplegado un equipo del Organismo Internacional de Energía Atómica que manipula a placer bombas atómicas de la extinta Unión Soviética. Destaca la doctora Christmas Jones (Denise Richards), quien no tardará en averiguar la impostura pergeñada por el Agente (pero el veterano de la saga sabe que las imposturas de Bond aguantan unos segundos de metraje). Surge Renard por el lugar, en el ínterin, con el ánimo emprendedor a punto de agenciar una bomba, y claro, se forma una reyerta a base de tiros y explosiones (el complejo subterráneo va a reventar sí o sí, otro dato consabido por el espectador veterano), durante la cual una frase de Renard permite a Bond comprender que, en realidad, la malvada del episodio es Elektra. Salvan la vida 007 y la doctora, sin poder impedir que roben la bomba, a la que le han retirado el localizador, y en la residencia de Elektra en Bakú, con M que ha acudido presurosa a la llamada de socorro de la joven, todavía excusa Bond el comportamiento de la hija de King supeditado por el Síndrome de Estocolmo. La narrativa retoma el estado de la bomba atómica robada, la cual circula a gran velocidad a lo largo del oleoducto King, por lo que serán Bond y la doctora Jones quienes asuman el compromiso de impedir su explosión, recorriendo el interior de las gigantescas tuberías petrolíferas con un deslizador hasta toparse con la bomba, de la que la doctora desmonta el medio núcleo de plutonio con el que está cargada, y lo hace sin desactivarla, por indicación expresa de 007; de modo que, al explotar, todos creen que la pareja a muerto, acontecimiento estremecedor que envalentona a Elektra, desenmascarándose ante la perpleja mirada de M y haciéndola su prisionera. Elektra King reivindica el imperio económico que pertenecía a su madre y que su padre gestionó libremente como si fuera propio; de ahí su odio, su venganza y su mefistofélico proyecto. Ha llegado la hora de restituir el nombre de su madre a la primera línea. Mientras, Bond se entera del giro de Elektra y de la detención de M, y elucubra acerca del paradero de la otra mitad del núcleo de plutonio. En Valentin Zukovsky y aquel millón que Elektra le entregó en el simulacro de juego de cartas está, sin duda, la clave. Personados Bond y la doctora en la fábrica de beluga de Zukovsky, la voluntad encaminada a retorcerlo hasta hacerlo confesar, el helicóptero aserradero de Elektra (el guión se fijó en él muchos minutos antes), afanado en eliminar cualquier huella de su fechoría, repasa la fábrica a placer con la intención de lonchear el culazo de Zukovsky. A cambio de destruir el BMW, el trío se libra del ataque; pese a, el ruso cae a un estanque de beluga, revés del que se beneficia 007 para interrogarlo. Es el proveedor de Elektra y el pago del casino le facilitaba un submarino nuclear capitaneado por su sobrino, que se encuentra atracado en la sede del Servicio Federal de Seguridad ruso en Estambul. La situación de la bomba, del submarino y de M queda determinada cuando ésta se vale de la pila de un reloj de mesa para activar el localizador desinstalado por Renard. El malicioso plan de la abyecta pareja implica un petardazo nuclear en el Bósforo, de suerte (para la pareja; de mala suerte, para el resto) que se arruinen los oleoductos competidores, concentrando King el monopolio. Ahora la trama se acerca a su cénit y se suceden los eventos vertiginosamente. Renard y sus esbirros asesinan al sobrino de Zukovsky y su tripulación y atrapan a 007 y la doctora, que son separados: Renard embarca a la doctora en el submarino y Elektra dará rienda suelta a su depravación sentando a Bond en un garrote vil (no sin antes embutir el lema familiar). La providencial (y oportuna) intervención de Zukovsky y sus paniaguados liberta al Agente, a costa de la vida del ruso. Elektra, acorralada por Bond, presume, engreída, que 007 será incapaz de asesinarla. La percepción de su error será su último pensamiento. Con rapidez, Bond aborda al submarino, deshaciéndose de cualquiera que se le pone por delante. Rescata a la doctora Jones y, durante la escaramuza, asaetea a balazos los mandos del submarino, que, descontrolado, se dirige a la profundidad abisal. Aún Renard se empecina en armar la carga nuclear. La gresca, en la que el villano cuenta con la ventaja de no sentir el dolor, se resuelve incrustando Bond el cilindro de plutonio en el pecho de Renard. El Agente y la doctora abandonan el submarino a través de una cámara de misiles, justo para evitar el estallido de la nave. El clásico cierre del grupo de la agencia estatal hallando a Bond de celebración (ribetes navideños para esta entrega) con la doctora Jones ennegrece la pantalla prometiendo el retorno del personaje.


    Adolece «El mundo nunca es suficiente» de un guión, quizá, no tanto mejor armado como mejor narrado, porque, a veces, tropieza y, a veces, directamente, se hunde (se antoja fallo severo que Bond emplee, ante el cuerpo inerte de Elektra, idéntico gesto que con Paris). Carece de la constante tensión en la trama y la acertada fuerza en la acción de las dos entregas anteriores. El problema estriba, además, en la floja (o pésima) interpretación de sus dos actrices protagonistas, más patente en Denise Richards, lo que se achacaría, por benevolencia, a su inexperiencia. O, por ser ecuánime, no resultan interpretaciones flojas, pues la de Robert Carlyle, si acaso, roza lo apto para el trámite; sino que las de los tres actores distan de la lógica mimetización de Brosnan… Pero alivio la tecla de quisquillosidad. Declaró el protagonista, en la rueda de prensa hongkonesa, celebrada el 2 de diciembre de 1999, que es la esencia de Bond la crueldad, el vodka Martini, el sexo, su arma —«su trabajo es matar, tiene licencia»—, su lado oscuro, el ingenio, el encanto y las frases graciosas. Y el largometraje la ofrece (la esencia). Y ofrece paisajes maravillosos, escenarios megalíticos, acción que aspira a la superación y al modo tradicional, una historia original, villanos malísimos delirantes de grandeza, aventura, fantasía, entretenimiento. Y, por supuesto, fracasa al confrontarse con las dos anteriores; sin embargo, tal hecho no motiva su minusvaloración.


Julián Valle Rivas

Cuentos verídicos “El Barrio de Los Olivos”, por Juan Priego

cordoba barrio olivosEn el amplio baúl de mis recuerdos tengo una imagen, que guardo rodeada de la nebulosa propia del largo tiempo que desde entonces ha transcurrido, pero reforzada por la fuerte impresión que debió suponer para un pequeñajo de tres a cuatro años su llegada a Córdoba.


Nuestra familia tenía una historia parecida a otras muchas de la posguerra y mis padres trataban de formar un hogar como tantas otras familias ferroviarias en una apartada barriada cordobesa, que la gente conocía como Los Olivos Borrachos.


Llegábamos desde un pueblecito de Granada y nos bajábamos en la pequeña estación de Cercadillas en Córdoba, de la mano de mis padres, oriundos de Aguilar de la Frontera, Rafael y Francisca y siempre acompañados de mi abuela materna y con mi hermanito, un año más pequeño que yo.


Debí sentirme a gusto integrándome inmediatamente en ese apartado barrio con muchísimos críos, puesto qué, de donde venía solamente había tenido la compañía de mi abuela, mi hermanito y mis padres. Esto fue posible gracias a qué, junto a mi casa, a la derecha según salías, estaba la escuela de María con un enjambre de niños y niñas, donde cada tarde aprendíamos la tabla de multiplicar cantando.


Estas canciones y los juegos que organizábamos en el patio es lo que más recuerdo de aquellos primeros tiempos y de que mi madre tendía a diario en la Azotea las sábanas que mi hermanito mojaba por las noches, que se veían desde el cole y servían para martirizar a Pepillo.


Cierto día que mi madre tuvo que acudir a la escuela por algo relacionado con mi hermano, ella para disculparlo por alguna travesura dijo a María, la maestra, en presencia de otros niños: ¡es que mi Pepillo es muy chinche!


Esta expresión que al parecer traía mi madre de Granada, le valió a mi hermano el apodo de Chinche y por ende a mí del hermano del Chinche y a veces del Chinche grande, puesto que en el barrio que estaba integrado por gente que venía de los pueblos, se mantenía bastante el uso de los Motes.


Una anécdota simpática para recordar es que cierto día en que el Pepillo había hecho una travesura de las suyas, mi madre lo persiguió hasta la cama y cogiendo los pantalones cortos que estaban por allí, empezó a darle con ellos en la cabeza de éste, que gritaba como loco y mi madre le decía:


Niño que te estoy dando solo con los pantalones y Pepillo llorando respondía: ¡Si mamaíta, pero es que tengo los trompos en los bolsillos!


Las calles del barrio eran de gruesos guijarros y rudimentarias aceras y cierto día que jugábamos en la calle con el vecino Rafalín, mi abuela María, que vivía con nosotros y siempre estaba pendiente sobre todo de Pepillo que era travieso como ninguno, nos avisaba que tuviéramos cuidado porque había muchos “chinos” en el suelo. Rafalín que tenía mucha gracia le respondía con guasa: ¡Abuela que no son chinos ni japoneses, que son pedruscos!

He aquí un escrito que hice en el 2004 en recuerdo a esa escuela o “Miga” como también se decía y a donde
había que llevarse la silla, así como de otras que había en el Barrio:

Escuelas de Los Olivos
Repartidas por sus calles desde el camino a la vía
varias escuelas había que intentaré recordar
para todas las edades la educación se impartía
que el barrio de los Olivos era también cultural.


En González Aurioles estaba la de María
era también guardería muy famosa en el lugar,
con un patio muy frondoso que muchas flores tenían
donde pronto se aprendía cantando a multiplicar.


Qué maestra tan señora y qué carácter tenía,
te atendía a cualquier hora con mucha sabiduría
y era Emilio su marido la persona más discreta
que siempre iba subido muy serio en su bicicleta
también su hija Isabel, en confección una experta,
daba clases de coser en las horas de la siesta.


Justo al lado de la Iglesia, en la calle del camino
los colegios de Falange masculino y femenino
no mezclaban los dos sexos por evitar la ocasión
de que las niñas y niños tuvieran la tentación
que la Iglesia reprimía con su dura religión.


En la calle Juan de Ávila una figura se agranda
que por temas de política habían tenido encerrado
el Campeón, el abuelo de mi buen amigo Aranda
siguió siendo profesor en cuanto fue liberado.


Desde su Gamba de Oro lo recuerda Manuel Parra
que cuando era pequeño a aquella escuela acudía
allí aprendía a escribir y también caligrafía
y hoy tiene buen restaurante con mariscos en su barra.

También el señor Navarro en la calle La Austriada
era profesor muy serio y su clase es recordada.


Y en Mariano de Cavia, como se nos va a olvidar
al bueno del señor Reche, profesor particular
su hija mayor Maruchi y la menor era Emilia
que hace poco falleció y consternó a su familia.


La calle Fuente Obejuna tenía las del gobierno
y en sus aulas tiritabas con el frío del invierno
a su maestro don Poli después de estar jubilado
le dieron un homenaje que aun hoy es recordado.


Y muy cerca de mi casa en la esquina con la vía,
pero en la acera de enfrente de la escuela de María,
Luís López daba clases en aquella gran cocina
enseñándonos el Álgebra con su dura disciplina.


En calle Fuente Obejuna estaba el señor Ocaña
a quién alguno recuerda por sus capones con saña
por seguir aquel refrán que en tiempos se comentaba
que se aprendía mejor, la letra que a sangre entraba.


Como ustedes ven amigos, historias por recordar
del Barrio de los Olivos, quedan miles por contar.

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Juan Priego

julio 2025

Adicción al “clic”, por Pepe Morales

pexels vojtech okenka 127162 392018 clicks ratonCada día es más complicado distinguir la realidad de la ficción. La llegada de los primeros televisores a los hogares fue una revolución, semejante a las acaecidas tras la invención de la imprenta, la máquina de vapor o la radio, al convertirse en la ventana por la que la gente se asomaba al mundo y por la que los mundos entraban en sus vidas. A no pocas personas les cogió en una edad avanzada y fueron numerosas las que saludaban y despedían a los presentadores como anfitriones que atendían a la visita con la debida cortesía y urbanidad.


La revolución digital ha puesto patas arriba el mundo complicando aún más la confusión entre realidad y ficción con el advenimiento de la “realidad virtual”, la “realidad aumentada" y el “metaverso” (combinación de las primeras). Quienes no pertenecemos a las generaciones nativas digitales a duras penas nos manejamos en un mundo más nuevo que la América de Colón y quienes sí pertenecen a ellas a duras penas son capaces de entender y controlar la realidad que les rodea. Es la tormenta perfecta para cambiarlo todo sin que nada cambie.


Los mercados, siempre ellos pero no en solitario, se han ocupado y preocupado de que el desarrollo de las nuevas tecnologías atienda a satisfacer sus necesidades reales, tangibles y materiales, que para eso ponen la pasta y mandan. Coinciden tales necesidades, siglos después, con las de quienes pilotaron el desarrollo de la imprenta, la radio y la televisión. Convertir las herramientas que han transformado la realidad a todo lo largo de la historia de la Humanidad en eficientes instrumentos de doctrina y control es la especialidad de la casa.


La informática contribuye al progreso de la civilización en todos los ámbitos de la vida de una forma inconcebible hace veinte o treinta años. Esa misma informática está modificando los usos y costumbres sociales, en numerosos aspectos de una manera regresiva para el individuo y la colectividad. La imprenta, la radio y la televisión, que acercaron la cultura, la información y la formación a la población, fueron utilizadas en distintos momentos por los poderes públicos y privados para ejercer la manipulación y la tiranía sobre la ciudadanía.


La información es poder y la conectividad a internet demuestra una capacidad para influir en las personas como nunca antes se había visto. George Orwell auguró en su novela “1984” (publicada en 1949 e inspirada en “Nosotros”, de Yevgueni Zamiatin, escrita en 1920) lo que está sucediendo hoy. Nadie hizo caso, a excepción de los poderes que calcan hoy lo que Orwell atribuyó al Gran Hermano, incluyendo las Policías del Pensamiento y la Neolengua. La Inteligencia Artificial acabará arrastrando a la sociedad a la realidad virtual de Matrix.


El actual deterioro del pensamiento crítico tiene mucho que ver con el empeño del poder por desmantelar la Educación Pública y sustituir las humanidades por contenidos relacionados con los mercados, la especulación y el consumismo. El bien común ha perecido en una sociedad donde odio y violencia abren la puerta al “malismo” de siempre, a la misoginia, a la homofobia, al racismo y a otras formas más graves de desentenderse del prójimo, como las guerras y los genocidios participados por un capitalismo neofascista que amenaza la paz.


Que en la época de la Inteligencia Artificial, el turismo espacial, la cirugía robótica, Alexa y Siri, el control domótico desde el móvil y los vehículos sin conductor, el nivel intelectual en el primer mundo sea similar al de épocas de analfabetismo y al de países subdesarrollados, es mala señal, muy mala. Que el dinero necesario para el bienestar social, para la sanidad, la vivienda y la educación, se invierta en armas que sólo sirven para destruir y matar es una pésima noticia, la peor posible. Sin pensamiento crítico y armados, el desastre está servido.

Pepe Morales

Saga Bond: Pierce Brosnan (II), por Julián Valle Rivas

el mañana nunca muerte james bondEse punto y seguido para la humanidad que fue Internet orillaba la cotidianeidad social, humedeciendo los albores de un nuevo periodo histórico. Los satélites dominaban la circunnavegación espacial y la era de la información había revolucionado las transmisiones. Los medios de comunicación, como cuarto poder, se muscularon inflamando sus venas con una miríada de datos que transitaban entre paralelos y meridianos en milésimas de segundos. La mitad de los años noventa era para ellos el preludio de una fagocitación inminente de los tres poderes estatales… Qué lejos estaban de prever que aquella arma internáutica se convertiría, a la postre, en su perdición. Que cualquier mindundi de tres al cuarto podría emitir la información en tiempo real, sirviéndose de un mero aparatito telefónico. Que cualquier cantamañanas con un ordenador a su disposición podría crean su propia página de contenidos, incluidos los informativos. Que los ciudadanos podrían continuar sosteniendo su nivel de borreguismo sin necesidad de pagar por ello.


    También el cine debía hacerse eco de tan intrigante y apasionante paisaje, y evolucionar y revolucionar como lo hacían los medios de comunicación; no en vano, «Matrix» (Andy y Larry Wachowski, 1999; Lilly y Lana, después) estaba al caer. La saga Bond, sello de actualización a la realidad de su época, cual cronista de inspiración idólatra, no iba a dejar pasar la oportunidad de ambientar su nueva entrega en aquella marabunta de las transmisiones informativas… Y Pierce Brosnan, desde luego, protagonizaría la historia.


    Se mantuvo la confianza en Bruce Feirstein, para que, en solitario, desarrollara un nuevo guión original a partir de tales premisas. Pese a su éxito anterior, la decimoctava entrega sería dirigida por el canadiense Roger Spottiswoode, un veterano profesional que se había curtido en el oficio durante los años setenta como editor (aprendiéndolo como asistente de edición en los sesenta) de títulos tales como «Perros de paja» (Sam Peckinpah, 1971), «La huida» (Sam Peckinpah, 1972, como consultor), «El jugador» (Karel Reisz, 1974) o «El luchador» (Walter Hill, 1975); que participó en el novedoso guión de «Límite: 48 horas» (Walter Hill, 1982); y que se ganó el respeto como director en filmes como «Bajo el fuego» (1983), «El último hombre inocente» (1987, para televisión) o «En el filo de la duda» (1993). Pocas producciones modernas o contemporáneas (o ninguna) han sabido reconocer el mérito de la segunda unidad. Nunca se ha expuesto el menosprecio en la saga Bond, que no se ha olvidado de sobreimpresionar los nombres de sus directores en los créditos iniciales o de apertura. La encomiable labor de Vic Armstrong en el largometraje se refleja soberanamente en las variadas escenas de acción que, en solitario o en comandita con Spottiswoode, crea y dirige. Con Peter Lamont embarcado (y discúlpeseme el simplón juego de palabras) en esa mastodóntica empresa que fue «Titanic» (James Cameron, 1997), se contrató al experimentado decano Allan Cameron para el diseño de producción. Un maestro como Robert Elswit (recomiendo un vistazo a su filmografía y encarecidamente su último trabajo en la espléndida miniserie «Ripley» —Steven Zaillian, 2024—), regaló al espectador planos sublimes, como director de fotografía. Igual de plausible, la edición del dueto Michel Arcand y Dominique Fortin. Las miniaturas eran patrimonio de John Richardson, quien no decepcionó con los barcos y la nave antirradar a escala 1:8, fabricados para la película, cuyas secuencias fueron rodadas en el estanque de la bahía de Rosarito (México), el más grande del mundo, construido, claro, para «Titanic». BJ Worth, como de costumbre, se ocupó del estupendo salto en caída libre de cuatro kilómetros, para el cual no podría desplegar el paracaídas hasta que no restaran sesenta metros. El especialista francés Jean-Pierre Goy fue el encargado de conducir la moto para la secuencia de acción en la ciudad asiática, la cual incluyó un salto entre edificios sobre un helicóptero en vuelo. Se levantó una rampa de treinta metros, debiendo alcanzar el piloto una velocidad de ochenta kilómetros por hora para el salto y aterrizar en una montaña de tres pisos de cajas de cartón, montadas tras la fachada del edificio, que amortiguaron el literal aterrizaje. El espíritu de la saga venera el trabajo manual o artesanal frente al digital, lo que supuso que esto último apenas se limitara a las hélices del helicóptero, para las escenas de riesgo, a la ampliación de fondos en la desescalada con el cartel del rascacielos o a la composición de la secuencia submarina; pues, por ejemplo, para la persecución en el garaje, dispusieron de hasta diecisiete vehículos. En el apartado musical, un cuasi bisoño David Arnold, que ya se había responsabilizado de obras como las de Roland Emmerich, «Stargate» (1994) e «Independence Day» (1996), ejecutó una banda sonora notable, que conjugó a la perfección la naturaleza de cada secuencia; y Sheryl Crow deleitó con una más que interesante canción principal.


    El elenco, en su núcleo de secundarios, invariable, con Judi Dench, Samantha Bond, Desmond Llewelyn y Joe Don Baker. Teri Hatcher, debutante en la gran pantalla con ese brutal entretenimiento que es «Tango y Cash» (Andrei Konchalovsky, 1989), había participado en algunos largometrajes menores, pero, en verdad, era famosa por su protagonismo en la serie de televisión «Lois & Clark» (1993-1997). Michelle Yeoh, estrella del cine asiático, con más de diez años en la profesión, especializada en películas de acción, aprovechó, sin duda, la oportunidad que se le brindó. Jonathan Pryce, incuestionable secundario del cine, brillante y profesional, se declaró encantando por interpretar a un villano del carácter de Elliot Carver, tan distanciado de los ordinarios de las películas de acción de los noventa, a los que no podría haberse ajustado. El imponente físico del alemán Götz Otto encajaba a la perfección con el típico secuaz de campo de la saga. Ricky Jay era un popular mago que aparecía con frecuencia en las películas de David Mamet; por hacer la gracia, se rodó una escena que incorporaba un truco de magia con cartas, la cual hubo de excluirse del montaje final. Apunte curioso, la aparición como Ministro de Defensa del guionista, noble y demás Julian Fellowes, a cuya biografía me remito.


    Y, con el homenaje al inolvidable Albert R. Broccoli, eterno propietario de Eon Productions, se estrenó, en 1997, «El mañana nunca muere».


    En la frontera rusa prolifera el menudeo ilegal de armas. Durante una operación conjunta del MI6 y la Marina Real Británica, con la colaboración del ejército ruso y retransmisión en directo, sobre un mercado negro, el terrorista Henry Gupta (Ricky Jay) se delata. Acaba de adquirir un decodificador satelital estadounidense robado, haciendo procedente la inmediata destrucción del bazar criminal por vía sumarísima, por lo que el almirante Roebuck (Geoffrey Palmer) ordena a la fragata HMS Chester el lanzamiento de un misil, pese a las protestas de M (Judi Dench) acerca de la presencia en el lugar de su agente espía, que, no siendo competencia de la Marina, puede ir apañándoselas buenamente. Entre dimes y diretes, misil lanzado y cuenta atrás para impacto, el agente en cuestión enfoca un avión a reacción con armamento atómico. Las consecuencias, ahora (esa explosión del material atómico), excederían de lo previsto. Con el misil fuera del alcance de la señal de autodestrucción emitida por la fragata, no queda sino procurar retirar el elemento nuclear de la ecuación. Allá que va, entonces, el agente espía, que no es otro que James Bond, 007, abriéndose paso, a base de hostiar y ametrallar a los malos, hasta el avión; deja inconsciente al copiloto y despega justo en el instante en el que el misil impacta en el objetivo, hasta el punto de que mana de la cortina de fuego arrasador generada, cual ave fénix regenerada, para desahogo de la sala de control británica. Ah, Bond todavía no está a salvo. Un avión gemelo ha conseguido despegar tras él y el copiloto ha despertado y trata de ahorcarlo con un cable. Pilotando con las rodillas, 007 esquiva y contiene los ataques enemigos, se coloca bajo el avión contrario y eyecta al copiloto que lo atraviesa, matando dos pajarracos de un tiro, nunca mejor dicho, o tecleado. Rebasada la fase liminar, la fragata británica HMS Devonshire navega por las aguas del mar de la China Meridional cuando es hostigada por unos cazas chinos que le acusan de invadir sus aguas nacionales. La tripulación de la fragata comprueba que permanece en ruta internacional. La diferencia de referencias geográficas se ha de culpar a Gupta, que está usando el decodificador para provocar el conflicto. Mientras el incidente se sucede, un barco antirradar perfora con un proyectil la fragata y desintegra un caza de un misilazo; operación que es inspeccionada por Elliot Carver (Jonathan Pryce), magnate de las telecomunicaciones, desde la sede de su grupo de comunicación (CMGN) en Hamburgo. Su objetivo es crear noticias por medio de sucesos desestabilizadores que le permitan ampliar su emporio: «No hay mejor noticia que una mala noticia». El MI6, receloso de los detalles de la exclusiva publicada en el periódico Tomorrow, propiedad del Grupo Carver, obtiene un margen de 48 horas para investigar, antes de que el Ministerio inicie un ataque contra China; además, algún satélite del Grupo parece también implicado. James Bond, interrumpido en mitad de una clase recordatoria de danés, o con la profesora de danés, en Oxford, es convocado para la misión. Su antigua relación con Paris (Teri Hatcher), la esposa de Carver (chivada por Moneypenny —Samantha Bond—), puede serle de provecho, y la ceremonia que Carver ha organizado en Hamburgo para celebrar el lanzamiento de una cadena de noticias, el momento oportuno. Aterriza, pues, 007 en la ciudad alemana, donde Q (Desmond Llewelyn) le surte del nuevo BMW 750iL, customizado como Dios o la Reina manda y dotado de un teléfono de control, adicionado con un reproductor de huellas digitales, un descargador eléctrico y una llave universal. En la fiesta, la tapadera como banquero le durará el habitual par de segundos, aunque suficiente para que la trama lo presente ante Carver, lo acerque a Paris e introduzca a una bella y enigmática mujer china, quien resultará ser la agente Wai Lin (Michelle Yeoh). Los secuaces de Carver, con Stamper (Götz Otto) a la cabeza, intentan, sin éxito, acabar con el agente británico, tentativa de homicidio de la que 007 se venga fastidiándole la fiesta al magnate. Al menos, tras una noche rememorativa de afectos pasados, Paris desvela a Bond la entrada de un sótano secreto, lo que terminará pagando con su vida. Antes, 007 accede con facilidad a la guarida y recupera el decodificador. La salida ya no será tan asequible: una rondadora Wai Lin hace saltar las alarmas. Evolucionada la sección de tiroteo y evasión, de regreso a su habitación de hotel, Bond encuentra el cadáver de Paris. Carver ha contratado los servicios del sicario Dr. Kaufman (Vincent Schiavelli) para asesinar a la pareja y montar un escenario que responsabilice al Agente. El plan se le vuelve a torcer y Bond se libra de la trampa, ejecutando sin piedad a Kaufman. Para deshacerse del equipo de esbirros, empecinado en su coche a fin de recobrar el decodificador, Bond deberá recurrir a sus artilugios y destrozar el BMW, en una impresionante escena de persecución en el interior de un garaje. Apurado por el tiempo, Bond se reúne con el agente de la CIA Jack Wade (Joe Don Baker), quien recibe el decodificador y lo ayuda a adentrarse en las profundidades marinas donde se halla hundido el Devonshire, topándose, a lo largo de la incursión submarina, con la agente Wai Lin y descubriendo que han sustraído un misil nuclear. Al emerger, la pareja es apresada por Stamper, que los conduce hacia la presencia de Carver en las oficinas del Grupo en Saigón (Ho Chi Minh), donde, por supuesto, el villano describe su malévolo plan, que ha contado con la inestimable cooperación del general chino Chang (Philip Kwok). La sin par destreza de los agentes concede a la narración una espectacular secuencia de huida y persecución en moto (BMW 1170 cc, oh casualidad) por las calles saigonenses. Aliados contra Carver y sus infames paniaguados, e informando a sus respectivos gobiernos, rastrean la posible ubicación del barco antirradar, el cual asaltan y plagan de bombas. Wai Lin es capturada y Carver le revela su propósito de disparar el misil nuclear británico contra Pekín, desencadenando una guerra mundial, que permitirá a Chang intermediar en la paz, despejando su camino al poder, y otorgar a Carver los derechos de transmisión en China, como contraprestación. Bond irrumpe en embestida, los agentes revientan la nave, con auxilio externo, y se da muerte a Stamper y Carver muy salvaje y sangrientamente, como corresponde en estas lides. El cierre de la entrega no innova, ataja o bifurca, así que la pareja de agentes disfruta de su ratito romántico, al despiste de los ojos amigos que los buscan.


    Siempre culmino el visionado de «El mañana nunca muere» con el dulzor de la satisfacción acariciando los recovecos de mi paladar y sublimando, de pura comprensión del espacio, por entre las comisuras de mis labios. En práctica equiparación con «GoldenEye» (1995), me ofrece todo lo que necesito que me ofrezca. Un Brosnan prodigioso en su papel de 007: la indolencia, el desafecto, la inteligencia, la belleza, la seducción, la persuasión, la pericia, el talento, la resiliencia…; un genial villano histriónico o comedido, según se requiera; y unas mujeres, personajes e interpretaciones, magníficas, a años luz de las mostradas en las décadas anteriores, si bien, guardando esa perenne belleza. Me deleita cada segundo de metraje entre Bond y Paris, ese reencuentro sensacional, esa frialdad con la que 007 ejecuta a Kaufman, esa despedida del cuerpo inerte de la mujer, cariñosa, aunque ausente de lágrimas. El director de fotografía compone un plano sobresaliente, admirable, con Bond y Paris de pie, cara a cara, cuerpos en contacto, en la habitación del hotel, él acaba de deslizar suavemente su vestido, ella de espaldas, ambos escorados a la derecha de la imagen, envueltos por una luz cálida y tenue. Las escenas de acción con el coche y la moto se englobarían entre las mejorcitas de la saga y, en general, la narrativa se desarrolla con fluidez y solvencia, para una historia de las míticas. Una complaciente aventura de 007, en definitiva… Qué más se puede pedir.


Julián Valle Rivas

De ideologías y reflexiones, por Juan Priego

ideologiasLlevo un tiempo queriendo reflexionar sobre las ideologías y los razonamientos y he aquí qué, intentando contrastar mis pensamientos, me he asomado a Internet y lo que he visto me ha dejado “PATIDIFUSO”.


Lo primero que he encontrado cuando he puesto “ideologías y reflexiones”, me ha parecido mientras lo repasaba, que estaba sencillamente leyendo lo que yo pensaba. Pero, sólo al final me he dado cuenta (a pesar de estaba escrito al principio en letra muy pequeña), que lo que había leído estaba creado por la Inteligencia Artificial.


Justo en ese momento empezó a caerme bien la IA, de la que tan mal uso hace demasiada gente y por hoy me limitaré a copiarla aquí para mis inteligentes amigos lectores y la remataré con una corta reflexión de mi cosecha escrita antes de la consulta, aunque sólo sea para estar seguro que yo soy yo, y no un producto de la susodicha IA…


¡Ah! Ahora me dedicaré a buscar, a ver que cuenta la IA sobre los asesinatos de Israel en Gaza y los recientes en las colas del hambre, la invasión de Putin a la nación de Ucrania, las locuras de Trump o el comportamiento errático de la derecha en España.


Si los poderes fácticos en el mundo se percatan, mal porvenir le veo yo a la Inteligencia Artificial, a menos que le inyecten una dosis de genes contaminados para que los defiendan a “Ellos”.


Ahí va la copia de lo que la IA opina sobre las ideologías y las reflexiones, antes de que esa contaminación se produzca y la Inteligencia artificial cambie de bando y se alinee con Trump, con Putin, Netanyahu y con la derecha española:

Vista creada con IA
Las ideologías son sistemas de ideas, valores y creencias que explican y justifican la realidad, influyendo en la forma en que los individuos y grupos perciben y se relacionan con el mundo. Las reflexiones sobre las ideologías nos permiten analizar su origen, función y efectos en la sociedad, cuestionando su impacto en la política, la economía y la cultura.


El concepto de ideología:
• Un sistema de ideas:
Las ideologías no son simplemente opiniones, sino sistemas estructurados de creencias y valores que se transmiten y se comparten dentro de un grupo social.
• Explicación y justificación:
Las ideologías pretenden explicar la realidad, dar sentido a los fenómenos sociales y justificar las relaciones de poder existentes.
• Influencia en la acción:
Las ideologías influyen en la forma en que las personas actúan, tanto individual como colectivamente, moldeando sus decisiones y comportamientos.
• Diversidad de ideologías:
Existen diversas ideologías, como el liberalismo, el socialismo, el comunismo, el nacionalismo, entre otras, cada una con sus propias ideas y objetivos.


Reflexiones sobre las ideologías:
• Análisis crítico:
Las reflexiones sobre las ideologías nos permiten analizar críticamente su origen, su función y su impacto en la sociedad.
• Cuestionamiento de la realidad:
La reflexión cuestiona las verdades establecidas y nos permite identificar los intereses que subyacen en las diferentes ideologías.


• Identificación de sesgos:
La reflexión nos permite identificar los sesgos y las distorsiones que pueden estar presentes en las ideologías, así como las alternativas a considerar.


• Diálogo y debate:
La reflexión promueve el diálogo y el debate en torno a las ideologías, enriqueciendo el conocimiento y fomentando la diversidad de perspectivas.
Ejemplos de reflexión sobre ideologías:
• El impacto de la ideología en la política:
¿Cómo las ideologías influyen en la toma de decisiones políticas? ¿Cómo se utilizan las ideologías para legitimar el poder?
• La influencia de la ideología en la cultura:
¿Cómo las ideologías moldean los valores culturales y las identidades sociales? ¿Cómo se transmiten las ideologías a través de la cultura?
• La relación entre la ideología y la economía:
¿Cómo las ideologías influyen en las políticas económicas? ¿Cómo se utilizan las ideologías para justificar las desigualdades económicas?


En resumen, la reflexión sobre las ideologías es fundamental para comprender la complejidad de la sociedad y poder tomar decisiones informadas y críticas. Termino con esta corta pincelada de mi cosecha:


De ideologías y reflexiones
No me digas tú el porqué
ni el cómo ni tus razones,
no me hables de tu fe…
¡Que esto va de reflexiones!

Juan Priego

junio 2025

Carta abierta al Alcalde de Lucena y a la ciudadanía, por la Mesa Unidad Ciudadana Lucena por su Hospital

alcalde lucena aurelio fernández garcíaHoy, 27 de junio de 2025, se cumple un año de la última concentración que se celebró en la Plaza Nueva para reclamar las mejoras sanitarias que nuestra ciudad necesita. Después de ese lapso de tiempo, la situación que vivimos en Lucena, está peor pese a la lucha de la mayoría de los lucentinos y las lucentinas.


Lucena es una ciudad valiente. Lo es cuando ves como gracias al esfuerzo de sus hombres y mujeres se ha convertido enuna referencia industrial para toda Andalucía. Se ve la valentía cuando mantiene y defiende sus tradiciones sin dejarse influir por modas ajenas a la ciudad que sí se están haciendo notar en otros lugares. Es valiente cuando se crean eventos e iniciativas gracias al empuje de colectivos que luchan para que disfrutemos de actividades sin parangón en otros puntos del país.


Ahora nos toca ser valientes en la lucha por nuestra Sanidad. Una lucha en la que nos va la vida. La nuestra y la de nuestros seres queridos. La Junta de Andalucía ha decidido que nuestra ciudad siga siendo de Segunda o de Tercera, en lo que a servicios sanitarios se refiere. Después de un año, para lo único que se dieron prisa fue para anunciar el traslado de las Urgencias, haciéndolo coincidir con la puesta de largo de nuestro movimiento en un claro intento de desactivación, que les ha vuelto a retratar, porque como anunciamos no cumplirían los plazos y a día de hoy no se sabe cuando se llevará a cabo el traslado.


La situación es peor, porque además de que la Junta de Andalucía siga sin escuchar a nuestro colectivo, tampoco lo hace con los representantes de nuestro Ayuntamiento. Ya va para año y medio esperando una cita con la Consejera de Salud, sin que haya habido hueco en su agenda, mientras la situación se deteriora más. Y sobre todo, la situación es peor porque se ha roto la unidad que había en esa concentración hace un año. De esa foto se ha caído el alcalde de nuestra ciudad junto con todo el Partido Popular.


Su ausencia en la reivindicación colectiva, la primera vez en casi 20 años de lucha en Lucena, que un alcalde da la espalda a la sociedad civil organizada en lucha por mejoras sanitarias, no es más que una estrategia de división y desgaste. Pese a nuestras reiteradas invitaciones y solicitudes para que se ponga al frente de este movimiento, éstas no han sido escuchadas.


Su ausencia no es baladí ni carente de tacticismo. Su negativa a estar con la ciudadanía organizada desvirtúa nuestro movimiento, acusándolo de politización. Da gasolina a tertulianos interesados, de bar, medios de comunicación y de redes sociales, que invierten su tiempo en acusar con falsedades en defensa de otros intereses que desde luego nada tienen que ver con la defensa de la Sanidad. Aquéllos que nos acusan de politización, dígannos, ¿Qué se hace cuando se invita por activa y por pasiva a alguien y rechaza la invitación para poder mantener una coartada que defienda los intereses de su partido?


La negativa del Alcalde, provoca desafecto, provoca que tengamos que dedicar esfuerzos en defendernos de ataques en lugar de usar ese tiempo en construir. Provoca, que en una ciudad valiente hayan personas y colectivos que no quieran dar un paso adelante en la lucha colectiva que vivimos por miedo a perder subvenciones y apoyos institucionales. Todo eso provoca una desunión que ni hemos buscado ni pretendemos mantener.


Lucena necesita la valentía de sus ciudadanos y ciudadanas en lucha por lograr unos servicios sanitarios dignos. Necesitamos dejar de mendigar y exigir dignidad. Necesitamos un alcalde valiente, que como han hecho otros alcaldes del Partido Popular, Écija, Herrera, Algámitas..., se enfrente a Juanma Moreno cuando es necesario porque con la salud de sus ciudadanos no se juega. Necesitamos acabar con la división y tener a toda una ciudad peleando por lo que es de Justicia. A otras ciudades se lo regalan, nosotros vamos a conquistar nuestros derechos. En Lucena no asustan los retos.


La Mesa de Unidad Ciudadana, seguirá luchando como siempre. Con esfuerzo voluntarioso de hombres y mujeres que sacan tiempo de dónde no lo hay para luchar por la Sanidad. Con falta de recursos económicos que nos permitan afrontar grandes acciones que nos reclaman nuestros vecinos y vecinas, como volver a llenar la ciudad de banderolas en cada balcón reivindicando nuestro hospital. Seguiremos trabajando con prudencia y tacticismo pues sabemos que hay quien celebraría el más mínimo fallo por nuestra parte y sería una fuente de ataques por su parte.


Pasos cortos pero firmes. Vamos a seguir luchando todo el tiempo que sea necesario. Y esperaremos que en un año nuestro mensaje a la ciudadanía sea más positivo y desde luego que la desunión se haya acabado.


Alcalde, Aurelio, ¿Por qué no luchas con nosotros?

Mesa Unidad Ciudadana Lucena por su Hospital

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