Saga Bond: Roger Moore (II), por Julián Valle Rivas

el hombre de la pistola de oro james bond 007

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La novela póstuma de Ian Fleming se convertiría, a la postre, en el seno del universo cinematográfico de 007, en la última colaboración para el tándem formado entre Harry Saltzman y Albert R. Broccoli. «El hombre de la pistola de oro» era un título que rondó a la pareja productora desde mediados de los años sesenta, transcurriendo la acción en Camboya. Sin embargo, con el pifostio que se montó en 1967 (y coleando las elecciones de 1966), el tema se insertó en el rimero de pendientes, y a otro asunto.


    En pleno rodaje de la novena entrega, estrenada en 1974, un periodista interrogó a Roger Moore acerca de si temía el encasillamiento. Éste, para quien sólo era la segunda, le respondió muy educadamente que si existía un peligro de encasillamiento debía ser por el éxito del personaje y de su persona como protagonista, razón por la que el temor no nublaba su ánimo. También sería la cuarta y última película de la saga dirigida por Guy Hamilton, de quien, a pesar de opinar que los desenlaces se le escapaban de las manos (revés por el cual, tal vez, no debe ser necesariamente culpado), no se puede negar que era un organizador y un coordinador tremendamente eficaz y curtido. Tom Mankiewicz, hombre corporativo, escribía el guión hasta que confesó a los productores que se había atascado en la historia. Se acudió, entonces, al viejo experto en el personaje Richard Maibaum, cuyo trabajo, que contuvo las novedosas salidas chistosas de Bond, fue rematado por el propio Mankiewicz (respiró cuando Saltzman se olvidó de la carrera de elefantes, aunque no pudo evitar la arribada de una partida de calzado para doscientos ejemplares), aprovechando la idea del Agitador Solex investigada por Michael G. Wilson, hijastro de Broccoli, incorporado a la productora en 1972.


Para el reparto, manteniendo a los habituales Lois Maxwell y Bernard Lee y recuperando a Desmond Llewelyn (no así sus artilugios rocambolescos, ni el Martini con vodka), se contrató a las suecas Maud Adams y Britt Ekland, y se renovó a Clifton James para retomar a su insufrible personaje (capricho indecente) del Sheriff JW Pepper (el empujón al agua del elefantito fue verídico). Se alabó el trabajo de Hervé Villechaize, seductor incorregible que flirteó con cada fémina y exprimió al máximo su tiempo libre. Mankiewicz había imaginado a Jack Palance para el papel de Scaramanga; no obstante, a Christopher Lee se le convenció con facilidad. Primo de Ian Fleming, al igual que éste había sido destinado al Servicio de Inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial y su recurrente papel de Drácula invitaba al cambio de aires. Para más inri, se tomó con filosofía y humor los constantes chascarrillos de sus compañeros en torno al conde transilvano, que él mismo alentaba con imitaciones descacharrantes. John Barry reconquistó su feudo musical, y se sumó la canción de cabecera compuesta por Don Black e interpretada por la cantante británica Lulu. La enfermedad durante el rodaje del fotógrafo Ted Moore incrementó la presión sobre su sustituto, Oswald Morris, para acabar en plazo. Relevantes fueron las miniaturas explosivas de la sala de energía (el pánico del primer tramo de la escena de Britt Ekland fue sincero), el coche volador por radiocontrol y el diseño de la habitación psicodélica de la mansión. La sección de acción la acaparó American Thrill Show y su alucinante salto Espiral Astro… lástima del estúpido efecto sonoro con el que editaron la escena.


    El tradicional liminar presenta a Francisco Scaramanga (Christopher Lee), en quien se aprecia la curiosa característica física de un tercer pezón en el pecho. Habita en un islote en mitad de un archipiélago, en cuyos accidentes rocosos hay horada una lujosa mansión paradisíaca fraccionada en kilométricas habitaciones que le conceden y satisfacen cualesquiera de sus necesidades. Lo acompañan Andrea Anders (Maud Adams), su amante, y Nick Nack (Hervé Villechaize), un enano o persona pequeña, perdón, que le hace las funciones de mayordomo y compinche, y con quien parece haber pactado legarle el islote cuando muera, futuro que motiva a Nick Nack para organizarle los más rocambolescos medios para asesinarlo, que sirven a Scaramanga para mantenerse permanentemente activo y en forma… De buen rollo, siempre… En uno de estos montajes sicarios aparece la obsesión de Scaramanga: James Bond, Agente 007. En la sede del MI6, Bond es convocado por M (Bernard Lee). Se ha recibido una bala de oro con su número. Scaramanga, un mercenario que asesina empleando esas balas (el espectador sabe que también su pistola desmontable es de oro), a razón de un millón por persona, lo tiene en su punto de mira. 007 está en medio de una importante misión relacionada con la crisis energética. Para evitar que la amenaza ponga en peligro el trabajo de Bond deberá tomarse unas vacaciones forzosas… A no ser que antes acabe con Scaramanga. Su única pista es el Agente 002, Bill Fairbanks, quien fue asesinado, se sospecha que por Scaramanga, en 1969 en un cabaret de Beirut, si bien la bala nunca fue hallada. Recuperada la bala del adornado vientre de la bailarina del cabaret, tras librarse (Bond) del ataque de un adorador celoso y sus secuaces, y librarla (la bala) del tracto intestinal (en el rifirrafe 007 se la tragará), Q (Desmond Llewelyn) y su asistente Colthorpe (James Cossins) concluyen que la bala sólo puede ser obra de Lazar (Marne Maitland), un armero residente en Macao. Se prepara una nueva entrega del producto, que llevará a Bond a seguir a Andrea, cruzándose con la agente Mary Goodnight (Britt Ekland), ansiosa por la atención sicalíptica de su compañero. En un intenso interrogatorio, Andrea informa a Bond de que Scaramanga irá al club Bottoms Up de Hong Kong. En realidad, allí se encuentra su próxima víctima: Gibson (Gordon Everett), inventor del Agitador Solex, artefacto capaz de convertir la luz solar en energía. Durante el ajetreo provocado por el asesinato, Nick Nack robará el Agitador Solex y Bond será conducido por el teniente Hip (Soon-Taik Oh), contacto del MI6 en la urbe, hasta la sede secreta oculta en los restos del incendiado buque Queen Elizabeth (sucedió el 9 de enero de 1972, encallando zozobrante en las aguas del puerto de Victoria Harbour; aunque no conservaba ya el nombre, pero eso es otra historia). Los hechos vinculan a Scaramanga con el empresario multimillonario Hai Fat (Richard Loo) por el control energético. Por ello, Bond encarga a Q el cachivache definitivo de la saga: un pezón postizo para fingir ser Scaramanga ante Fat, creyendo (erróneamente) que no se conocen. Procede aquí, amable lector, una virtuosa elipsis narrativa, pues la trama comienza a rezumar grotescos pastiches caprichosos y estupefacientes que adicionan el cine de artes marciales, la reiteración de la persecución en lanchas, la espeluznante recuperación del Sheriff JW Pepper (Clifton James), el amago pasional entre Bond y Goodnight, la irrupción de Andrea (confiesa que ella envió la bala al MI6 para que Bond la rescatara de Scaramanga y suple el puesto nocturno de la agente) y el purito de después, su ejecución por traición, el asesinato de Fat a manos de Scaramanga para heredar el emporio por regicidio, la obtención y pérdida del Agitador Solex, el secuestro de Goodnight, la extravagante pirueta del coche de Bond y la metamorfosis del automóvil de Scaramanga en avión. Triangulando la señal de Goodnight, el MI6 ubica el islote de Scaramanga en territorio chino, a donde se desplaza 007. En el hogar de Scaramanga, Bond y Goodnight, quien ha sido vestida con un bonito bikini (uniforme oficial de las chicas de la saga en los setenta), son atendidos con la debida hospitalidad y cortesía, acordes con el empaque y la prosopopeya de todo digno villano de este particular mundo; villano que, amén de agasajar a sus invitados con un meritorio almuerzo, por supuesto, guiará a Bond en una visita por las diferentes estancias de la vivienda, incluyendo su central energética y el láser tan chulísimo que se ha construido con el Agitador Solex. La cuestión es que Bond y Scaramanga celebran un duelo que se muda hacia la psicodélica sala de los espejos de la morada. Cuarto en el que Bond, para vencer a su enemigo, duplicará la artimaña que Nick Nack había usado contra él. Agarrado el Agitador Solex, huirán Bond y Goodnight, precipitados por la normal explosión del islote en estos casos. A bordo de la barquichuela del finado Scaramanga la pareja disfruta de la fogosidad del triunfo. Es ese instante, Nick Nack, polizón furtivo, asalta la escena, dándose un ridículo enfrentamiento resuelto con el bochorno de atraparlo en una maleta y aprisionarlo en una cesta o banasta. Clausura el largometraje la barquichuela del finado Scaramanga rumbo al horizonte en modo barco del amor.


    «El hombre de la pistola de oro» brinda al espectador todo lo que pudiera reclamar de la saga: aventuras, acción, seducción, arrojo, escenarios paradisíacos y villanos de postín. Con un Moore competente, resulta un entretenimiento comercial y efectivo, sin más pretensiones que las pertinentes en el ambiente de la saga, que aspira, como cada entrega, a ir más allá. Por apostillar negativos, el personaje de Britt Ekland es un calco caucásico y rubio del creado para Gloria Hendry en «Vive y deja morir» (1973): una mujer torpona y algo lerda, sin carácter, hecha (diseñada, delineada) para lucir en bikini. Y el estropicio del cierre en una realización de Hamilton, porque, mientras Nick Nack, a través del ingenio, derrota a 007 en una escena a medio metraje, el enfrentamiento final se abisma con pena. Saltzman, por concluir enlazando con el principio, al declararse en quiebra, perdería su participación en la productora, alzándose Broccoli como única cabeza al mando.

Julián Valle Rivas

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