Fe, ocio y negocio, por Pepe Morales
En cualquier debate concurren posturas enfrentadas, máxime cuando se topa con el peliagudo asunto de la fe que mueve montañas, de dinero en este caso. Es lo que ocurre en torno al conflicto de intereses entre la industria hostelera y la industria cofrade, ambas autodenominadas “motor de la economía local”, si bien una crea puestos de trabajo más o menos estables, contribuye al bien común con impuestos y es profesional.
Un problema similar tuvo lugar en los 80, cuando una liga de futbito vaciaba las calles y llenaba las pistas del polideportivo durante gran parte del verano. Hostelería 1 – Deporte 0, fue el resultado.
La Semana Santa y otras expresiones del folclore popular van unidas a la diversión al tener lugar en fechas de descanso para la mayoría de la población trabajadora y estudiantil. Y la diversión, en la Europa mediterránea, se asocia a reuniones con familiares y/o amistades, a la música, la risa, el disfrute y la muy cuestionable cultura del alcohol, aunque el proveedor aconseje el “consumo responsable”, pero esto... mejor dejarlo para otra ocasión. A falta de atractivos naturales o culturales, los desfiles procesionales son uno de los principales activos turísticos que ofrece Lucena para dinamizar su economía. No obstante, se observa en las últimas décadas un éxodo considerable en esas fechas que vacia las calles y llena de lucentinos y lucentinas los paseos marítimos de la Costa del Sol y otros destinos.
En paralelo, hay que poner en valor las iniciativas culturales que durante los últimos lustros se ofrecen a la ciudadanía, con gran esfuerzo de las personas y colectivos que las organizan y el apoyo de instituciones públicas y privadas. Estas actividades, teatro, jazz, flamenco, carnaval, etc., suelen desarrollarse con mínima o nula actividad económica que pueda suponer intrusismo profesional y competencia desleal hacia la hostelería. Así, se intenta sacar al pueblo del monocultivo y abrir el horizonte a la diversidad cultural, a un pluralismo imprescindible en la sociedad, respetando en lo posible el tejido productivo local.
Hacer números puede dar una idea aproximada de la dimensión del conflicto con todas las cautelas habidas y por haber. De los datos aportados a la prensa por la organización del Oktoberfest, referidos al año pasado, se desprende: si a los 50 litros de cerveza de un barril se le resta un 12% de desperdicio (*), da para unos 146 vasos de 30 centilitros que, a 3 €, suponen para la caja 438 €. Si el año pasado se consumieron 140 barriles, el ingreso fue de 61.320 €. A esta cantidad hay que sumar la cerveza embotellada, otras bebidas alcohólicas, refrescos y la comida servida. Podían haber sido mayores el consumo y la caja si por imprevisión logística no se hubiesen acabado las existencias el último día.
En el evento, organizado por la Cofradía del Nazareno, colaboran empresas lucentinas, la Santa Fe, Diputación (¿?) y Ayuntamiento (¿?). El dinero gastado en los cuatro días no llega a las cajas de los negocios hosteleros que crean puestos de trabajo más o menos estables y pagan sus impuestos religiosamente. Si se le suman otros eventos organizados por cofradías y distintos colectivos celebrados en algunos de los 52 fines de semana del año, días fuertes para la hostelería, vengan contables a hacer números sobre el daño que el negocio del donativo inflige al tejido hostelero de la ciudad, amén de los tributos que estas actividades dejan de satisfacer a las arcas públicas como es obligación de todo ciudadano.
Alega la sensibilidad cofrade que las barras son una forma de financiar su funcionamiento y surgen una serie de interrogantes y dudas al respecto. A diferencia de otros colectivos declarados de utilidad pública por el Ministerio de Interior (con un par de estrictas auditorías públicas anuales de sus cuentas), la contabilidad cofrade, que se sepa, no es todo lo transparente que sería de desear y muchos de sus gastos se concentran en pompa y boato que chocan con el mensaje evangélico. Chirría que la Iglesia goce de privilegios contables, que se financie con impuestos de creyentes y no creyentes y que la Conferencia Episcopal dedique más fondos a medios de comunicación que siembran odio que a Cáritas, por ejemplo. Se explica que “tengan” que recurrir al alcohol como fuente de ingresos.
(*) 5% de consumiciones que no se cobran, 3% de derrame al llenar el vaso, 2% por problemas con el CO2 y temperatura y 2% por espuma al final del barril.
Pepe Morales