El retratista y el trovador, por Juan Priego
A mis queridos amigas y amigos lectores, les dedico una pincelada de una manera de vivir que, idealizada por el recuerdo, ha quedado en las mentes sensibles de las niñas y niños que vivimos una época pasada y que ojalá no se vuelva a repetir, a pesar de la belleza con la que el tiempo la envolvió en nuestros corazones.
Esta reflexión sobre los recuerdos resulta muy entrañable para mí, ya que no son recuerdos individuales, sino que, seguro que son compartidos por muchos cordobeses de toda la provincia, que en algún momento de su vida pudieron vivir en épocas pasadas y que leyendo estas líneas volverán a recordar con cariño.
Como creo que recordar es volver a vivir, espero y deseo que muchos lectores puedan disfrutar de estos recuerdos colectivos, qué de alguna manera nos marcaron en la infancia, a unos más y a otro menos.
De muy pequeño, a mediados de los cuarenta, mis padres me llevaban a los jardines de La Agricultura, más conocidos por los cordobeses por los Jardines de los Patos, donde coincidíamos con otros niños para ver los numerosos patitos en el estanque que, más de setenta años después, aún existen exactamente igual que entonces y donde van cambiando los papás, sus pequeñas y pequeños y también los patos, además de otras muchas cosas, que por aquellas fechas ni podrían imaginarse.
También me maravillaba ver al “retratista” arrastrando su pesada y maravillosa máquina de hacer fotografías, ocultando su cabeza bajo una capucha de la máquina y produciendo un fogonazo de luz, que me parecía tan divertido como el escuchar a los trovadores callejeros, que se paraban en las esquinas de las calles de mi barrio de Los Olivos, apartado del mundanal ruido en las afueras de la ciudad y rodeado de huertas.
Aquellos trovadores nos contaban cantado, historias que nos dejaban con la boca abierta y los ojos maravillados, por lo que los seguíamos por todas las esquinas del barrio, como los patitos seguían a sus mamás patas en el estanque de aquellos jardines.
Cosas así, hacían que no notáramos tanto las penurias que nos rodeaban por todas partes, para finalmente olvidarlas y recordar solamente lo bonito y lo entrañable, que por suerte también habíamos vivido y compartido en aquella especie de tribu en la que vivíamos felices y ajenos a las carencias con las que crecíamos.
Quizás estas dos figuras hicieran mella en mi niñez y finalmente en la madurez, me hayan influenciado para retratar con palabras a personas, sentimientos y acontecimientos que me acompañan por doquier y de alguna manera, pregonarlos a través de la escritura, por todas las esquinas de mi entorno y allá por donde puedan ser leídas por personas sensibles, que disfrutan con los cuentos basados en una realidad.
A fin de cuentas, en esta vida todo son carambolas del azar, que, a base de golpes fortuitos, se van propagando por las veredas, caminos y caminantes. Estos bonitos recuerdos me llevan a intentar retratarlos de esta sencilla manera:
A los recuerdos
Mucho escribo de recuerdos
que por mi mente pasean
poco de los sentimientos
que escondidos se recrean.
Cuando pienso en el motivo
si es que alguno ha de existir,
me pregunto si yo escribo
para volver a vivir.
Al final yo me respondo
que a mí lo mismo me da
que el sentimiento es tan hondo,
que estará bien donde está.
Los recuerdos son canciones
que te alegran los oídos
y llenan los corazones
con viejos tiempos vividos.
Si eres feliz recordando
y los puedes compartir,
veras que estás disfrutando
y estás volviendo a vivir.
Y por tanto las historias
que nos unen al amigo,
yo las cuento en mis memorias
y las comparto contigo.
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Juan Priego
septiembre 2024