Annual 1921: Los vaticinios, por Julián Valle Rivas

general manuel fernandez silvestre annual lucenaNo mucho antes del desastre, el Ministro de la Guerra, vizconde de Eza, en una visita a la zona rifeña, pudo advertir de primera mano cómo prevalecía en el cuerpo allí destinado la voluntad del general Fernández Silvestre (en la imagen), incluso imponiéndose sobre la del comisario Berenguer. Y marchose del lugar, tras la oportuna ronda fotográfica, sin poner orden ni remedio. Otros, en cambio, sí manifestaron su parecer.

 


    El todavía entonces teniente coronel Ricardo Fernández de Tamarit, enterado de los planes de Fernández Silvestre para Alhucemas mientras integraba el Regimiento de África, a riesgo de su vida, lideró una incursión con el fin de determinar posibles rutas alternativas más seguras a las inicialmente previstas. Comprobados los resultados, cruzó correspondencia con Fernández Silvestre, indicándole el camino idóneo, pues había hallado agua, pastos y recursos abundantes, pudiendo discurrir el ejército sin problema grave. Fernández Silvestre la calificó de «inútil excusión», siendo su promotor un «fantoche», cuando él mismo no tenía dos testículos, sino tres. Ante tan vil grado de soberbia, le respondió Tamarit que su conciencia le imponía ser claro en sus argumentos, el aventurado camino hacia el desastre que Fernández Silvestre pretendía comandar con sus soldados españoles. Añadió que, pese a la apariencia de hombre enérgico, Fernández Silvestre continuaba siendo el «niño grande de siempre», hasta el extremo de que sólo podían defenderle los bigotes, «… si algún día te los afeitas estás perdido». Además, le remarcó que en la Policía rifeña existían elementos «… cuya conducta y depravaciones han levantado contra nosotros una tempestad de odios que se traducirá en un levantamiento general el día menos pensado, y más aún si tenemos un revés». Es decir, que volverían las armas contra ellos, como efectivamente sucedería. Consideró Tamarit que Fernández Silvestre, dándolo todo por hecho, se había instalado prematuramente en Sidi Dris, Afrau y Annual, sin consolidar la retaguardia, sin someter a los rifeños que quedaban atrás, con los evidentes peligros; de manera que, a la mínima de cambio, se encontraría a su espalda cinco o seis mil fusiles contra unas tropas que no estaban preparadas: «vivimos sobre un volcán». Remató Tamarit reprochando como una vergüenza aquello de que los coroneles se pasaran la vida en la plaza de Melilla o en España de permiso, «rascándose la barriga», y sólo fueran al campo cuando iban a desarrollar una operación con la columna; «… Y por lo que se refiere a tus tres testículos, sobre el que decírmelo era innecesario, te diré que yo sólo tengo los dos que me corresponden, y convencido de que todo cuidado es poco para reservarlos, no los uso a destiempo. Te suplico por el bien de todos no malgastes los tuyos prematuramente. Además, no es digno de ti ni de tu elevada posición emplear esos argumentos. Creo haber contestado cumplidamente a tu nota y, si algo falta, el día 18 estaré en Melilla, como ordenas, y lo completaré de palabra».

 


    Años después, cómo no, Berenguer declararía que no había estado convencido del todo con el plan presentado por Fernández Silvestre. Barato descargo, viniendo de un oficial de rango superior. Sin embargo, en su cargo, todavía en campaña, ubicados en Annual y antes de la ofensiva prevista sobre Alhucemas, se reunieron en la propia bahía Berenguer, Fernández Silvestre y los jefes de las cabilas afines. En aquella reunión los jefes rifeños ya avisaron de la incertidumbre que se podía otear, que los de Beni Urriaguel se negarían a cualquier pacto con los españoles y lucharían hasta la muerte. Ignorando o desentendiéndose de las perspectivas, Berenguer escribió una carta al vizconde de Eza en la cual aseveraba que «… la empresa militar de ocupar la bahía no tiene dificultades de gran monta. […] Creo que militarmente el problema de Alhucemas se puede considerar al alcance de nuestras manos». En el ínterin, Abd el-Krim, líder de los Beni Urriaguel, convocó a esos jefes cercanos a los españoles para amenazarlos con quemar sus casas, si no retornaban a la causa rifeña. Condición a la que se avinieron sin rechistar. Por su parte, Berenguer y Fernández Silvestre, en un alarde de arrogancia, bombardearon Axdir, capital del Rif, con el teórico objetivo de intimidar a los rebeldes y afianzar a los aliados. Desafortunadamente, era día de zoco en la localidad y la matanza fue terrible, razón por la cual la reacción fue la contraria: todas las cabilas se sublevaron contra los españoles.

 


    En abril de 1921, Fernández Silvestre había acudido a un acto protocolario en Valladolid, con presencia del Rey y el de Eza, donde fue colmado de parabienes por su estrategia africana. Mientras, el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, en aquel evento, condenó la inmoralidad reinante en África y la entrega al juego de muchos de los jefes y oficiales, conductas que, de modo irremediable, conducirían a la catástrofe.

 


    El capitán general Valeriano Weyler, Jefe del Estado Mayor, explicó que los fusiles Remington fueron cedidos a los rifeños aliados, «… que se diferencian de los moros rebeldes en que estos últimos nos tiroteaban tanto de día como de noche, mientras que los sumisos lo hacían sólo de noche, dedicando el día a vacilar con el personal y a vendernos toda clase de baratijas. […] La única manera seria de pacificar el Protectorado sería concentrando a los sumisos, fusilarlos, y luego hacer una guerra normal y sin política contra el resto».


    Sobrecoge lo retorcido de la verdad. La realidad de que el Rey y el Gobierno eran conscientes del estado del protectorado africano. Los pronósticos no concedían hueco a la duda, los mandos estaban informados, el entorno era desalentador, y aun así, una extraña mezcla de megalomanía, altivez, desesperación, ofuscamiento, alucinación y patetismo inspiró la campaña, invitó al desastre.


Julián Valle Rivas

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